Por cosas del destino o de la Ley del Caos que nos rige, mi incorporación a la masonería coincidió con un período fértil: la incoporación de nuevos miembros resultaba algo habitual de tal manera que el puesto de Segundo Vigilante adquirió más preponderancia de la que ya tiene de por sí al tiempo que exigía una mayor dedicación.
Por una cuestión totalmente ajena a la propia masonería, pero íntimamente ligada al calendario, en mi memoria se entremezclan las vivencias derivadas de la convivencia con dos Maestros diferentes en este oficio. Dos Maestros, dos maneras de enfocar el difícil cometido de un puesto que resulta fundamental en la formación y en el devenir masónico de los recién iniciados.
No voy a descubrir secreto alguno si afirmo que, como casi todo en la vida, cada «maestrillo tiene su librillo» y que por tanto las maneras de llevar el oficio fueron harto diferentes. Tan diferentes que una vez pasada esa etapa he llegado a preguntarme si se tiene el suficiente cuidado a la hora de elegir a la persona que ocupa un puesto fundamental en la estructura de la logia.
No es que con el cambio aprendiéramos de repente lo que no sabíamos, pero si que las ganas de trabajar se habían multiplicado, cada tenida nueva, ahora era vista como una oportunidad e incluso -aunque será materia para otro artículo de esta serie-, se despertaron en mi las ganas de buscar algún maestro al que acompañar para conocer otras logias fuera de nuestro pequeño mundo.
Resultó, al menos para mi, un cambio tan radical que, junto a la confianza adquirida con algún maestro que fue fundamental a la hora de encarar la nueva realidad, la evolución en las indicaciones sobre aquello que podíamos o, mejor, debíamos leer, ayudó a que, al fin, el tiempo de aprendiz, fuera exactamente eso: tiempo de aprendizaje.
Una cosa he aprendido de aquel tiempo de Aprendiz, en Logia no hay oficio fácil aunque sí alguno más complicado que otro y por tanto se debe poner especial cuidado en colocar a la persona más adecuada en cada oficio, más aún al elegir a la persona que se encarga de la formación de los recién llegados.
Los Aprendices necesitamos de la luz del conocimiento que nos proporciona, en primer lugar nuestro Segundo Vigilante y en última instancia hasta el más joven de las Maestras y Maestros. Somos terreno virgen y diverso, necesitado de trabajo intenso y personalizado ya que no todos los suelos tienen la misma composición ni, por tanto, necesitan los mismo cuidados.
Es así que en mi memoria se funde el recuerdo de una copa amarga y una copa dulce como resumen del tiempo que pasé encerrado en mi silencio mientras recibía ora un abrasador viento sahariano que agostaba cuanto encontraba a su paso, ora una gratificante lluvia fina que me empapaba de conocimiento y ganas de seguir en este duro camino que es la masonería
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