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No resulta extraña la confusión que suelen generar determinados términos ya que solemos utilizar el lenguaje de la manera que mejor se ajusta a nuestros intereses en lugar de procurar seguir las normas de quien, hoy por hoy, fija aquellas por las que se regula nuestra lengua, y decide el significado de las palabras que utilizamos de manera más o menos cotidiana, e incluso de aquellas que no utilizamos, ni utilizaremos probablemente, en nuestra vida.
Según la Real Academia de la Lengua laicismo significa, simplemente, la separación entre la religión y el Estado. Y no acota que sea esta o aquella sino que cualquier religión es la que no debe inmiscuirse en la vida del Estado ni marcar, en consecuencia, normas de actuación y convivencia que se adaptan a sus planteamientos morales pero que, en ningún caso, pueden afectar a la totalidad de la sociedad. Imaginemos por un momento lo que sería, España por ejemplo, si cada una de las religiones reconocidas, casi todas las existentes, se empeñasen en que la sociedad se rigiese por sus normas; la convivencia sería imposible y como resultado inmediato de esto la vida poco menos que insufrible. Todo ello sin contar las claras contradicciones a las que nos veríamos expuestos los ciudadanos, creyentes o no, ante la disparidad de modelos morales a los que nos enfrentaríamos.
La cuestión, desde la perspectiva masónica, no es tanto la separación entre la religión y el Estado como, simple y llanamente, de tolerancia y respeto a las opiniones que sobre un tema tan personal como la creencia, o no, en la trascendencia puedan tener las personas.
En nuestra Orden, que respeta profundamente el derecho de sus miembros y de cualquier otro ser humano a creer o no creer, el laicismo es consustancial a su propio ser. Precisamente por ese respeto a la libertad individual para adoptar una postura privada sobre el asunto, en nuestras Logias conviven, en perfecta armonía, creyentes, agnósticos y ateos sin el menor problema, porque todos ellos entienden el derecho del resto a tener su propia opinión sobre la cuestión de la trascendencia. Nadie trata de catequizar a nadie, se podrá discrepar y de hecho se discrepa y discute –desde el punto de vista filosófico- pero dentro del respeto y la tolerancia.
Obviamente esta posición interna se refleja en los mensajes que al respecto enviamos a la sociedad. Invito a leer el manifiesto publicado en enero de 2008 «Por un Estado laico y en el que se deja clara la postura de nuestra Orden», juntamente con la de las otras Obediencias adogmáticas y liberales españolas, sobre las relaciones entre el Estado y las religiones y, más concretamente, sobre la presión que la iglesia católica intenta ejercer sobre las instituciones del Estado español. No es un mensaje tibio ni complaciente al ser nuestra posición al respecto clara y contundente, y por más que desde algunos foros se trate de tergiversarla con opiniones enmascaradas con disquisiciones totalmente alejadas de la realidad y efectuadas desde el desconocimiento del estado de las cuestión y de lo que es el Derecho Humano.
Decía al principio de lo cómodo que pueda resultar, desde el punto de vista dialéctico, tratar de adecuar el significado de un término a nuestro discurso ideológico de tal manera que, para algunos, laicismo y anticlericalismo vienen a ser una misma cosa. Curiosamente esta interpretación del término se produce en ambos lados de la intransigencia y la intolerancia.
El negar a cualquier religión la capacidad de imponer sus propias y particulares concepciones no supone, de ninguna manera, el negarles el derecho a la existencia. No se pueden confundir las cosas. Desde la tolerancia debemos exigir el derecho a que toda religión pueda ser practicada con absoluta libertad, desde esa misma tolerancia debemos exigir, también, que las concepciones morales de cada religión se apliquen de manera exclusiva a sus miembros, si libremente las adoptan, siempre y cuando estas normas no vayan en contra de principios que informan la Declaración de Derechos Humanos o supongan violencia contra una parte de la sociedad. Una cosa son las prácticas religiosas y otra cuestiones folclóricas nada respetables cuando suponen una clara muestra de barbarie y violencia. Vengan de donde vengan y practíquenlas quienes las practique.

4 Comentarios

  1. Si bien comparto la mayoria de esta entrada, creo que el inicio es matizable.

    Entiendo que el concepto de «no nos importa en crean nuestros hermano» está recogido dentro del concepto de adogmatismo, el cual no solo comparto sino que creo que es gran parte de la base de la fraternidad reinante en las logias.

    El concepto de «laïcite» o laicismo es lo que es, la separacion de la iglesia y el estado, y la defensa de que las cuestiones religiosas o creencias estén en el ambito privado y no en la sociedad.

    Eso en alguna obediencias, como el GOdF es lo que prometemos defender.

    Es mi visión.

    Saludos,

    Sagasta

    Responder
  2. Q:.H:. Sagasta, eso, también, es lo que defendemos en el Derecho Humano porque creemos que las creencias, o las no creencias, pertenecen al ámbito privado.

    De todas maneras me alegro de que, en lo fundamental, estemeos de acuerdo

    TAF

    PS,¿por cierto, sigues en Ciudad Real?

    Responder
  3. Q.·.H.·.,

    En lo fundamental, y en mucho de la forma, estamos siempre de acuerdo :)

    Sigo en Ciudad Real, viviendo y trabajando profanamente.

    Masonicamente en Madrid, como es obvio.

    Así que si vienes por aquí ya sabes…

    TAF

    Sagasta

    Responder
  4. Nunca dejamos claro q una cosa es el derecho a profesar las ideas q cada cual tenga a bien sostener, lo q debe ser defendido y respetado, y otra muy diferente es el discrepar, combatir y no respetar aquellas ideas q resulten fanaticas,absurdas o infumables.Debemos respetar los derechos, combatir las ideas en la medida q sean acreedoras a ello.

    Responder

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