Conocerse a sí mismo es la culminación del saberse único en lo idéntico, que son los otros; o lo que es lo mismo, saberse idéntico en la pluralidad de lo otros. Los otros, es decir, vosotros es la referencia de mi conocimiento.
De ahí el rito, el símbolo, la analogía… El rito nos pone en relación comunitaria con los símbolos compartidos, con las ideas entrelazadas que surgen de los símbolos… El rito es la escenificación del caleidoscopio de la vida, los símbolos son los catalizadores de nuestra vivencias y pensamientos puestos en común… pero sólo el drama propio tiene pleno sentido para cada uno de nosotros… nuestro drama es único e intransferible, sólo expresable mediante experiencias que ilustramos simbólicamente…
Todo símbolo y, por tanto, todo rito – en tanto que símbolo escenificado -promueve una doble dimensión en el trabajo masónico de ser permanentes aprendices en búsqueda: hacia nuestro interior, como medio de focalizar nuestra reflexión -la meditación- y hacia el exterior como ilustración que tiene una fuerza comunicativa -emocional e intelectual a la vez- y que nos coloca en una espacio y en un tiempo común, en el que aprendemos a ser simples eslabones de una cadena de unión que nos desapega de nosotros mismo.
Tal vez el principio básico que puede explicar esto es la fórmula alquímica clásica de «solve et coagula», lo que traducido en las ciencias sociales contemporánea diría: empápate de la realidad que quieres conocer, pero después distánciate de ella para poder objetivarla, para hacerla comprensible y manejable, para poder actuar en ella… para que, aún mojándose, sea uno quien la moldea en vez de ser moldeado por ella.
Carretero.
0 comentarios