Libertad y tolerancia son los dos lados de una misma moneda, ya que no soy libre si no soy tolerado. También, desde la Ilustración, se señaló la relación existente entre progreso y tolerancia, pues el primero precisa de la existencia de un marco adecuado de respeto, donde proliferen y coexistan ideas divergentes.
Para definir la tolerancia se acude con frecuencia a la idea de intolerancia, esto es, se llega al concepto de tolerancia por la definición de lo que no es tolerancia, por la negación llegamos a la idea de tolerancia, por lo negativo nos representamos qué es tolerar: lo contrario de no tolerar. No conozco la intolerancia absoluta, esto es, frente a todo, la que conozco es la particular, la que se concreta hacia determinadas personas, actos, ideas…
Ya hemos asumido que la ciencia es intolerante desde el momento en que solicita la demostración, ella se muestra como el único soporte de la verdad. Y hemos comprendido la intolerancia científica al darnos cuenta que ésta es incapaz de abarcar todos los campos del conocimiento del hombre y de que para la ciencia sólo tiene sentido lo que se ajusta a su método de hallazgo y examen de la realidad. Todo lo demás, la religión, la cosmovisión, la filosofía, la psicología en sentido amplio… queda fuera de la ciencia.
Lo primero que debemos hacer, para enfocar la tolerancia, más que darle un concepto o definición, que la encorsetaría de forma perniciosa para la idea misma de tolerancia, es comprender qué significa para nosotros, para cada uno de nosotros, la verdad, a qué nos referimos cuando decimos buscar la «verdad». Para los griegos era desocultación. La forma de alcanzar esa desocultación difiere, para unos la desocultación se logra cuando se adecúa el pensamiento a la cosa, o cuando ponemos nuestras leyes en la cosa y así creemos entender cómo se desenvuelve ésta, para otros, entre los que aspiro a estar, las respuestas a nuestras preguntas son res-puesta, la pregunta es la respuesta porque la pregunta nos hace posicionar la cosa, al preguntarnos ponemos de nuevo a la cosa en el nivel de la problematicidad, la re-ponemos (res-puesta), y la ponemos en cuestión y la debemos dejar ser, nuestra actitud hacia ella debe ser de correspondencia: co-respondo con la realidad para que la realidad me pueda responder. Ya no soy yo el que domina la cosa -con la ciencia- ya no le introduzco las leyes que rigen a la cosa, sino que es la propia cosa, en relación de correspondencia conmigo la que me muestra la verdad, pues quedo abierto a las múltiples formas en las cuales el ser puede manifestarse, quedo en un estado de ánimo ante la cosa, una observación vacía de prejuicios, que me lleva a pensar a buscar la verdad sin tratar de aprehender y dominar la cosa, la aprehensión y dominación de la cosa es lo que se trata de llevar a cabo con el método científico o meramente racional, que representa lo contrario de esta forma de conocer la verdad a través de la correspondencia. Esta segunda forma de preguntarse por lo que es la verdad -aquélla que pone a la cosa de que se trate de nuevo en cuestión para observarla sin prejuicios- nos lleva a aceptar que la verdad es neutral, lo que la aleja de todo dogmatismo.
Si buscamos la verdad desde esta actitud de abierto con las cosas nos será más fácil aceptar a aquéllas personas, situaciones o cosas que se alejan de lo que cada uno de nosotros considera dentro de sus propias ideas, de sus propios valores, de su propia ética o de su propia y particular moral.
Ahora surgen estas preguntas: ¿Es la tolerancia un mero soportar al otro o debe implicar algo más? Pero sobre todo ¿dónde se encuentran los límites de la tolerancia?
1º.- El límite de la tolerancia lo podría encontrar en algo medible en términos utilitarios: tolero todo aquello que, de no hacerlo, provocaría un mal mayor o impediría un bien superior. Sin embargo, ver la tolerancia bajo el prisma utilitario es alejarse de la verdad buscada para llegar a la conveniencia personal y egoísta, que no respeta los derechos individuales al preocuparse sólo por la suma de la satisfacción, llegando a cuestiones tan dementes como aquella deliberación sobre lo moralmente correcto, desde el punto de vista utilitario, en el supuesto de que la felicidad de una ciudad dependa única y exclusivamente de tener encerrado a un niño, demente, desnutrido y abandonado en un sótano, porque, a costa de un solo niño, todos los ciudadanos de esa ciudad son felices. La liberación del niño no está justificada porque supondría la pérdida de felicidad de todos los ciudadanos. La utilidad medida en términos de satisfacción nos lleva a encerrar a uno sólo para que sean felices mucho. Este argumento utilitario lo descarto para fijar los límites de la tolerancia.
2º.- Para fijar acertadamente el límite de la tolerancia tengo que situarme más allá de donde llega mi indiferencia, porque, realmente, sólo se puede ser tolerante con lo que molesta, con lo que nos causa indiferencia no se es tolerante, se es indolente, porque ni nos afecta, ni nos preocupa, ni nos conmueve. Pero con lo que molesta sí se ha de ser tolerante o intolerante. ¿Dónde poner el límite ahora? ¿En la conformidad social? ¿En lo que el grupo social considera, por consenso, que es tolerable? Esta forma de fijar el límite de nuestra tolerancia no es propia, la sacamos de nosotros para hacerla descansar en el consenso social. Y el consenso social no siempre es el que más se acerca a la perfección. Fijar el límite de la tolerancia en el consenso social nos pone en el riesgo de que la tolerancia que ejerzamos esté condicionada por el hecho de querer agradar para conseguir algo, por la mera conveniencia. Pero, además del peligro que acabo de indicar, tolero para agradar, existe uno más grave: el que la tolerancia basada en consenso social tiene en su aspecto negativo: tolerar determinadas situaciones que el consenso social ve adecuadas, expresa o tácitamente, nos lleva a permitir situaciones como la desprotección y la discriminación de individuo, la permisibilidad a la esclavitud y la inacción ante la justicia. Sirven de ejemplos: la corrupción política y funcionarial de estos últimos años, la explotación infantil, la explotación sexual de la mujer, la eliminación de la protección sanitaria al que no tiene «papeles», la duración eterna de los juicios, el recorte de los derechos laborales y sociales adquiridos, la defensa del interés de la banca sobre todo lo demás (desahucios, preferentes, engaños bancarios, el swap…), promesas electorales no vinculares, desvalor de la palabra dada, etc.
3º.- También, como sucedía en el anterior punto, sólo se puede ser tolerante, además de aquello que nos molesta o conmueve, sólo podemos ser tolerantes -decía- con aquello que podemos impedir, ya que aceptar lo que nos imponen bajo constricción no es tolerar, es ser sumiso. El límite en este caso también tiene que estar necesariamente dentro de lo que está en mi mano impedir, sea directa o sea indirectamente. Aquí empiezo a ver más complicados los límites de la tolerancia. Ahora asoman esas ideas, propias del escepticismo, referentes a que somos seres imperfectos a quienes cuesta hallar verdades, estamos modelados de debilidades y errores, por ello es bueno y necesario que nos perdonemos las necedades recíprocamente, porque somos débiles, inconsecuentes y sujetos a mutabilidad y al error. Me parece una idea escéptica, para fundar la tolerancia, la de Gandhi: «Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio». Esto decía Gandhi. Es evidente -según esa idea- que, cuando Gandhi encontrara ese remedio, ya no sería tolerante con los que no siguieran el secreto que le permite poner remedio a los defectos de mundo. También asoman esas otras ideas del relativismo según las cuales todos tenemos una parte de la verdad, incluidos sus extremos más radicales: si aceptamos una opinión falsa eso quiere decir que hay otra opinión que es verdadera; o que es necesario, en ocasiones, un conflicto de la verdad con el error para comprender claramente la primera, luego, tanto la opinión errónea como la verdadera, son necesarias y por lo tanto tolerables.
Pero llegados a este punto es fácil ver que he ido mezclando ideas que es necesario separar ya que la tolerancia no es igual para todo, ya que no es lo mismo tolerar una idea o una opinión, que una actuación o un hecho. Es decir, la tolerancia no se puede analizar de igual forma cuando recae en el pensamiento que cuando recae en la acción.
Cuando lo que sometemos bajo la mirada de la tolerancia es el pensamiento, las ideas, las opiniones, las creencias, la ideología, etc. el límite de la tolerancia es muy amplio, casi inexistente, aquí no nos permitimos la censura de las opiniones ajenas porque ello se opone al progreso, entendido como el crecimiento de conocimientos acerca del Universo y sus consecuencias práctico morales, pues dicha censura atentaría contra la búsqueda racional de verdades. No se censura, se discute, se dialoga, se practica la dialéctica y se construye, porque aquí la tolerancia es, como dice el diccionario, es el Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Y alguien dijo más, y ser tolerante es estar dispuesto a considerar esas ideas, incluso a aceptarlas como propias, a asumirlas. Debe primar el respeto absoluto a las opiniones ajenas y a la expresión de las mismas, ya que todo tipo de censura nos llevaría a que lo que defendemos se convierta en dogma, y cristalicemos el pensamiento alejándonos de la verdad, porque la verdad especulativa necesariamente requiere la batalla de los contrarios, en desarrollo libre y audaz, para ser profundizada. Esta tolerancia es practicada o debería ser practicada en masonería sin ninguna dificultad. Tanto se ha hablado de ella, que considero adecuado no decir más sobre ella en esta plancha.
La tolerancia difícil, la que realmente cuesta definir dónde están sus límites, es la tolerancia a las acciones de los demás. Ya dije que para fijar el límite a esa tolerancia hay que tener claro que el mismo se establece únicamente en las acciones que podemos evitar y que nos afectan, directa o indirectamente. La acción que no nos afecta (deberían ser muy pocas, por cierto, porque tolerancia e indiferencia no es lo mismo, no podemos confundirla, no significa ser tolerante cuando nos mostramos pasivos frente al racismo, la xenofobia, la marginación, la exclusión social, el abuso de los grupos vulnerables, etc. La tolerancia aquí nos exigiría que actuemos y salgamos en defensa de las personas privadas injustamente de sus derechos y libertades), decía que la acción que no nos afecta o la acción que no podemos impedir no es susceptible de ser tolerada, sino de ser sufrida por estar sometidos a la fuerza que nos la impone, en el caso de la indiferencia, una ignorancia o despreocupación propias, en el caso de la impuesta, una fuerza coercitiva, extraña a nosotros, que nos hace obligadamente sumisos. Fuera de esos supuestos, cuando nuestra voluntad tiene acción directa o indirecta, es donde tenemos que plantearnos dónde está el límite de la tolerancia frente a las acciones del otro o de los otros.
Con carácter previo a buscar esos límites no podemos perder de vista una idea, y es que la tolerancia no supone la mera aceptación pasiva de las particularidades de los demás, exige nuestro activo esfuerzo por conocerlas y comprenderlas, para, tal vez, compartirlas si fueran de nuestro agrado, o respetarlas si no lo fueran, dentro de los límites que deben fijarse. Dice Octavio Paz «Para poder ser, he de ser otro. Salir de mí, buscarme entre los otros» y Savater dice «Nadie es humano si está solo; nos hacemos humanos unos a los otros». Si nos limitamos al mero respeto, es fácil que quien traspase el límite de la tolerancia seamos nosotros mismos y no el otro. Cuántas veces lo hemos hecho, tantas que se ha perdido la cuenta. Un ejemplo es la famosa «integración» que hoy se pide para los individuos extranjeros, que comienza siendo una bonita idea consistente en que el extranjero conozca y comprenda la cultura del país que le acoge para que la respete, pero que se olvida de la cultura del extranjero, que al principio se tolera y después molesta ya que esa integración termina convirtiéndose en la exigencia de que el extranjero asuma, tolere y practique los valores que esa determinada sociedad o cultura impone y si no lo hace se termina marginándolo o excluyéndolo socialmente. Como vemos, aquí la tolerancia, que comenzó siendo de mero respeto, ha terminado en pura y dura intolerancia. Y es que la idea abstracta de igualdad, que subyace en la tolerancia, acaba siendo discriminatoria, al exigir a los diferentes que se adapten al modelo de igualdad, o si no se les expulsa por no integrarse. Así pues, la tolerancia ha de ser activa, no pasiva. Es necesaria la preocupación por los demás para poder ser tolerante.
2º.- El límite de la tolerancia no debe perder de vista en ningún caso el respeto mutuo, reconociéndonos recíprocamente que cada uno tiene derecho a definir su propia identidad y a llevar a la práctica su cultura y creencias.
Aquí, recuerdo que estamos en la tolerancia a las acciones, no en la tolerancia a las ideas que ya quedó resuelta más arriba, en este punto nos tropezamos con la Paradoja de la Tolerancia que ya puso de manifiesto Karl Popper en su obra «La sociedad abierta y sus enemigos». Popper decía que la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia, pues si extendemos la tolerancia ilimitada a los intolerantes éstos últimos destruirán a los tolerantes y, junto con ellos, a la tolerancia. Así, si frente a unas ideas los intolerantes no responden con argumentos sino con los puños y con las armas, se hace necesario reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes, exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y se considere criminal cualquier incitación contra la tolerancia y a la persecución de dicho movimiento de la misma manera que sucede en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos.
¿Es un límite adecuado el que propone Popper? El límite de la tolerancia está en la intolerancia. A mí me parece que sí, porque dejando más allá los razonamientos teóricos o epistemológicos de la tolerancia y quedándonos con los prácticos es obvio que la intolerancia injustificada no es tolerable en ningún supuesto. EL problema consiste en determinar cuándo la intolerancia es injustificada y cuándo es justificada. Y para saber cuando la intolerancia está o no está justificada entran en acción las valoraciones morales, que entiendo son personales de cada uno. Siempre correremos el riesgo de la ambivalencia propia de todas las virtudes morales, este riesgo acompañará siempre a la tolerancia: ese riesgo consiste en la aplicación errónea de la virtud moral de cada uno, sea por exceso o por defecto. Pero más allá de estos riesgos, pienso que los límites esenciales de la tolerancia a las acciones de los demás están claros y prácticamente todos los conocemos, y cuando los sobrepasamos, la mayoría de las veces somos conscientes de ello o debiéramos serlo. No se tolera a quien no te permite ser persona, a quien te arrebata la dignidad, a quien injustificadamente no te deja expresarte, a quien no respeta tus legítimos derechos, etc. Creo que no hablamos de tolerancia cuando entramos en el campo de la estupidez o la idiotez, ahí no se trata de tolerar, sino de soportar o no soportar, ni cuando nos movemos en el campo de la irresponsabilidad, no se trata de tolerar a quien habiéndose comprometido en algo contigo luego no lo cumple, esto cae en el ámbito de la permisibilidad o no permisibilidad, que no es lo mismo que la tolerancia. En la tolerancia caen todas las ideas y de las acciones las que afectan a lo más importante en el ser humano. Las cuestiones de urbanidad y obligaciones, convencionales o sociales, quedan fuera de ésta y pasan al ámbito de la educación o del derecho.
Rafa
Es, ciertamente, un escrito muy denso; por eso, permíteme Q.H., que lo comente por partes. Dices que «Ya hemos asumido que la ciencia es intolerante desde el momento en que solicita la demostración, … » No veo de tus anteriores dos párrafos que esa asunción se desprenda de ellos, salvo que la des por cierta y universal, lo que sería una afirmación a mi entender excesiva.
Pero yendo a la frase en sí: ¿de verdad crees que es intolerancia pedirle a quien afirma un hecho que aporte pruebas de esa afirmación? Quiero suponer que no es así. Porque entonces, ¿juzgarías intolerantes a los jueces que en un tribunal condenan o absuelven según las pruebas presentadas?
Ya sé que el hecho judicial y el científico tienen muchas diferencias, pero a efectos de aceptar o rechazar un hecho ambos ámbitos piden certeza y comprobación de lo que se afirma.
TAF. Ricardo.