Ahora que tomando las palabras de Ovidio, he dado el primer paso con el que empiezan todos los viajes, y no tengo más remedio que salir de la zona de confort, de los mantras tan repetidos por eficaces, y dar el segundo, es tiempo de echar la vista atrás y preguntarse qué se aprende en el tiempo de aprendiz cuando está próximo a su fin.
Creo que he aprendido pocas cosas, es cierto: cuando hube de releer las planchas iniciales para construir la definitiva, descubrí con horror el amontonamiento de conceptos, repetición de lo oído y leído con ánimo de dotarme de una seguridad que nunca sentí.
Pareciera que a base de repetirme en metáforas simbólicas, piedra bruta sobre la que golpeaba ciegamente, imitando lo que algunos maestros me mostraban, pudiera pulir esa piedra hasta bordear la perfección.
Nada de eso era cierto. O casi nada. Cerca del punto de cruce, sentí el pánico del vacío bajo los pies: por suerte la guía magistral de algún Hermano, me situó en un aparente nuevo punto de partida, en el que casi inconscientemente, el lenguaje simbólico y el método masónico habían hecho efecto: volví la vista entonces al principio real, a esa Cámara de Reflexión, principio de todos los principios, que en el momento de vivirla, apenas supuso una pátina de símbolos no asimilados, y ahora, algún tiempo después tomaba nuevo sentido. V.I.T.R.I.O.L, viaje interior, porque eso ha sido la entrada en la logia, un viaje interior apoyado en algunos asideros exotéricos, que sobre todo, me ha ayudado a entender qué hago aquí, por qué estoy en masonería y no en una ONG cualquiera, respetables tantas.
La masonería no me limita en absoluto, pero me da herramientas para mejorarme y si quiero salir hacia el exterior, hacerlo sabiendo quien soy y qué pretendo. Iniciación: entré siendo un buscador perdido, y en la Cámara de Reflexión, dejé atrás al profano mediante la putrefacción de lo antiguo, y nació una persona que sigue buscando pero ya no perdido, sino con un horizonte, un camino y unos límites por los que caminar.
Me queda pendiente la asignatura del silencio, o de los silencios, pues si fue fecundo aquel que permitió ahondar en los trabajos de los Hermanos, también lo hubo atronador, nefasto, impuesto, y finalmente, ese gran objetivo de perfeccionar mi silencio, ha sido mi mayor fracaso, pero eso no ha sido obstáculo para haber aprendido que la Fraternidad fluye en la confianza de los Hermanos, la Libertad no significa golpear a todos lados sin saber qué buscar, la Igualdad hay que pelearla en cada momento incluso contra nosotros mismos.
He aprendido que la masonería debe ejercerse en todo momento y no solo unas horas de tenida, que la luz debe buscarse en aquellos Hermanos que de palabra hablada o escrita, se ofrecen a apoyarnos -por suerte es fácil encontrarlos- cuando creemos perdernos.
He aprendido que las herramientas están para que cada uno las usemos según nuestras capacidades y no solo imitando las fórmulas de los Hermanos. La regla ha sido mi última herramienta , y a través o con ella, he entendido este lago año de forma simbólica y eficaz: medidas asumibles en lo cotidiano, 24” permiten un ritmo adecuado a nuestras medidas y compresiones, pero también el infinito camino que debemos recorrer porque cada recta no es más que una porción de ese sin fin que es la masonería, infinitas rectas en sus líneas de fuga para proporcionar una perspectiva y una escala asumible de todo lo que pueda excedernos y limitación voluntaria y aceptada, simbolizada en esa regla que nos obliga a aceptar las normas que nos hemos otorgado, y marcándonos los márgenes del camino, que sin dejar de ser infinito, circula entre columnas. Siento la alegría de este tiempo de cambio, la proximidad de Hermanos que me han permitido construir la base que espero sólida, sobre la que construir mi identidad masónica.
Lau de Uve
Muy buena reflexión de una etapa de aprendiz ahondando en su yo interior