En una de estas discusiones de aprendiz, ahí en el principio de los tiempos, descubrí que no hacía falta esperar a ser compañero para viajar: bastaba con la compañía de un maestro para poder hacerlo. Como muchas de las normas con que nos hemos dotado a lo largo del tiempo, es muy fácil tenerla sensación cuando se empieza de que no tiene mucho sentido. Después de todo ya llegamos talluditos a la orden y se supone que con suficiente experiencia de la vida para tomar nuestras decisiones sin necesidad de supervisión. Pero como tantas otras normas, a medida que compruebas por qué están establecidas, te das cuenta no de que tienen sentido, sino de que tienen mucho sentido.
Tenemos tres años, y por eso, es necesario que un maestro que ya conoce otras logias (por más que todos nos rijamos aparentemente por las mismas leyes, no quiere decir que no haya diferencias) sabe dónde, cómo, y sobre todo, qué puede ser más adecuado para cada uno de nosotros.
En mi caso, tuve la inmensa suerte de hacer mi primer viaje a una logia hermana con características muy especiales: los hermanos que se reúnen lo hacen desde muchos puntos de nuestra geografía, son muchos los visitantes cada día, y sobre todo, se encuentra cerca de la frontera, por lo que muchos de los que acuden, vienen desde Francia, con todo lo que so supone para nosotros. El mero hecho de que haya que hablar, participar, pensar y deliberar en dos idiomas, exige una mayor concentración, y una predisposición a que el estado mental sea el adecuado para trabajar en los aspectos no solo externos, sino también -y quizá más importante aún– en lo que atañe al viaje interior.
La experiencia de vida masónica que aportan los hermanos de un país con amplia tradición, en el que la masonería se vive durante generaciones con absoluta normalidad, dan una perspectiva distinta, hasta el punto de que en esa tenida, descubrí sin lugar a dudas qué significa el egregor, ese espíritu que se genera cuando todos pensamos, caminamos y actuamos en una sola dirección. No recuerdo ahora el nombre del especialista que afirmaba que en una tenida masónica es el lugar donde más intensamente se manifiesta, solo recuerdo que era un científico no masón, y no sé si en otros ámbitos puede generarse este espíritu, pero si puedo asegurar que aquel primer día que viajé, durante un tiempo indeterminado que me pareció cortísimo, viví plenamente ese espíritu, incluso llegué a tener la sensación de que por momentos, adquiría consistencia corpórea. Que la mayoría de los asistentes confirmara al final de la tenida que habían tenido una sensación similar, no hizo más que refrendar lo que creía que era una intuición. Incluso los hermanos franceses, comentaban que también para ellos la experiencia de compartir trabajos con nosotros les suponía un extra de motivación aunque solo fuera por la ilusión renovada que comprobaban cada vez que asistían a esta logia.
Después, viajé a otras -no pienso dejar de hacerlo mientras las fuerzas me lo permitan –, pero eses primer viaje, dejó una huella indeleble y el deso de volver una y otra vez en la esperanza de que el egregor vuelva a adquirir la intensidad de aquel primer día, pero también me dejó como bagajela evidencia que la masonería es fraternidad y aprendizaje constante, y avanzar de la mano de quien tiene experiencia y sabiduría es la forma más segura de disfrutarlo.
El Egregor es una realidad y se siente o no desde cualquier ángulo que uno trabaje. Si el trabajo es impersonal, no anónimo, su presencia es mas potente y evidente. La impersonalidad exige cierta brevedad, si no se diluye, y cierta mirada, siempre hacia el Centro, no a Oriente, porque allí habita. y se nutre.
Fraternalmente