El arte de los constructores, las obras de arte que nos han precedido, han de ser una guía para el masón constructor de si mismo y de la sociedad que le rodea. Las antiguas técnicas y el arte que han gestado han de ser la inspiración de su existencia; del trabajo que ha de hacer sobre su piedra bruta, esa que aporta a la gran construcción común, y a todo trabajo que acometa en el mundo profano. Su basamento es la búsqueda de la verdad y su último objetivo llevar el orden escondido al caos mundano, pero también a su espíritu y a su corazón para acallar el ruido de la ignorancia, de los fanatismos y las ambiciones.
Cuando el masón o la masona trabaje con otros, en el espacio regular de la logia, tal vez llegue pervivir las enseñanzas iniciáticas, los tiempos y silencios, que le ayudarán a trazarse una vía que le haga entender el arte real, el arte sacro de construirse a si mismo, solo y en grupo.
Es la simbología de las herramientas de los masones operativos, los constructores de catedrales, la que nos ayuda a comprender el último objetivo de la Masonería, la mejora moral y espiritual del trabajador-material. Solo a través de este leguaje simbólico, el del arte sacro, podemos llegar a entender e intuir el sentido de nuestro trabajo, poner en marcha nuestro ser esencial, lo mejor de nosotros mismos.
La simbología de la construcción del templo nos ha de invitar a convertirnos en obreros de nuestro templo interior, un templo vivo y armonioso. Recordemos que el fin último de la iniciación no es el de llegar a vivir, a través de ella, el aspecto sublime de la naturaleza humana, todo lo contrario, es una vía y herramienta para vivir lo cotidiano, para ser mejores en el mundo y en nuestra labor profana.
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