En ocasiones la gente normal deberíamos hacer un pequeño alto en el camino de nuestras preocupaciones cotidianas y mirar a nuestro alrededor con la mente abierta, lejos de los estereotipos que desde determinadas páginas de la red se empeñan en dibujar un mundo de buenos y malos, por supuesto «nosotros somos los buenos», los «otros» unos invasores pobres y desgraciados que vienen a quitarnos aquello que consideramos nuestro por un extraño derecho divino en una sociedad cada vez más laicizada aunque no por ello más democrática, empática y solidaria.
Hemos olvidado nuestro tiempo de emigrantes, económicos o políticos que eso importa poco aunque en el primer caso quienes salían de su terruño lo hacían cargados de miseria, esa miseria que se vivía en casi toda España durante muchos años y así fuimos llevando nuestra cultura a América primero y a Europa más tarde, cuando el franquismo no era capaz de proporcionar una vida medianamente digna a muchos de los habitantes de aquella España gris y tétrica.
Ahora, que según parece algunos se creen ricos dentro de su miseria moral, ya no recordamos aquellos tiempos de emigración que no están tan lejanos por cierto, la última oleada apenas ocurrió hace 60 años.
No vamos a hablar de la emigración española aunque no está de más poner las cosas en su lugar y los recuerdos en nuestra mente para tratar de una situación que llama a nuestras conciencias con aldabonazos cada día más fuertes, la tragedia que un día sí y al siguiente también se produce en ese mar cuna de civilizaciones, dicen, pero que nos muestra una sociedad cada día más incivilizada.
La tragedia de las personas que se encuentran a bordo del Open Arms, y no exclusivamente en este barco, está dejando al aire lo peor de nuestra sociedad llena de miedos al otro por aquello de no perder un poco de lo que tiene que, en comparación con los pasajeros de estos barcos, es mucho.
Podemos echarle la culpa a Europa, que sin duda la tiene, pero no podemos quitarnos de encima la culpa que nos toca a cada cual pues Europa no hace otra cosa que responder a los estímulos, positivos o negativos, que recibe de sus sociedades y es evidente que en estos momentos se está generando una corriente, posiblemente minoritaria pero con un gran megáfono, que es capaz de convencernos de que existe un peligro de invasión que únicamente se encuentra en las mentes calenturientas de quienes manejan el megáfono.
Este post es una pequeña llamada de atención a toda la sociedad para que abre los ojos y, sobre todo, abra las mentes. Es una llamada a ser solidarios y responder con contundencia a toda la porquería que se vierte en las redes sociales para justificar lo injustificable, que 121 personas -daría lo mismo que fuesen 121.000- puedan perder la vida por la insolidaridad de una sociedad ciega y unos gobernantes incapaces.
Open Arms recibía el pasado septiembre el premio que anualmente otorga la Federación española de El Derecho Humano a personas o entidades que destacan por su labor humanitaria o de defensa de los Derechos Humanos, lo recibía porque así lo habían decidido democráticamente sus miembros pero en estos momentos el «silencio reina en sus columnas» y resulta un silencio clamoroso y extraño. No basta con reconocer el trabajo que se hace cuando está bien hecho, es necesario acompañar elr econocimiento con alguna pequeña muestra de apoyo. Este texto en una publicación masónica quiere venir a paliar en parte ese silencio, sabemos que quizás no nos encontremos en el momento más adecuado para tomar algunas decisiones que comportan reunir diferentes modos de entender la masonería, por fortuna en Masonería Mixta decidimos por nosotros mismos y con la absoluta seguridad de que representamos a algunas de las voces que entendieron que Open Arms llevaba a cabo un gran trabajo en defensa de los más elementales Derechos Humanos, el de la vida, ese mismo derecho que dicen defender los mismos que se oponen a que se desembarque en alguno de nuestros puertos a esas 121 personas y las que sean necesarias.
En general todos somos muy egoístas, en la riqueza y en la pobreza material, que nos viene de vivir en lo que creemos que tenemos y es nuestro o que nos falta porque otro u otros nos lo quitan. Se olvida el pasado y la historia y parece que estamos condenados ha repetir los mismos errores del pasado.