Sospecho que a más de una y uno, al leer el título del presente post, se le erizarán los cabellos. Son cosas que uno asume cuando pone negro sobre blanco sus reflexiones sobre algunas cuestiones que nacen de su vivencia de la masonería aunque es bien cierto que no se trata de provocar sino de echar mano del diccionario de la docta casa que «limpia, fija y da esplendor» a nuestra lengua. Así en la segunda acepción del vocablo magia leemos: Encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo. Por tanto, tranquilidad, podríamos utilizar el término sin mayores problemas y sin connotaciones, aparentemente, peyorativas.
Lo que ocurre es que sí quiero hablar de la magia desde ese otro punto de vista, ligeramente heterodoxo, y que nos lleva por esos caminos que en ocasiones nos negamos a ver por más que seamos conscientes de que se encuentran ahí, justo al lado de nuestro paso, por más que nos empeñemos en circular a su lado de modo distraído con el fin de no tener que percatarnos de su presencia.
Desde los más remotos tiempos el ser humano ha echado mano de todos los recursos imaginativos para explicar aquello que le resultaba inexplicable, fenómenos «mágicos» que terminaron, con el paso del tiempo, por tener sencillas explicaciones científicas. Aún hoy en día, y para muchas, personas cuestiones cotidianas y explicables siguen rodeadas de un halo mágico. Nada digamos de complejas cuestiones relacionadas con la física, la matemática o con esos misterios que se esconden en las redes neuronales de nuestro cerebro.
Se desprecia a quienes quieren ver, en determinados asuntos, explicaciones que se encuentran más allá de lo que se considera la razón, como si esta no hubiera ido modificándose a lo largo del tiempo en función de los avances científicos de tal manera, por ejemplo, que lo que ayer era alquimia ha devenido en química y muchos de los avances científicos se han logrado por el empecinamiento de aquellos alquimistas en ir un poco más allá en el conocimiento de las cosas.
La masonería no se ocupa de lo mágico, lo que no quiere decir que en su seno no existan personas interesadas en esos temas, aunque sí presenta para algunos ese carácter mágico al que aludía al principio. Se trata de la fascinación por el trabajo personal e interior que nos lleva a tratar de cambiarnos a nosotros mismos, y a pesar de ese aserto que afirma que las personas no modifican sus comportamientos a partir de determinada edad. Si tal cosa fuese cierta, es bastante evidente que la masonería perdería toda su razón de ser ya que estaríamos empeñados en darle forma cúbica a algo que permanecerá como piedra bruta inmutable por más esfuerzos que hagamos.
Por fortuna, algunos creemos en la magia y en la posibilidad de cambiar, de modificar nuestros comportamientos para adecuarlos a ese ideal que todos, ¿todos realmente?, decimos buscar con ahínco y que si hacemos caso de quienes dicen que las personas no cambian es evidente que cuando se consiguie estaremos ante un fenómeno mágico. La transmutación o, simplemente, la metamorfosis de una piedra bruta imperfecta y poco útil en una bella piedra cúbica pulida y fácil de colocar en el edificio que nos empeñamos en construir.
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