Verano. Frontera Mali-este de Senegal. Bajo la sombra de un baobab, el anciano jefe de la tribu habla de los ritos de iniciación de los chicos. En las culturas ancestrales un ser humano empieza a serlo no en el momento físico de su nacimiento sino en el momento en que la tribu se apropia de él y, adentrado en el bosque y en comunión directa con las fuerzas naturales que en él habitan, se enfrenta a ella y sobrevive. Si vence, domina. Intrigada, pregunto por el rito de iniciación de las niñas. De forma natural y espontánea responde: “la circuncisión, claro”. Es el momento en que la niña pasa a ser humana. Dominada.
Esta pequeña anécdota nos lleva a pensar en el tema de la presente plancha: la tolerancia.
Existen conceptos epistemológicos cuya verdad parece incuestionable y es motivo de escándalo social cualquier tipo de declaración que vaya en sentido contrario. Sin embargo, la racionalidad del pensamiento va unida a su relatividad y un riguroso pensamiento no puede asumir la existencia de verdades universales ni generalizables que, en términos kantianos, son soporte de un esquematismo trascendental útil para traducir la abstracta noción universal de algunos conceptos, como el de la tolerancia, en una noción cercana, próxima a nuestra experiencia concreta, aprehensible. Hablar de “no ser tolerantes” mueve a escándalo en un contexto de universalidad. Pero la realidad nos obliga a mirar más despacio bajo la cama.
El término tolerancia ha sido aprehendido social e históricamente, como un concepto universal, bueno en sí mismo y por su propia esencia y naturaleza. Sin embargo, una mínima mirada hacia la realidad histórica de nuestro mundo nos exige profundizar en el significado universal de términos asumidos como verdades incuestionables. Se impone la relatividad surgida de la razón y la reflexión, paradigmas de una época en la que el mundo empezaba a transformarse, en el que la libertad, la igualdad y la fraternidad enarbolarían la bandera de la emancipación humana. Porque la tolerancia, como veremos más adelante, está ligada a ellas. No en balde, la mayor parte de los enciclopedistas franceses eran MM.
Según la RAE, la palabra tolerancia adquiere dos significados diferentes y contrapuestos. Por un lado, “respetar las ideas, creencias, o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias” asumiendo el concepto como primordial para la reconciliación, necesario para la convivencia e imprescindible para la democracia. No obstante, atendiendo a su origen etimológico, tolerar entroncaría con “soportar”, siendo recogido por la RAE como “sufrir, llevar con paciencia” y “Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente”. Desde este último punto de vista, la tolerancia coloca a los individuos en dos planos desiguales: el que tolera y el tolerado.
Pero, además, ese relativismo puede abordarse desde la indiferencia (tolero porque me da igual), desde la resignación (soporto tu conducta o tu pensamiento) o desde el respeto mutuo a las diferencias. En cualquier caso, no sería suficiente hablar de tolerancia. Es necesario incluir conceptos como equidad, justicia, respeto y derechos humanos. Éstos últimos se respetan, no se “toleran” ni se les “soporta”. De ahí a decir que son ilícitos y que no se aprueban, sólo hay un pequeño paso. Y quizás, esa sea la causa de los flujos y reflujos históricos de los DD.HH.
La tolerancia debería dar la mano a la justicia quedando acotada dentro de un triángulo cuyos lados habrían de ser precisamente la libertad, la igualdad y la fraternidad, fuera de estos límites la tolerancia puede tornarse en injusticia e insolidaridad. ¿Es acaso posible ser tolerante con el pensamiento único, con los totalitarismos fuentes de tanto sufrimiento humano, con el maltratador, con la corrupción…? Tanto desde el plano personal como desde el político o el social, la ética de la libertad nos obliga a adoptar posturas de relatividad moral. La tolerancia en su valor absoluto adquiriría un profundo valor positivo cuando hablamos de derechos humanos o negativo si es extendida a todos y cada uno de los comportamientos humanos, de las sociedades o de los regímenes políticos que a lo largo de la historia han ido marcando el devenir humano. El pensamiento único, el absolutismo o las dictaduras en el plano de lo social; la intolerancia hacia la capacidad de decidir en temas como el aborto, la homosexualidad o la eutanasia… en la esfera de lo individual; la indiferencia ante prácticas tribales como la mutilación genital femenina, la lapidación… en el de los ritos o costumbres de algunas sociedades, serían la antítesis de la tolerancia. Así, vemos como la tolerancia o no se produce necesariamente en un contexto.
Históricamente, la tolerancia está ligada al avance democrático de los pueblos, exigiendo la toma de conciencia de la individualidad de las personas. La VERDAD, que era patrimonio de los detentadores del poder, político o religioso, dará paso a la relatividad moral y ética que garantizaría la convivencia entre los ciudadanos. Locke, Voltaire, J. Stuart Mill… adquieren su enorme relevancia histórica como predecesores del concepto actual de tolerancia. Y es en el momento en que los súbditos adquieren carta de ciudadanos cuando la tolerancia hace su aparición.
Para Rawls, ya en el siglo XX, constituirá un mecanismo efectivo para llegar a una conceptualización pública de la justicia base para la elaboración del conjunto de leyes supremas que facilitan la convivencia y toman cuerpo en las constituciones democráticas. La tolerancia sería el arma para alcanzar espacios de libertad y pluralismo moral desde la base del respeto y la consideración en pie de igualdad y equidad del diferente y de lo diverso.
En los inicios del siglo XXI cabe preguntarse dónde estamos. Tenemos una Constitución. Tenemos la Declaración Universal de los DD.HH., pero sigue siendo imperativo vigilar su respeto. Tanto la ausencia como el exceso de tolerancia hacia los intolerantes nos lleva a rememorar las palabras de Karl Popper “debemos reclamar en nombre de la tolerancia el derecho a no tolerar a los intolerantes”.
La tolerancia positiva o afirmativa debería ser el marco de convivencia desde el que avanzar hacia una sociedad más justa y plural donde tanto los DDHH como los económicos, sociales y culturales no sufrieran los flujos y reflujos a los que parecen constantemente abocados. Porque la mayor riqueza del ser humano reside en el reconocimiento de su pluralidad y en su profundo respeto como valores intrínsecos al progreso de los pueblos. De esta forma, la tolerancia positiva debería estar en la base de una democracia deliberativa, real y participativa. Debería ser parte esencial del derecho a decidir.
Columna de aprendices: Luz y Anabel.
Se debe tolerar a las personas, pero no tiene por qué tolerarse lo que defiendan. Recodar las palabras de Jefferson, «no comparto tu opinión, pero moriría para que (tu como persona) puedas defenderla». O lo de Concepción Arena, «compadece al delincuente, pero se inflexible con el delito»
Las personas no pueden, por esencia, ser toleradas o no; serían objeto de tolerancia los comportamientos, pero: si los comportamientos se enmarcan en el ejercicio de los Derechos Humanos, ¿es posible la intolerancia?; y si los comportamientos no son amparados por los Derechos Humanos ¿hemos de ser tolerantes?