La etimología de navidad procede del “nativitas” latino y del verbo “nascior” (nacer). Y la de solsticio, también del latín, de la posición y movimiento del Sol: “sol sistere o solstitium” o sol quieto. En ambos casos nos encontramos con referencias a la vida y su ciclo, sea en la Tierra o en el universo. Y en ambos al inicio y fin de ciclos supra individuales.
Así vemos que el “nativitas” no es el nacimiento de nadie, ni siquiera de un dios personalizado como “Jesús”, sino de la luz del Sol tras el declive que se inicia en el solsticio de junio, y eso en nuestro hemisferio -el Norte-, algo que olvidamos con frecuencia; pero navidad y Jesús están tan ligados en el imaginario popular que algunos le adjudican al latín presciencia idiomática; y aunque éste es un “idioma culto”, no llega al nivel de adivinar en su raíz etimológica el nacimiento de ningún dios. De modo que esa explicación que los cristianos hacen de que la palabra navidad se corresponde con el hecho del nacimiento de Jesús es una verdad a medias.
Y ahí se acaba toda la historia cristiana de la Navidad, porque los cristianos descubrieron que la navidad era la Navidad en el siglo IV. Antes, durante un par de miles años, la adjetivación “natalis” había estado ligada a la “natalis solis invicti” (nacimiento del sol invicto) de los romanos y antes al Mitra de los persas o al Lug de los cultos celtas, o a la aún más antigua de los egipcios sobre Ra, y al fin de las sombras y el renacer de la luz.
Hasta el siglo IV los cristianos celebraban el nacimiento de Jesús sobre el 6 de enero, como todavía hoy hace la Iglesia armenia o la Ortodoxa griega. Pero como los obispos de Roma, Alejandría, Antioquia o Constantinopla se llevaban a matar entre ellos, y de hecho se mataban en cuanto podían, el de Roma, por entonces Julio I, propuso que el nacimiento de Jesús se celebrase el 25 de diciembre como elemento diferenciador de su autoridad -ya que se titulaba Papa, para mosqueo de sus colegas-, y así “ocupar” unas fechas que eran muy populares entre la aún inmensa población pagana del imperio.
Así, el obispo de Roma se apropió de una fiesta romana -las saturnales-, y las desplazó unos días. En la Saturnalia, sobre el 15 del mes décimo (diciembre) los romanos celebraban unas fiestas en honor de Saturno y aprovechaban para intercambiarse regalos entre amigos, familiares y niños. Y es que esto de quedarse con fiestas ajenas y luego querer vendérnoslas como si fueran los inventores de ella, como hizo Coca Cola con Papa Nöel, es una vieja tradición de la Iglesia. Una de las últimas usurpaciones de fiestas ha sido tomar el 1 de mayo y convertirlo en san José Obrero. Esta propuesta del 25 del mes décimo fue ignorada por los obispos orientales y en Occidente se fue imponiendo poco a poco por las buenas o por las malas, y casi siempre por las malas: quemando y saqueando los templos paganos y asesinando a sus sacerdotes, y de paso engrosando las arcas del emperador y del obispo de turno con los despojos.
Una vez que la Iglesia occidental declaró el 25 de diciembre como natalicio de Jesús, los de Oriente decretaron que, además del natalicio, el bautismo de éste sería el 6 de enero y marcar así bien sus diferencias con Roma, pero en Roma, tras darle muchas vueltas –durante casi 200 años, y ya en pleno cisma con Constantinopla-, esa fecha fue escogida para celebrar la llegada de los Reyes Magos a Belén y así extender la navidad hasta ocupar todos los días que cualquier otra iglesia pudiese usar en la pugna por la primacía en la celebración del nacimiento de Jesús, y aprovechar la costumbre de los regalos de las saturnales para vestir la entrega de presentes de los Magos al recién nacido.
Hoy asistimos a una cierta polémica entre Navidad religiosa o Navidad laica, donde hay más de artificio religioso que de desapego laico. Los creyentes defienden a capa y espada el carácter religioso-familiar como seña de identidad de estos días y algunos laicos se descuelgan con llamativas peticiones como que se denomine a la navidad “fiesta invernal” o que en los colegios públicos no se canten villancicos religiosos -¿conocemos otros?-, en una, en mi opinión, mal enfocada afirmación de un carácter laico que esta festividad nunca ha tenido, con o sin Jesús de por medio.
Porque históricamente estas fechas, en todas las culturas, han estado teñidas de referencias mágicas o religiosas, y no podía ser de otra manera en sociedades agrícolas que tomaban el ciclo solar como referencia para su vida.
Pero, sea como sea que hoy celebremos estas fechas: por la creencia religiosa, por la tradición, por la costumbre social… lo que hay que desearnos a todos es que las disfrutemos con la gente a la que queremos, nos acordemos de quienes ya no pueden acompañarnos y hagamos de las ilusiones de los niños el mejor regalo de la fiesta; y, nosotros, los adultos, al menos, procuremos cumplir, aunque no sea más que uno, alguno de esos buenos propósitos que sospechamos abandonaremos al poco de iniciarlos.
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