La masonería especulativa, como heredera de la antigua cofradía de los constructores, no deja de constituir la agrupación de personas reunidas con el fin de llevar a cabo una construcción, personal, interior, y de alguna manera la de una sociedad que se rija por unos determinados presupuestos éticos. Es evidente que todo esto no se realiza mediante el aporte de piedras, ladrillos argamasa … aunque es bien cierto que todos estos materiales siguen utilizándose de manera simbólica en el trabajo de los «constructores» masónicos.
En todo caso, la herramienta fundamental de la que se valen los miembros de la francmasonería es la palabra, y por tanto del lenguaje. No quiero decir que exista un lenguaje masónico diferente del que se emplea en la calle sino que existe una determinada manera de utilizar el que usamos habitualmente aunque con algunas matizaciones.
A lo largo del tiempo el lenguaje utilizado en el interior de las logias ha evolucionado hacia formas más llanas, no sería bueno señalar que no se trata de una generalización ya que en buen número de ellas se siguen utilizando modos dieciochescos y de suma educación, y que sin la menor duda chocarían a cualquier profana o profano. El usted o el vos han ido cayendo en desuso con la llegada de nuevas generaciones educadas en formas de comunicación más simples y eso, inevitablemente, se ha trasladado al interior de las logias de la misma manera que una cierta informalidad en el vestir, cuestión esta por cierto que no deja de ser también una forma de lenguaje.
En cualquier caso debemos admitir que, por fortuna, determinadas expresiones o formas de hablar están proscritas no por reglamento alguno sino por un tácito acuerdo al que se llega de manera espontánea y que es asumida con total normalidad por quienes, tras el preceptivo periodo de silencio inherente al aprendizaje masónico, retoman el uso de la palabra como medio de expresión en Logia.
Ahora bien, de la misma forma que en el mundo profano también en la Logia debemos cuidar de las expresiones que utilizamos aunque desgraciadamente no exista ninguna «real academia» que se encargue de velar por nuestro lenguaje, y por ello es fácil que cada día con más intensidad se vayan introduciendo expresiones que, cuando menos, podríamos calificar de desafortunadas, ya que suelen romper con una de las máximas del trabajo masónico, el respeto al otro y el concepto de fraternidad (en este sentido se recomienda revisitar este post, publicado no hace mucho tiempo).
Ahora bien, el lenguaje masónico al igual que el profano se encuentra fuertemente condicionado por esa otra forma de lenguaje que denominamos corporal o gestual, en parte porque con el tiempo se ha ido perdiendo una disciplina que se creía inherente al lenguaje masónico pero que, indudablemente, exige una fuerte disciplina para mantenerlo, aquello que se denomina «estar al orden«, y que costumbres y «actualizaciones» del comportamiento masónico han ido relajando hasta hacerla desparecer casi por completo, sería lo que algunos traducirían por la democratización de los usos y las costumbres para adaptarlos al concepto de igualdad confundido con el del igualitarismo.
Parece evidente que si el rito es importante en masonería este no se entiende sin un lenguaje concreto y cuando hablo de lenguaje me refiero no solo a las palabras que utilizamos sino también al como lo hacemos y a como empleamos el gesto para apoyar la palabra. Es evidente que, en tales casos, se pierden irremediablemente aquellas formas de comunicación que se basan en el respeto y la fraternidad
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