Posiblemente el manejo del lenguaje simbólico sea lo que más trabajo cueste no ya dominar si no tan solo comenzar a manejar a la inmensa mayoría de las personas que entramos en masonería. Se trata de una dificultad que podemos tratar de solventar con el fácil recurso de obviar la parte simbólica que preside los trabajos masónicos para centrarse en una parte mínima de ese trabajo, lo social, algo que nos resulta más manejable por tratarse de cuestiones que están presentes en nuestra vida cotidiana y más allá de que hayamos dado el paso, o no, de acceder a la masonería.
Creo que una de las cuestiones que complican el lenguaje simbólico es la absoluta falta de reglas para su manejo, la interpretación del símbolo carece de ellas más allá de los límites -bastante amplios, por cierto- que impone, si queremos verlo así, la filosofía o modo de entender la vida que se haya en la masonería, nos permite una casi absoluta libertad en su interpretación y esto, como todo aquello que que comporta ampliar los espacios de libertad, genera un cierto vértigo para quienes nos movemos habitualmente en coordenadas preestablecidas por reglas, sean estas del tipo que sean.
El lenguaje de los símbolos con el que trabajamos en masonería es únicamente una herramienta que, a partir de unas mínimas convenciones, permite la más amplia interpretación para que se adecue a nuestras necesidades vitales en el camino de construcción personal que acometemos desde el mismo momento en el que se nos recibe en la ceremonia de iniciación. Como tal herramienta personal será difícil que pueda manejarse en función de criterios preestablecidos que vayan más allá de esas mínimas convenciones básicas a las que aludía genéricamente algo más arriba.
A pesar de lo que muchas personas crean el lenguaje simbólico masónico es mucho más amplio que el referido a los útiles de los constructores y no solo porque más allá del Grado de Compañero se comience a trabajar con algo más que útiles, y se integren conceptos filosóficos, si no porque en todo momento nos acompañan otros elementos poseedores de gran fuerza simbólica, la música por ejemplo, que resulta un elemento de gran importancia como ya se ha puesto de manifiesto en este mismo blog en este post o en este otro ,por poner sólo dos ejemplos.
Incluso el ágape no deja de poseer una importante carga simbólica por más que en ocasiones, seguramente más de las deseables, se convierta en una simple comida entre colegas sin mayor trascendencia.
Creo pues, que el lenguaje simbólico, el manejado en masonería, se mueve dentro de parámetros que permiten una libertad de interpretación que abre un amplio campo para expresarse desde que se comienza a utilizar, que no requiere más que algo de esfuerzo, facilitando que vayamos profundizando en su manejo hasta conseguir hacerlo con la suficiente destreza como para que nos sirva como la herramienta que en el fondo es.
Parece evidente que habrán de ser los encargados de la formación a Aprendices y Compañeros quienes lleven a estos a profundizar en la comprensión y el manejo del lenguaje simbólico, aunque para hacerlo deberán estar impregnados de un conocimiento que vaya más allá de los muchos lugares comunes que se manejan en masonería, y a los que solemos aferrarnos por pura y simple comodidad la mayoría de las veces, movámonos en lo conocido, en lo establecido, que eso nos aparta de cualquier esfuerzo por abrir un trecho de camino en lo desconocido, parecen pensar quienes hablan de libertad para inmediatamente ceñirse a lo trillado, y poner en tela de juicio cualquier intento que se salga de ese camino infinitamente revisitado de los lugares comunes
El lenguaje simbólico quizá sea crea necesario para recuperar el conocimiento ancestral, mas el mismo simbolismo que uno cree que entraña soluciones, al mismo tiempo limita o encierra la realidad última de cada significado. Es el humano mismo el que ha perdido las facultades, y ahora, extraviado en un laberíntico sendero de símbolos se dirige de nuevo y sin saberlo, a la casilla de salida.