Nawal Al Sadawi 

Tengo 79 años. Nací en un pueblo de Egipto y vivo en El Cairo. Estoy licenciada en Medicina y Psiquiatría. Me he casado tres veces y tengo dos hijos. Presido la Asociación de Mujeres Árabes. Lucho contra el capitalismo, el patriarcado y la opresión de raza y de clase. Soy crítica con las religiones.

¿De dónde ha salido usted tan rebelde?
Tuve mucha suerte: una abuela revolucionaria, campesina y pobre que estuvo muy contenta de que se le muriera el marido.

Caray.
Era la única manera de ser libre. A partir de ahí se rebeló contra el alcalde, contra los británicos y contra el rey. Esa analfabeta me dio mi primera lección de filosofía y religión.

A saber.
“Dios no es un libro. Dios es justicia, libertad y amor. Todo texto sagrado es una cárcel”, me dijo. Me gustaría llevar el apellido de mi abuela, pero llevo el del abuelo, al que no conocí, y ése es el gran problema.

¿El nombre del padre?
Mi hija, que apenas conoce a su padre, a la que yo he criado, mantenido y educado, no lleva mi nombre. El patriarcado se basa en la monogamia femenina y la poligamia masculina. Las religiones monoteístas están basadas en un Dios masculino, y su cultura y dominación se ejerce en el nombre del padre.

¿Su madre también era rebelde?
Sí, y me dio mucha confianza en mí misma. Evidentemente, mi padre era un patriarca, pero muy liberal, me mandó a la universidad y nunca me obligó a llevar velo. Aun así, tuve que luchar contra ellos.

¿Cuándo empezó a meterse en líos?
El primero fue a los diez años, cuando intentaron prometerme con un hombre. El día que vino a casa a conocerme puse la peor cara que pude, me despeiné, hablé a gritos y le tiré el café por encima. El hombre salió huyendo.

¿La castigaron?
Sí, me pegaron, pero yo repetí ese truco con todos los pretendientes y acabé creándome fama de rara. Mis padres me enviaron a un colegio a El Cairo para librarse de mí.

¿Y qué tal?
Vivía con mis tíos y me hicieron sufrir mucho, eran terriblemente conservadores. Yo me sublevaba y ellos me castigaban, al final me echaron de su casa y tuve la suerte de que me metieran en un internado.

¿Cuándo empezó a escribir?
A los 13 años, en el internado. ¿Recuerda que mi abuela me había dicho que Dios era justicia? Pues le escribí una larga carta a Dios diciéndole que no estaba dispuesta a creer en él si no era justo; explicándole que no tenía sentido que mi hermano, siendo mucho peor que yo en los estudios, fuera el preferido de mis padres y de la sociedad.

¿Se la enseñó a alguien?
Sí, a mi profesor, un musulmán fanático que se puso furioso y me suspendió. Escondí mi carta, pero mi madre la encontró y me dijo:“Esto es fantástico y el profesor es un idiota”. Gracias a ese gesto de mi madre continué escribiendo.

Pero cursó la carrera de Medicina.
Mis padres me obligaron, pero una vez dentro me dediqué a luchar contra la profesión médica.

¿Por qué?
Porque la clase médica es muy reaccionaria y clasista. Los médicos hacen su carrera a expensas de los enfermos. Y también me rebelé contra Nasser y luego contra Sadat.

Y acabó en la cárcel.
Sí, después de mi primer libro, “Memorias de una doctora”, que publiqué con 26 años, vinieron otros tantos en los que denunciaba la situación del país y en particular de la mujer. Yo trabajaba en el Ministerio de Sanidad, pero era muy crítica con el gobierno de Sadat. Acabé perdiendo el empleo y pasando una temporada entre rejas.

No perdió el tiempo.
No, en la cárcel escribí “Memoria de la cárcel de mujeres” en papel de váter y con el lápiz de cejas de una amable prostituta compañera de celda. Cuando asesinaron a Sadat me llevaron de la cárcel a una audiencia con Mubarak, quien me dijo: “Puedes irte a casa y criticar todo lo que quieras”.

Y usted se lo tomó al pie de la letra.
Critiqué a Mubarak por su participación en la guerra del Golfo y él clausuró mi Asociación de Solidaridad de las Mujeres Árabes, me impuso arresto domiciliario y puso mi nombre en una lista negra.

Diez años después, los fundamentalistas quisieron divorciarla.
Sí, el verano del 2001, pero mi marido y yo organizamos una campaña internacional para decir que no queríamos divorciarnos ni marcharnos de Egipto, y ganamos el caso.

¿Consiguió elegir usted a sus maridos?
Sí, esa batalla también la gané. Primero me casé, por amor, con un estudiante de Medicina que fue al canal de Suez a luchar contra los británicos y volvió destrozado, adicto a la morfina.

¿Y el segundo?
Era un juez. Un día me dijo: “No me gustan tus libros, elige entre ellos o yo”.

El final me lo imagino.
Con el tercero, médico y escritor, que estuvo 15 años en la cárcel, me casé a los 33 años, llevo toda la vida y sigo enamorada.

¿Por qué las árabes no se rebelan?
¿Cree que soy la única?… ¡Hay miles! En mi Asociación de Mujeres Árabes, que fundé con la ayuda de mi marido, hay muchos hombres y mujeres de los países árabes y de todas partes del mundo. Yo he sobrevivido por ese apoyo masivo, si no, ya estaría muerta.

Dígame, ¿qué merece la pena en la vida?
Luchar por aquello en lo que crees, tener confianza en ti misma. Ser feliz es hacer lo que amas, la creatividad está relacionada con el amor. No hay que tener miedo a ser diferente, uno debe desarrollar su pensamiento crítico, tener valor para cuestionarlo todo: a tu padre, tu matrimonio, a tu dios.

Via:  Ars meditandi de La Contra de La Vanguardia del día 01-11-2002
Sitio oficial: Nadal al Sadawi
Más información: Mi héroe
Masonería Mixta Internacional

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