Christine de Pizan, Christine de Pisan o Cristina de Pisa ( 1364, Venecia – hacia 1430 en el monasterio de Poissy). Poeta, humanista, escritora y protofeminista.
Pasó su infancia en la corte del rey Carlos V de Francia, de quien posteriormente escribió su biografía. Al cabo de diez años de matrimonio con el secretario de la corte, Étienne du Castel, enviudó a la edad de 25 años. A partir de entonces, consiguió mantener a su familia (tres hijos) gracias a sus escritos. Pasó varios años pleiteando para recuperar su herencia. Sus primeros poemas, baladas de amores perdidos, transmitían la tristeza de su prematura viudedad, y se hicieron populares de inmediato. Las obras en prosa defendiendo a las mujeres frente a las calumnias de Jean de Meung en el Roman de la Rose incluyen Epístola al dios del amor (1399), que fue escrita para oponerse a las actitudes cortesanas con respecto al amor, y La ciudad de las damas (1405), una relación de las hazañas heroicas de las mujeres. Su autobiografía, La visión de Christine (1405), la escribió como réplica a sus detractores. Una de sus últimas obras es Canción en honor de Juana de Arco.
Sus poemas se organizan en colecciones que siguen una trama narrativa, muchos de los cuales están extraídos directamente de su experiencia personal como Seulette suy et seulette vueil estr (Solita estoy y solita quiero estar).
Estuvo implicada en la primera polémica literaria francesa, con lo que algunos consideran un rudimentario manifiesto de movimiento feminista. Así, la Epístola al Dios de Amores 1399 y su Dicho de la Rosa 1402, critican la segunda parte del Roamn de la Rose escrita por Jean de Meung, que había provocado un considerable revuelo entre la intelectualidad de la época. Este tipo de argumentos era considerado en su tiempo escandaloso:
« Y juran fuerte y prometen y mienten
Ser leales, secretos, y luego alardean. »
Tampoco dudó en opinar sobre política en la Epístola a la reina Isabel, y sobre la justicia militar en el Libro de los hechos de armas y de caballería.
Christine de Pisan La ciudad de las damas (fragmento):
«Si fuera costumbre mandar a las niñas a la escuelas e hiciéranles luego aprender las ciencias, cual se hace con los niños, ellas aprenderían a la perfección y entenderían las sutilezas de todas las artes y ciencias por igual que ellos… pues… aunque en tanto que mujeres tienen un cuerpo más delicado que los hombres, más débil y menos hábil para hacer algunas cosas, tanto más agudo y libre tienen el entendimiento cuando lo aplican. Ha llegado el momento de que las severas leyes de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y otras disciplinas. Me parece que aquellas de nosotras que puedan valerse de esta libertad, codiciada durante tanto tiempo, deben estudiar para demostrarles a los hombres lo equivocados que estaban al privarnos de este honor y beneficio. Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos. Estas joyas son nuestras porque las usamos, pero el honor de la educación es completamente nuestro.»
Ricardo.
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