“Todo individuo tiene derecho a la vida,
a la libertad y a la seguridad de su persona”
Esto es lo que nos enuncia el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Una declaración fruto de los valores laicos e ilustrados que se fueron abriendo paso en occidente frente a las sociedades teocráticas. Valores por otra parte de libertad, de igualdad y de fraternidad. El artículo tercero nos reconoce y nos afirma nuestra posesión mas básica sin la cual, el resto de derechos carece de sentido: la vida.
Nos acredita como poseedores del derecho a vivir, pero…¿ nos obliga a vivir, nos impone inexorablemente a ejercer ese derecho aún cuando la enfermedad, el desamparo o ambas cosas se ciernen sobre el ser humano?
Bajo el prisma de la mayoría de las religiones y de algún régimen político se nos dice que sí, ya que la vida nos es dada, o peor aún, prestada y por lo tanto no está en nosotros la potestad de decidir cuándo y cómo deseamos poner fin a esta ante determinadas circunstancias. Bajo ese punto de vista me pregunto: Si se nos niega la capacidad de decidir sobre la continuidad o no de nuestra propia vida ¿se nos concede dignidad?
Según las reflexiones de Kant, “Todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, solo por su condición básica de ser humano. El valor de los seres humanos difiere del que poseen los objetos que usamos. Las cosas tienen un valor de intercambio. Son reemplazables. Los seres humanos, en cambio, tienen valor ilimitado puesto que, como sujetos dotados de identidad y capaces de elegir, son únicos e irreemplazables”. Para mí, que soy bastante mas simple que Kant, la dignidad viene dada por el derecho inalienable de ser soberanos de nuestra posesión más básica: la vida atendiendo, eso sí a las normas y pautas de convivencia básicas para con los demás, respetando la dignidad de nuestros congéneres.
Ciñéndonos al tema del enunciado propongo una cuestión:
Imaginemos que estamos en uno de esos países donde desgraciadamente aún no se respeta el artículo 3 de los derechos humanos. Imaginemos que nos han condenado a muerte, eso sí, garantizándonos la más dulce y “piadosa” de ellas. ¿Podríamos hablar de una muerte digna?
Y, ahora, propongo otro ejercicio de empatía:
Imaginemos que estamos postrados en una cama de por vida, dependientes de los demás para llevar a cabo las funciones mas básicas ( tanto vitales como de cotidianidad). Imaginemos también que la enfermedad o consecuencia de un accidente nos atenaza con dolores, con la terrible situación de ser esclavos , prisioneros de un cuerpo o de una mente sobre la que ya no tenemos control y además estamos reos de las concepciones morales y/o religiosas de un equipo médico o de una sociedad que se empeña en mantenernos vivos en esas condiciones.¿ Podríamos hablar de una vida digna si nuestro deseo es morir y acabar con nuestro padecimiento?
En ambos casos la respuesta para mí es clara: No
Y no lo es, porque se nos está negando, se nos está usurpando nuestra soberanía sobre nuestra principal posesión. La vida propia, esa a la que tenemos derecho.
Respecto a las concepciones morales o religiosas a las que se acogen muchos médicos e incluso Estados a la hora de no respetar el deseo del paciente que reclama la eutanasia activa o pasiva quisiera exponer alguna reflexión de D. Fernando Savater de su libro “La vida eterna”:
“ En la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie. De modo que es necesaria una disposición secularizada y tolerante de la religión, incompatible con la visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros o para todos. Lo mismo resulta válido para las demás formas de cultura comunitaria, aunque no sean estrictamente religiosas, tal vez como dice Tzvetan Todorov : “pertenecer a una comunidad es, ciertamente, un derecho del individuo pero en modo alguno un deber; las comunidades son bienvenidas en el seno de la democracia, pero sólo a condición de que no engendren desigualdades e intolerancia”( Memoria del mal)
“Las religiones pueden decretar para orientar a sus creyentes qué conductas son pecado, pero no están facultadas para establecer qué debe o no ser considerado legalmente delito”
Desgraciadamente en nuestro suelo patrio, las concepciones religiosas o morales siguen teniendo una fuerte presencia en nuestro ordenamiento jurídico (en detrimento de los valores laicos de libertad y de dignidad, entendida esta como soberanía personal) penando no ya la ayuda activa que se nos pudiera prestar en caso de que por circunstancias deseemos morir (eutanasia activa) si no que “castiga” el suicidio . Condena terrenal previa a la “ condena celestial” que nos arrastrará a los eternos fuegos y calvarios del Averno por haber dispuesto libremente de algo que no nos pertenece a pesar de que nos ha sido dado.
Puesto que esta es someramente la situación legal que en España se da, lo único que como individuos y ciudadanos podemos hacer en caso de que por las circunstancias decidiésemos poner fin a nuestra vida es el testamento vital. Este documento que aún no está claramente definido en nuestra legislación porque depende de la comunidad autónoma donde se aplique, consiste en la declaración de intenciones respecto al tratamiento médico a seguir para con nosotros en caso de enfermedad degenerativa o estado irreversible sin visos de mejora o cura. En cierto modo, es un documento que plasma nuestro criterio personal en contraposición a posibles tentaciones religioso morales por parte del equipo médico que nos trate e incluso de familiares allegados con capacidad de decisión sobre nuestra soberanía en caso de que nosotros no estemos en posesión de las facultades pertinentes para hacernos oír.
Confío en que algún día nuestro Estado pase de ser aconfesional a uno laico donde las concepciones morales, religiosas y éticas sean de verdad del ámbito privado de cada uno/a y donde las leyes que nos rigen como comunidad social estén pensadas para la sana convivencia de sus miembros( justicia) sin menoscabo de los derechos y convicciones personales siempre que estos no atenten contra la dignidad de los demás y sin que las primeras trasciendan a las segundas.
Fisterra
Creo que más que leer a Kant deberías leer cosas como esta para saber donde se encuentra la verdad verdadera.
También es verdad que algunos debieran leerse con detenimiento lo que dice la Real Academia sobre esa cosa tan peligrosa que es el laicismo.
En cualquier caso y a pesar de todo debemos seguir peleando por conseguir un estado laico en el que cojamos todos o no coja ni dios (creo que esto es de un tal Víctor Manuel).
Un TAF
Querido Golieb:
Agradezco la lectura que me sugieres, sobre todo porque me confirma que es mejor leer a Kant, que además de una mente lúcida, era también un buen cristiano ;-)
Me resulta curioso cómo hablan de «cultura de la muerte» sin mencionar siquiera de un modo somero el tema de la vergonzosa hambruna que azota a una gran parte de la especie humana. ¡ Esa si que es una forma vil de condenar a muerte ¡ Y claro, a uno que es como es no le encaja eso de que «Dios proveerá»
Definitívamente, me quedo con la «verdad» Kantiana, a fin de cuentas no necesita apoyarse en un ente ( imaginario o no) para otorgar dignidad a los seres humanos.
Abrazos fraternales.
Fisterra.
Lo bueno de este debate, es q se produjo a principios de 2011 y en estos últimos años, podemos constatar, tras haberse aprobado una ley de eutanasia en Bélgica, ya operativa, q no se convirtió para nada en un matadero de seres indefensos, sino en una salida para desesperados del dolor, para personas cuya vida había petdido toda dignidad, y todas las amenazas de los teístas se demostraron vanas. Kant, como era de esperar, ha ganado. Seguiremos leyendo a Kant.