El ritual es proceso, es regla, es norma, es canon, es compás, es guía. El ritual es ley, es modelo, es código, es método, es medida. El ritual es medio, es línea, es escuadra, es pauta… Y cuando todo ello se desarrolla conforme a un orden se hace arte. Entonces el ritual adquiere su sentido pleno y facilita el trabajo.
El ritual es también una herencia. Y como herencia que hay que cuidarlo y mejorarlo, pues si sirvió a otros para su trabajo y avanzar en el objetivo común, con el paso del tiempo, hay que actualizarlo para que siga siendo útil y no una liturgia de palabras y gestos huecos.
El ritual responde a una forma simbólica de entrar en situación, de ponerse en las mejores condiciones para hacer el trabajo: desde dejar los metales antes de entrar al taller a comprometernos a llevar afuera lo hecho dentro. No hay nada, si el ritual está bien medido, que sobre o falte. Y si llega un momento en que algo chirría, no encaja o entorpece el trabajo, es el momento de cambiarlo.
El ritual nos marca tiempos, como un metrónomo; nos pide orden y compromiso con él, tanto para el trabajo común como para el que compete a cada uno en la logia, sea obrero o desempeñe un oficio. Que conozcamos el ritual y a lo que nos compromete, especialmente si desempeñamos un oficio, es condición básica para hacer un buen trabajo, o al menos intentarlo.
Cuando el ritual se reduce a la liturgia, al boato, a la ostentación o a la pomposidad tras su aparente riqueza se esconde la ausencia de reflexión, el vacío de mirada interior; se convierte entonces en un artefacto sin fuerza simbólica, pues las formas y las frases ampulosas son el fondo del trabajo, el trabajo en sí mismo, haciendo de él un dogma de una vaga religión.
Cuando eso sucede las posibilidades de cambiar un ritual, de mejorarlo han muerto. Se choca con la tradición, con el “siempre se ha hecho así”, con esa pereza mental que lleva a mirar el dedo sin ver la Luna que señala.
Cambiar un ritual exige mucho tiempo y mucha paciencia; pues añadir o modificar alguna de sus partes pide que lo nuevo esté en armonía con lo que permanece, tanto en lo simbólico como en lo operativo, de modo que el discurrir del trabajo no sea un pastiche y sucesión de torpes pasos.
Y sobre todo, el ritual tiene que ser una ayuda, como un procedimiento ISO que en cada fase lleve de una manera lógica a la siguiente, que en que cada posible quiebre del proceso remita a la razón del objeto último del trabajo en masonería, que no es otro que el de llevarnos del exterior al interior y devolvernos a aquél con el salario bien ganado.
He dicho
Ricardo Fernández
Ricardo:Gracias por tus reflexiones. Un abrazo. Acacia
Ricardo, magnifico texto, no desprovisto de poesía. Y me gusta también la foto. El ritual, para animarse, conjuntarse. ‘bien dicho’, Q. Hermano