visita interiora terrae rectificando invenies occultum lapiden
Buscamos con ahinco en derredor nuestro aquello que puede procurarnos la felicidad. Tratamos de imponer nuestros criterios con el inconfeso propósito, a veces ni tan siquiera somos conscientes de ello, de ponernos un peldaño por encima del resto en un siempre vano intento de encontrarnos más a gusto.
Hablamos del nivel, de la plomada, quizás de la regla, ocasionalmente del mallete y del cincel, acaso de la palanca. Nos esforzamos en manejar todas estas herramientas con destreza, en ocasiones hasta lo conseguimos aunque al tiempo nos encontramos con que el trabajo no nos cunde, ha sido en vano.
Echamos la vista atrás, al momento de nuestra iniciaciòn, nos quedamos en el momento estelar, cuando nos dan la luz y concluimos que casi no hemos avanzado nada.
Seguimos buscando ¿qué?
De repente un destello, una imagen fugaz, el recuerdo del momento en que comenzó todo. El inicio del viaje, ese largo y eterno viaje, que en ocasiones queremos dar por concluido porque realmente no sabemos a donde vamos, ni por qué caminamos, ni tan siquiera si estamos en el camino correcto.
Un destello fugaz, digo, sobre algo que habíamos olvidado. Una sentencia que nos encontramos en el lugar de la reflexión, donde -ya digo- empezó el viaje. ¿Sentencia? Ni tan siquiera. El simple acróstico de una extraña frase en latín, visita interiora terrae rectificando invenies occultum lapiden.
Extraño mantra. Mapa, guía, devocionario, luz, conocimiento.
El secreto más preciado, el Secreto realmente, está ahí a la vista de todos desde siempre, para siempre.
Dentro, propio, utilizable y reutilizable tantas veces como sea preciso, sin obsolescencia programada, más bien al contrario, perdurable, eterno.
Pienso, reflexiono, viajo, uso, encuentro, renazco, V.·.T.·.R.·.I.·:O.·.L.·.
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