El camino iniciático comienza formalmente en el momento en el que quien solicita entrar en masonería es introducido en la «cámara de reflexión», un lugar angosto, apenas iluminado y en el que se distribuyen diversos objetos que tratan de poner a quien allí se encuentra en una situación especial que le ayude a afrontar el tránsito siguiente con la debida preparación del espíritu.
Esos momentos previos de reflexión en los que uno se enfrenta a sus propias carencias, errores, vicios y virtudes deberían ser repetidos con una cierta frecuencia con el fin de tomar una cierta perspectiva sobre el camino andado y el que presumimos que nos queda por recorrer. Si cuando entramos por primera vez en esa cámara lo hacemos con el más profundo desconocimiento y por tanto vírgenes, nuestras siguientes visitas a ese lugar, no necesariamente ya un espacio físico, las realizaremos siendo plenamente conscientes de las razones por las que esa inmersión es necesaria.
La introspección, a la que deberíamos entregarnos con cierta frecuencia, sería esa «cámara de reflexión» que, al igual que «el templo», llevamos en nosotros y que es un útil más de los utilizados en la tarea de mejoramiento personal. Solemos pensar y reflexionar en y sobre las herramientas físicas aunque simbólicas, y olvidar que existen también espacios a los que retornar de cuando en cuando para llevar a término ese necesario examen que nos permitirá, con una cierta perspectiva, saber si nuestro trabajo se encamina por los derroteros adecuados.
Si la logia es ese lugar, apartado del tráfago profano, en el que trabajamos ayudados por el resto de nuestras Hermanas y Hermanos en la construcción de nuestro templo al Progreso de la Humanidad, la cámara de reflexión será el lugar al que retirarnos para, aislados incluso de quienes nos acompañan en el camino iniciático, proceder a desnudarnos de todo aquello que nos impide vernos como realmente somos, piedra bruta a la que nunca dedicamos el tiempo suficiente para conseguir una perfecta piedra cúbica.
Es posible que, perdidos en una banalización del símbolo, deslumbrados por lo externo, aferrados a la nada de aquello que no es más que el envoltorio de la realidad esotérica que es la masonería, nos olvidemos de volver sobre nuestros pasos a ese lugar en el que empezó nuestro caminar y que por su propia naturaleza será, en mi modesta opinión, la mejor herramienta con la que enfrentarnos a las aristas, protuberancias y recovecos que deslucen nuestra piedra. Volvamos pues con frecuencia a nuestra propia y personal cámara de reflexión, y hagamos examen de nuestro comportamiento en lo masónico y en lo profano, si es que uno y otro pueden disociarse, estaremos utilizando la mejor herramienta si somos capaces de enfrentarnos a nuestros propios y humanos errores.
¡interesante! y muy simple, sin embargo, muy sabio: visitar nuestra propia Cámara de Reflexión, nos permitirá una permanente revisión desafiándonos a mejorar el trabajo de pulimento.