He de confesar que esto de la albañilería me resulta un arte complejo, levantar una simple pared requiere de un esfuerzo inusitado, nada digamos de los cimientos, esa cosa extraña que cuando ya crees que los tienes perfectamente asentados se resquebrajan porque algunas de las piedras que los formaban se vienen abajo aunque hubieses jurado que se encontraban perfectamente asentadas y que, además, serían capaces de sostener la obra que comenzábamos a levantar.
Con gran esfuerzo los obreros reparamos el destrozo y seguimos con la construcción, vemos como comienza a elevarse y a tomar el aspecto que habíamos imaginado. Lo miramos, lo repasamos, damos un pequeño empujón a aquella piedra que sobresalía un poco del conjunto y quedamos satisfecho porque, al fin, ese muro parece perfectamente asentado y firme.
Decía que era este un arte difícil de entender, de repente aquella pared que habíamos creido perfectamente terminada vemos que vuelve a presentar fisuras. Parece que tendremos que estudiar el problema con calma ya que corremos el riesgo de que toda la pared se venga abajo.
La piedra en cuestión no parece presentar problemas, se encuentra perfectamente trabajada (se ve alguna imperfección pero nada que no pueda ser resuelto con un poco de paciencia, no existe una piedra perfecta) pero no encaja en el lugar que debiera a pesar del tiempo que llevamos tratando de situarla en el muro. La habíamos situado en diferentes partes de la construcción tratando de buscar el mejor emplazamiento dentro del conjunto pero no terminábamos por encontrar un lugar en el que encajase. Estaba claro que el problema no estaba en el muro pues se matenía perfectamente derecho aunque la piedra no estuviese en su lugar, realmente sin ella parecía incluso más estable.
Finalmente nos dimos cuenta del problema, se trataba de una cuestión realmente sencilla, cada piedra debe estar en el muro adecuado y buscar ese muro es tarea de cada cual. No debemos empeñarnos en que el muro se adapte a la piedra, debe ser esta la que se adapte a aquel.
Cuando se comienza una obra se parte de unos planos determinados que buscan rematar una obra concreta, ni mejor ni peor que tantas otras construcciones, simplemente aquella que desean quienes han trazando los planos y que, en ocasiones, se van modificando con el fin de adecuar la obra al sentir mayoritario de los obreros.
Es difícil, me atrevo a decir que se trata de una cuestión poco menos que imposible, que alguien decida echar abajo todo lo construido para encajar una piedra que se escapa del conjunto. Para esa piedra se deberá buscar acomodo en un edificio en el que se asiente perfectamente y ayude a que el edificio se eleve con Fuerza y Belleza en honor a la Sabiduría y para el Progreso de la Humanidad.
Buena reflexión.
Un adorno gótico puede ser bellísimo pero verse raro en una iglesia románica .
Nos queda siempre el caminar al lado del que busca para encontrar lo que sus ojos descubran y que los nuestros no pueden ver, la pluralidad en uno.
Siempre recordaré mi único muro: modesto, agónico pero aparentemente recto y fuerte, abombándose inexplicablemente a los pocos días, y q sigue manteniéndose así. Cada vez q lo veía me obliga a pensar si mi obra interior sigue el mismo proceso. Se agradece el lúcido recordatorio q ha supuesto esta plancha-artículo: en cualquier caso, no derribaré mi muro. Tafes fraternales