Etimológicamente el término solo significa “buena muerte” y en este sentido etimológico, vendría a resumir de excelente manera el ideal de la muerte digna. Sin embargo, esta palabra, se ha ido cargando de números significados y adherencias emocionales.
Una muerte digna se considera como el hecho y el derecho a finalizar la vida voluntariamente sin sufrimiento, propio o ajeno, cuando la ciencia médica nada puede hacer para la curación porque tan importante como prevenir y cuidar enfermedades es ayudar a que las personas puedan morir en paz.
La disponibilidad sobre la propia vida ha sido siempre un tema tabú, especialmente si lo consideramos desde el punto de vista del suicidio no vinculado a situaciones terminales o enfermedades graves. Está claro que el término suicidio asistido tiene peor aceptación que la enunciada con la descripción de la acción lo cual indica que la palabra suicidio sigue teniendo una carga social peyorativa .La posición se acentúa en sociedades de fuerte influencia religiosa; pero también en sociedades laicas. Y hay que darse cuenta de que estamos ante una cuestión determinante del ser humano como dueño de su destino. Paradójicamente, el suicidio se veía como algo natural en las culturas clásicas, pero la influencia del cristianismo fue fundamental en el retroceso de la posición central de la persona .Y, es verdad, incluso en países laicos, parece seguir sociándose suicidio e irracionalidad. A pesar de la elevada posición intelectual de muchos de los que adoptaron la decisión de quitarse la vida.
El reconocimiento del ser humano como dueño de su propio destino es el fundamento del propio estado de Derecho .Este solo tiene sentido si se dirige a hombres libres, capaces de adoptar todas aquellas decisiones que les incumben sin más limitaciones que la derivada de la invasión de las esferas de libertad de los otros.
Debe quedar bien claro que el derecho a la vida no comporta ninguna obligación de seguir viviendo, el problema es cuando se produce una perversión del derecho y se le convierte en un deber.
No es necesario ser un enfermo terminal ni siguiera estar enfermo para decidir sobre el fin de la vida. Puesto que solo yo tengo el derecho inalienable de decidir sobre mi propia vida y mi propia muerte. Ni dioses, ni clérigos, ni jueces, ni nadie, por muy biempensante o poderoso que se precie, pueden decidir sobre mi vida y mi muerte. Haciendo mías las palabras de Nietzsche, «esta es la muerte que deseo: la muerte libre, que viene a mí porque yo quiero«.
Me gusta vivir y amo la vida. Por eso mismo rechazo que algunas personas falaces hagan preguntas capciosas como «¿está usted a favor de la vida?«, pues su interés es llevarme a sus posiciones reaccionarias o declararme partidaria de la muerte. Esa gente ignora que la vida no consiste solo en poder respirar, comer, dormir y defecar, pues existir debería ser siempre un acto permanente de gozoso, consciente y libre zambullirse en la aventura del vivir. Una botella o un lapicero son lo que son, están definitivamente terminados, pero los seres humanos estamos siempre por hacer: cada instante decidimos qué hacemos con nosotros mismos, incluso echarnos a perder. En resumidas cuentas, por amor a la vida, puedo y quiero decidir vivir libre y dignamente, también morir bien, libre y dignamente. La libertad es ni más ni menos que el ejercicio de ese decidir incesante. La vida es libertad. Por eso reivindico mi libertad de decidir también cómo vivir y morir.
Quisiera vivir entre seres humanos libres en la vida y en la muerte. Nada temo, salvo el rostro del dolor cuando aparece implacable. Quiero vivir en plenitud cada uno de los momentos que me restan, y así converso amistosamente con la posibilidad de acabarla cuando concierte con ella que ha llegado el momento.
El derecho a una muerte digna es la continuación natural del derecho a una vida digna, ,es el derecho inalienable de cada persona a disponer libre y responsablemente de su propia vida , es también el imperativo ético supremo de la libertad de conciencia de cada persona para decidir el momento y las circunstancias de su muerte digna y llevo lleva implícita la ilegitimidad por parte de cualquier ideología para entrometerse, suplantar o negar la conciencia, la libertad y el derecho de cada persona a decidir y disponer sobre su propia vida y su propia muerte.
Cuando llegue el momento, sentiré sobre todo mi inequívoco amor a la vida. Se puede dejar libre y responsablemente la vida sin tristeza, sin temor, solo con quietud y por amor a la vida. Por eso y por mi apasionada amistad con su posible a acabamiento, cuando el sol decida descansar más allá de la línea de mi horizonte.
Marisa Calzada es miembro de Asociación Federal Derecho a Morir Dignamente
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