La Humildad representada en la fachada de la catedral de Amiens

 

Causa mucho mejor efecto que los demás descubran tus cualidades sin tu ayuda.
Judith Martín
Humildad es la característica que define a una persona modesta, alguien que no se cree mejor o más importante que los demás en ningún aspecto. Es la ausencia de soberbia.

Desde la perspectiva de la evolución espiritual, la humildad es una virtud de realismo, pues consiste en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y en actuar de acuerdo con tal conciencia. Más exactamente, la humildad es la sabiduría de lo que somos. Es decir, es la sabiduría de aceptar nuestro nivel real evolutivo. Por tanto la humildad es el requisito indispensable de todo aquel que transita por un camino iniciatico, pues mucha de la disciplina de dicho camino está basada en la conciencia de lo limitado de su conocimiento, para en virtud de esa carencia buscar activamente llenarse de él.
La mente humilde es receptiva por naturaleza y por lo mismo es la que mejor está dispuesta a escuchar y a aprender. En el caso opuesto está la mente arrogante que por saber mucho de algún tema se cree capaz de discernir asuntos sobre los cuales no conoce ni los principios más básicos, creyendo estar preparada para emitir juicios válidos sobre cosas de las que no tiene ni la más remota idea. En esta carencia de reconocimiento de los límites de su conocimiento, el arrogante construye su ilusión de ser más importante que los demás.
El éxito en el servicio a los demás proviene de la humildad; cuanto más humildes, mayores logros obtendremos. No puede haber beneficio para el mundo sin la humildad. Cuando expresemos una opinión debemos hacerlo con el corazón y mente abierta para aceptar las particularidades, la fortaleza y la sensibilidad de uno mismo y de los demás.
Cuentan que una vez un Aprendiz le preguntó a un Maestro cual era la clave para llegar a ser un verdadero Masón, y este le respondió que estaba en la triple “C”, es decir, Compromiso, Constancia y Conciencia. El Aprendiz preguntó porque entonces había tan pocos masones verdaderos, a lo que el Maestro respondió, que muchas veces quienes entraban en la masonería buscaban satisfacciones materiales que les apartaban del camino; que títulos rimbombantes y reconocimientos mal interpretados desataban los deseos incontrolados del Ego. Añadió el Maestro que a medida que se avanza en el camino hacia la Luz, se van superando esos apetitos y desaparece lo superfluo, quedando al final la sencillez y la humildad, que llevan al servicio a la Humanidad.
Ser Masón es enseñar con responsabilidad y generosidad si hay que hacerlo y si somos discípulos aprender con humildad, observando siempre el principio de escuchar, obedecer y callar.
La Humildad es una de las Virtudes exigidas al Masón. La Masonería considera al hombre como un ser imperfecto, que una vez entra en ella, pule su piedra bruta con el estudio de los símbolos a fin de conseguir perfeccionarse e irradiar sus logros hacia el mundo externo. Por tanto la Masonería acepta la vanidad como una situación de imperfección, que a medida que la piedra se va puliendo disminuye a favor de la Humildad, siempre que esta no llegue a extremos que la conviertan a su vez en una imperfección. Es lo que ocurre con la falsa humildad, que es la pretensión de ser más pequeños de lo que realmente sabemos que somos.
La Masonería no duda en cerrar sus puertas, a los que trasladan sus ambiciones, soberbia y vicios al ámbito de la Orden, contaminándola así con el mundo profano.

1 Comentario

  1. Magnífica reflexión en torno a un tema de vital importancia para la formación humana tanto de un masón como de cualquier otra persona.

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