Dice nuestra Constitución internacional en su art. 2:
“Compuesta por francmasones, hombres y mujeres unidos fraternalmente, sin distinción por razones sociales, étnicas, filosóficas o religiosas, la Orden utiliza para llegar a este fin, un método ritual y simbólico, gracias al cual sus miembros edifican su templo al progreso y al perfeccionamiento de la humanidad”.
Y a pesar de esta tan clara indicación y de figurar en la Declaración de principios en un puesto destacado, la propuesta de reflexión simbólica sobre la trascendencia que tenemos en estos momentos entre manos y hacerla ligada a la figura -o ente- conocido como GADU, y con las apostillas de: “¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas?” es una desviación del objetivo enunciado en el artículo 2. Porque puestos a reflexionar sobre lo simbólico de algunos conceptos este artículo es una mina. Tomemos el significado de “templo”, o el de “humanidad”, o el de “progreso”. ¿Qué queremos decir con estas palabras? ¿En qué pensamos al hablar de “perfeccionamiento”.
Pero aceptada esta reflexión sobre el GADU se me ocurren varios interrogantes: el primero es ¿de dónde salen esas preguntas? Especialmente la que antropomorfa al GADU? ¿Se da por hecho que GADU es un sujeto? Por etéreo e inaprensible que se le quiera concebir ¿Lo suponen, aun inconscientemente, de alguna forma, reflejo de algo humano? ¿Por qué no se pregunta “qué eres” o si “eres”? Por ejemplo. ¿Hay una trampa lingüística en el enunciado?
Porque con este enunciado propuesto nos metemos en un discurso que nos saca del campo del humanismo y del laicismo propios de la masonería para introducirnos en el de las creencias religiosas. Porque la idea del GADU, tal y como se ha enunciado, es el de una figura divinizada del que sólo se puede especular sobre sus potencias, cualidades o virtudes. Con este enunciado nos hemos metido en un discurso teológico antes que simbólico. Por ello: ¿podemos pensar para este trabajo fuera de la propuesta teledirigida de su título?
Entiendo que por cuestiones de operatividad las propuestas se dividan entre lo simbólico -lo imaginario- y lo social -lo operativo-, siendo en este caso lo simbólico claramente especulativo y alejado, aparentemente, de lo social, como son el resto de los trabajos que habitualmente hacemos. Y para mí, que lo simbólico es imagen de lo operativo y no una entelequia sin utilidad, quiero en esta plancha mostrar el aspecto operativo y social que la idea de un ser o entidad superior tiene en la masonería.
A través de los siglos, el avance de la ciencia apenas ha servido para arañar levemente el edificio de creencias que aún ostenta la religión. Y según se daba este avance, el hombre se hacía dueño de su destino y el humanismo se afianzaba como criterio filosófico. El ser humano se convertía en el objetivo per se. Ya no era un instrumento de la gloria divina que debía dedicar toda su vida a su alabanza. El hombre, su desarrollo, su búsqueda de la felicidad basada en el conocimiento de su verdad personal, libre de imposiciones externas a su pensamiento era el objetivo. La autonomía de pensamiento y la libertad para que cada uno trace su camino es la meta del humanismo y de la masonería.
Y en esa libertad de pensamiento se enmarca la idea de la trascendencia y de la vida espiritual; que como libertad de pensamiento es respetable y defendible, sin que un debate entre ciencia y creencia tengan aquí sentido alguno; pues no hablamos de hechos sino de sentimientos y emociones. Emociones y sentimientos que no son asépticas ni neutrales en masonería, en cuanto que se las introduce como parte del ritual, de los objetivos o de los anhelos de algunos de los trabajos en el Taller. Como no es aséptico ni neutral que la masonería se marque el “Progreso de la Humanidad” como objetivo.
Ningún objetivo es neutral, sino que está cargado de intención y conlleva una carga ideológica que determina sus actos. Por ello, en el origen de la Orden los trabajos y la orientación de los mismos se hacían a la “Gloria de la Humanidad”, lo que era coherente con el enfoque humanista y laico con que se produjo la fundación de “El Derecho Humano”.
Parecería que la idea que anima tras el concepto del GADU no tiene esa carga de dogmatismo que una figura como la del tradicional dios de turno podría sugerir; que GADU es más difuso, maleable, adaptable que lo que permite una doctrina religiosa al uso. Que incluso podría ser una no bien identificada energía cósmica que todo lo envuelve. Bien. Es posible que así sea para quienes tienen esa referencia inaprensible. No lo sé. Pero entonces, ¿qué utilidad tiene, más allá de la personal, la idea del GADU con que se abren los trabajos y encabeza las planchas en algunos casos?
Esa referencia que se nos propone sobre GADU como algo que está por ahí es una forma suavizada de aquellas otras explicaciones que las religiones proponían, y proponen, para entender el mundo en todos y cada uno de sus aspectos. Es el reducto al que ha ido a parar la omnipotencia frente al trabajo paciente de la ciencia y del humanismo. Ha quedado así reducida la idea del ser superior a lo que se ha dado en llamar el “Dios de las rendijas”; que ha mostrado ser la última de las trincheras del pensamiento teocrático: allí donde la ciencia no llega con su explicación está dios o GADU. Quizás, el ejemplo más claro, y cómico, lo hemos visto hace unos meses cuando, tras la comprobación de la existencia del bosón de Higgs, el canciller de la Academia de Ciencias del Vaticano declaraba que “detrás de la partícula divina se encuentra dios”.
Esta estrategia de ir buscando recovecos para alojar a dios se me antoja condenada al fracaso y frustrante para los propios creyentes, pues aquellos que viven su fe como un profundo valor personal ni necesitan esas justificaciones para creer, ni les aporta más beneficio intelectual o moral del que ya tienen con su fe.
Y si dios o el GADU sólo ocupan huecos inapreciables, ¿por qué preocuparse de su presencia en el imaginario de algunos HH? ¿Por qué traerlo a ocupar en pie de igualdad el tiempo de las logias con el tema social? ¿No tenemos nada más importante que hacer? Que debatamos este asunto puede ser considerado como una pérdida de tiempo, ya que considerando la creencia como algo exclusivamente privado no consideremos útil su revisión, y menos en público. Y sin embargo, no sólo es pertinente que discutamos este asunto, sino que además tiene un alto componente social, pues la invocación de trabajar a la gloria de algo extraterrenal es, aparte de un contrasentido -qué falta le hace a un GADU que los mortales trabajen a su gloria-, una alteración del principio de filantropía o del humanismo que es propio de la masonería. Porque, ¿cómo se puede poner el Progreso de la Humanidad en pie de igualdad con un ser o ente superior o supeditado a él?
Y si se dice que no hay incompatibilidad, que no hay supeditación alguna, ¿cómo se explica que lo definido en el rango de lo supranatural puede interactuar con lo que está en sus antípodas: el ser humano? Por supuesto que en el mundo de las creencias y de la magia eso es lo más natural del mundo; pero ¿es ese el mundo del discurso masónico? Tengo la impresión de que no. Si se pone el humanismo como eje de actuación de la masonería, no se puede al mismo tiempo construir una especie de pandeísmo masónico en que el GADU sería todo y nada. Ni nadie en concreto.
En mi opinión, la presencia de la idea de GADU, sea un ser o una energía, son formas del pensamiento mágico que como la creencia en el tarot, en el horóscopo, en la numerología son un freno para el trabajo social de la masonería, nos aleja de las preocupaciones sociales y desdibuja el mensaje y los valores que nos esforzamos por desarrollar en estas escuelas de ciudadanía que son las logias.
Por ello, esta reflexión que nos propusimos hace casi un año es pertinente, operativa y de largo alcance si el resultado de éstas fuese que nos centrásemos en trabajar en lo que nos une, que a mi entender es el “Progreso de la Humanidad”, y por ende lo social; en cómo trasladamos los valores y los trabajos que hacemos en el interior de los talleres al exterior; en cómo nuestra mejora personal la hacemos visible en la sociedad, más allá del ámbito personal; dejando la idea de GADU reservada al mundo privado e inviolable de los que se sientan íntimamente reconfortados con ella.
He dicho. Ricardo.
Magnífico texto.