Son muchas las anécdotas que se cuentan sobre como la fraternidad de la Logia es capaz de superar situaciones en las que el conflicto es más que evidente, incluso se cuentan casos en los que encarnizados enemigos fuero capaces de sustraerse a sus diferencias en aras de la pertenencia a la masonería. La verdad es que podría resultar fácil, incluso cómodo, agarrarse a tales «cuentos» románticos si no fuera porque la realidad, tan tozuda ella, se empeña en demostrarnos día tras día lo complicado que resulta el ejercicio de la fraternidad cuando se ve sometido a las miserias humanas.

Es posible que todo el problema radique en una cuestión tan aparentemente simple como la que se deriva de estas preguntas

¿Qué hacemos aquí?

¿Para qué hemos venido?

¿De qué nos sirve nuestro trabajo?

Tres cuestiones que, sinceramente respondidas, deberían darnos las respuestas que nos faciliten la comprensión de las causas que dificultan la puesta en práctica de la máxima masónica Reunir lo disperso. Es muy posible que aquellas nos indiquen que no nos encontramos en el lugar adecuado si la respuesta a cualquiera de ellas no se traduce en algo positivo.

A pesar de lo que se pueda pensar, la iniciación masónica no es garantía de nada, incluso si a ella se acude con la adecuada actitud que no aptitud, en ocasiones más valorada la segunda que la primera en un claro ejercicio de soberbia intelectual absolutamente impropio del camino elegido aunque no por ello rara avis en él. Incluso una correcta actitud inicial, puede derivar hacia terrenos poco adecuados a poco que vayamos dejando que las herramientas proporcionadas vayan quedando arrumbadas en una esquina, sustituidas en nuestro día a día por mera palabrería vacía.

No importa lo lejos que se vaya en el camino iniciático, siempre es pronto para, olvidando las exigencias de cada Grado alcanzado y supuestamente vivido, dejarse arrastrar por el peso de metales que nos impedirán el ejercicio de la exigente tarea de trabajar con los diferentes, incluso con los más exacerbados contrarios, bien entendido que tanto unos como otros, y nosotros, nos encontramos en el mismo plano de igualdad y respeto nacido, precisamente, de nuestra pertenencia a una comunidad basada en unas determinadas reglas de juego libremente aceptadas.

La distancia recorrida, las etapas consumidas, no resultarán decisivos pero sí lo será el quedarse anquilosado en alguno de los diferentes tramos que conforman el camino iniciado el día de nuestra recepción como francmasones o francmasonas.

El diseño del camino no es baladí, evidentemente tiene significado, y solamente su recorrido consciente y comprometido, no importa tanto la velocidad como la constancia en hacerlo, dotará de sentido la tarea que comenzamos cuando fuimos recibidos como Aprendices de nuestra obra.

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