¿Debe implicarse la masonería en los problemas de las sociedades de las que forma parte? ¿Cómo? El asunto ya se tocó en este mismo blog hace algún tiempo, véase  el artículo «Masonería exotérica o esotérica ¿hacia dónde debemos caminar?» , pero no cabe duda de que la cuestión da para algo más que un sólo artículo, quizás porque el propio devenir de la sociedad nos lleva a ello. 

Si se asume que una de las formas de trabajo de la masonería, de cualquier Obediencia a la que observemos, es el trabajo hacia fuera, en la sociedad en la que vive, la pregunta que brota de manera inmediata es ¿con qué fin?¿para qué?

Habrá quienes no entiendan la masonería más que como una forma de poder, no con el sano propósito de influir en la sociedad de acuerdo a sus principios sino como un modo de obtener algún tipo de prebenda o beneficio, para sí o para su Obediencia. Algunos ejemplos tenemos en esta España nuestra en la que parece ser más importante la obtención de un reconocimiento del poder, político, religioso ….. que de la propia sociedad.

Quienes obren de la manera descrita más arriba probablemente estén equivocando la manera de utilizar las herramientas que nos son comunes, pues no se trata de correr a ser el primero en firmar un papel vacío de cualquier contenido sino de estar los primeros en hacer realidad la divisa Libertad, Igualdad, Fraternidad aunque también puede ser que tal cosa sea para ellos algo no ya vacío sino, simplemente, inexistente.

Por contra,  existe otra manera de entender el Arte, aquella -por ejemplo- que nace del mandato expreso con el que, quienes trabajamos bajo los principios de Le Droit Humain, cerramos nuestros trabajos  «… continuemos fuera la labor comenzada en el templo…». El mandato es claro, imperativo me atrevería a decir, aunque la forma de llevarlo a cabo quede a la propia iniciativa.

Este otro tipo de implicación, el de quienes tratamos de construir un edificio basado en  los principios que dieron vida a Le Droit Humain, no resulta de ninguna manera novedoso si tenemos en cuenta que uno de sus fundadores, Georges Martin, era miembro, a finales del siglo XIX, de un taller «que trabaja seriamente en pro del desarrollo de las ideas republicanas y del progreso social«[1]

Parece bastante claro que con independencia de la manera que se tenga de entender el trabajo en Logia, de como se quiera vivir la masonería, existe la obligación ética, que emana del mandato fundacional y que viene siendo recogido de manera sistemática en todas y cada una de las Constituciones internacionales, de trabajar en pro del progreso social. Un progreso social que evidentemente va ligado al material pero sin que éste pueda suponer en ningún caso el incremento de las desigualdades sociales sino, y muy al contrario, el acortamiento de las existentes entre los diferentes estratos que componen la sociedad.

No podemos, respaldados por esa pulsión de progreso, entrar en una espiral de desarrollismo desenfrenado en el que el Ser Humano es un simple elemento del que obtener el máximo beneficio a costa, si es necesario y en muchos casos lo es, de la mayor explotación. Creer, a estas alturas del siglo XXI y con lo que estamos viviendo, que eso es progreso social sería empeñarse en no querer ver la realidad que nos circunda y que cada día más nos retrotrae a épocas que para algunos eran cosa del pasado y para otros eran etapas a superar para entrar en sociedades mas humanizadas.  Tenemos la obligación de alzar nuestra voz frente a esta amenaza, no por una cuestión de ética sino por pura supervivencia.

Si la masonería fue en un momento avanzadilla del progreso social, que lo fue, parece que va siendo hora de retomar una antorcha de luz tenue, por mor del abandono en una cierta comodidad nacida de la creencia de que lo conseguido era algo que seguiría ahí hasta el fin de los tiempos, olvidando que las conquistas han de mantenerse y que siempre es posible ir un paso más allá y no conformarse con lo que se tiene


[1]GROSJEAN, Marc: Georges Martin Franc Maçon de l’Universel, Paris 1988, p.87

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