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promesas juramentos

La vida masónica lleva aparejada, entre otras muchas cosas, una constante repetición de promesas o juramentos, que cada cual aplique el término preferido, realizadas ante una asamblea de Hermanas y Hermanos, que suele comenzar siempre con las mismas palabras:»Por mi honor y mi fe masónica, prometo(juro) …» y a partir de ahí la promesa contiene matices en función del Grado en el que se realice o del cargo o función que se vaya a desempeñar, aunque siempre se refiere a un compromiso no solo en lo que atañe a uno mismo sino, y además, hacia los demás en base a unas reglas libremente aceptadas en un ejercicio que se repite de una manera cíclica, y que está (debiera estar) permanentemente presente en la vida de toda persona que sea masona, algo muy diferente del estar en masonería.

La promesa o juramento no es simplemente un acto formal expresado verbalmente y refrendado mediante la correspondiente rúbrica en un documento, se trata (debería) de un compromiso personal que nos obliga (debería) a cumplir con los extremos de lo prometido, sin que pueda mediar la menor disculpa para que esto no sea así. Desgraciadamente, la vida nos demuestra que es mucho más fácil pronunciar unas palabras, rubricar un texto, que llevar a la realidad aquello a lo que, libremente, nos comprometemos.

Quizás todo se deba a que no se preste atención a lo que se lee, quizás a que no se acude a estos actos con la debida actitud o quizás, simplemente, que se piense que aquello no es más que un puro formulismo dentro del contexto litúrgico en el que se producen. La realidad es que vemos con demasiada frecuencia como esas promesas se saltan alegremente, con una tal facilidad que nos lleva a dudar de si se realizaron con la plena consciencia de las obligaciones éticas que comportaban.

Nadie podrá alegar que cumplir con las promesas (juramentos) masónicas exige la realización de actos heroicos, sí una cierta coherencia personal (no sabría decir si esto es algo heroico), un mínimo respeto por la palabra dada, y un gran respeto por quienes fueron testigos de nuestras promesas, y precisamente por esa coherencia y ese respeto  hacia nuestra palabra y hacia quienes fueron nuestros testigos en tales momentos, debemos tratar de que esas promesas (juramentos) sean nuestra aguja de marear durante cada uno de los días de nuestra vida.

Tampoco se trata, y a pesar de lo que pueda creerse, de que tales compromisos puedan ser calificados como sobrevenidos de manera sorpresiva, que por tanto podría ser disculpable, ¿podría serlo realmente?, sino más bien todo lo contrario, ya en la misma ceremonia de iniciación se nos advierte de la gravedad del paso que vamos a dar, y se nos proporciona una última puerta de salida antes de proceder a ser recibidos como Hermanas o Hermanos, con toda la carga de responsabilidad que tal condición llevará aparejada a lo largo de nuestra vida masónica y que, «desgraciadamente», se incrementa tras cada nueva etapa cubierta. Si no hacemos uso de esa última oportunidad no tendremos nada que nos libere de cada uno de los sucesivos compromisos adquiridos y que renovaremos con cada nueva promesa(juramento).

Promesas …. pero cuan rápidamente se nos olvidan

1 Comentario

  1. Es difícil entender, como después de la descarga emocional q suponen algunas ceremonias, en las q nos comprometemos con tanta convicción, causas más bien endebles justifican abandonos o distanciamientos q en realidad solo se pueden justificar, si como señala el artículo, el compromiso no era verdadero. Así y todo prefiero el vaso medio lleno de l@s q día día viven -vivimos, perdón- la masonería como una verdadera fratría.

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