Hace algunos días leíamos en este mismo blog un corto post en el que su autor solicitaba respuesta a una pregunta que, según propia confesión, él no podía contestarse. Se preguntaba si la fraternidad es algo consustancial al individuo o no y, desde la más absoluta modestia, trataré de aportar no mi opinión sino y más bien unas reflexiones que quizás ayuden a encontrar la respuesta que busca él y que, sin duda, buscamos otros muchos.

Pienso yo que si Rousseau estuviese en lo cierto la fraternidad sería una cualidad intrínseca al ser humano, la historia nos ha demostrado con creces que tal cosa se haya bastante alejada de la realidad. Por tanto, es mi opinión que se trata de una virtud cuya obtención sería fruto de un trabajo personal y, cuestión esta de trascendetal importancia, de la adscripción a un grupo con el que sentirnos fraternos. No podemos ser universalmente fraternos aunque sí deberíamos ser universalmente solidarios.
Hace algún tiempo defendía yo la teoría de cuan fácil resultaba practicar la fraternidad con quienes se encontraban lejos de nosotros y cuan difícil para con aquellos que se encontraban más cercanos. La verdad es que el paso del tiempo me ha llevado a comprender que con los lejanos podemos, tras el consiguiente entrenamiento ya que tampoco se trata de una virtud que nos venga grabada en el código genético (más bien parecería todo lo contrario), llegar a ser solidarios,  mientras que la fraternidad debemos realizarla en el ámbito de lo próximo, contemplado este desde la perspectiva simbólica de nuestra pertenencia a la masonería aunque resulta indudable que se trata de una virtud que puede ser ejercida en otros ámbitos distintos al señalado.

En cualquier caso conviene señalar que se trata de un trabajo hercúleo, cuyo progreso se asemejaría al filo de una sierra  por los contínuos avances y retrocesos en los que incurrimos y sin que sea fácil advertir si nos encontramos cerca o lejos de alcanzar la meta propuesta.

Resultaría así, que la fraternidad vendría a ser como los trabajos de Sísifo y su piedra o la tela de Penélope, un siempre volver a empezar por mor de nuestra incapacidad para alcanzar la plenitud fraternal a que nos impele la masonería. Aunque por otra parte ¿qué haríamos una vez alcanzada la perfección? Creo que tendríamos una vida demasiado aburrida y escasamente humana pues es bien sabido que los defectos sí son consustanciales a la condición humana. Bueno, también es verdad que, si hubiese lugar para ello, podríamos pensar que la santidad existe.
He dicho
Masonería Mixta Internacional

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