Todas las oficialías de una Logia tienen asignados unos cometidos claros que se reflejan en nuestros reglamentos y rituales, excepto la Columna de Armonía. No figura en nuestros más recientes Reglamentos Generales, aprobados en el Convento Federal Extraordinario el 23 de febrero del pasado año. Tampoco figura en el esquema de la Logia que se muestra en nuestros rituales ni en el más reciente Memento de los Aprendices. Si nos fijamos en el Cuadro de Logia en primer grado, tampoco veremos referencia alguna a la Columna de Armonía. En nuestros rituales de primer grado, solo en la Iniciación, Tenidas Magnas Fúnebres y en las ceremonias solsticiales se habla de la importancia de la música en determinados momentos de la ceremonia. Así, en la Ceremonia de Iniciación se nos sugiere el tipo de música para los tres viajes del recipiendario y para el momento en que el candidato recibe la Luz. En la ceremonia soslsticial recibe mayor protagonismo, pues se pide que la música suene durante toda la ceremonia, subiendo y bajando el volumen en función de las tomas de palabra y de los desplazamientos de los Hnos.·. y Hnas.·. por el Templo durante la Ceremonia.
Existe un limbo jurídico en nuestro ordenamiento masónico, lo que implica que el Maestro que se ocupa de la Columna de Armonía, no tiene por qué pertenecer al Colegio de Oficiales ni, en consecuencia, tiene por qué realizar su juramento. Según mi propia experiencia, al menos desde que yo estoy en Masonería, la música no ha tenido la importancia que, en mi opinión, debería de tener en nuestras Tenidas o al menos una continuidad adecuada para su desarrollo. En el pasado, generalmente un Hermano o Hermana a los que les gustaba la música, se encargaba de esta tarea. El problema surgía porque, en general, no tenían una continuidad en su función. A veces debían ocupar otros oficios ante la inasistencia de algún oficial o bien ellos mismos no podían acudir a alguna de las Tenidas, con lo cual, otro miembro del taller, no necesariamente un Maestro, deprisa y corriendo, buscando algún cd que hubiese por el Taller, sin conocer apenas su contenido ni conocer el manejo del equipo de música, debían ocuparse, con toda su buena voluntad, de la Columna.
Sabemos, sin embargo, que antiguamente la música tenía más protagonismo en los trabajos de las Logias. Las antiguas cofradías de oficios tenían sus propias canciones, así como el Compagnonnage; sabemos que las Constituciones de Anderson de 1723 se publicaron acompañadas de cuatro canciones masónicas con su música: el canto del Maestro, el del Vigilante, el del Compañero y el de recepción de los Aprendices; también sabemos que muchos músicos como Mozart, Lyszt, Mendelssohn, Sibelius, Haydn o Beethoven (su ópera Fidelio), solo por citar algunos de los más famosos, escribieron composiciones para ser tocadas en Tenida o composiciones profanas que incorporaban ideas y símbolos no solo masónicos, sino también relativos a otras sociedades como los rosacruces u otras sociedades paramasónicas. Por ejemplo, Wagner, que en su Parsifal desarrolla los símbolos del grado Rosa-Cruz o Eric Satie, que fué el compositor oficial y maestro de capilla de la Orden Rosa-Cruz Católica del Templo y del Grial.
Una de las posibles definiciones de música es aquella que la define como el arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios. La música es un producto humano que tiene como fín, la mayoría de las veces, suscitar una experiencia estética en el oyente, pues la música puede expresar sentimientos, ideas, pensamientos, deseos.
Pitágoras y su escuela, tenían una visión, la Música de la Esferas, por la cual, los cuerpos celestes tocaban unas melodías a cuyas notas obedecía todo lo existente, desde las estrellas y los planetas hasta las gotas de lluvia. No deja de resultar sorprendente como una de las teorías científicas que pretenden explicar la naturaleza en su conjunto, la Teoría de las Supercuerdas, nos lleva a que los cuerpos más pequeños del Universo no serían las partículas elementales del modelo estándar, sino unas pequeñísimas cuerdas cuyos modelos de vibración orquestarían la evolución del cosmos.
Los que amamos la música consideramos que esta debería de ser imprescindible en nuestros trabajos. Desde la antigüedad, la música es relacionada con el espíritu, más que con la razón y ello a pesar de que durante el siglo XX muchos grandes compositores la encorsetaron bajo reglas muy estrictas que ahuyentaron a muchos aficionados (la música dodecafónica y el serialismo integral de Schönberg y Webern y, posteriormente, Stockhausen, crearon una música muy abstracta compuesta para oídos muy especializados, muy dificil de seguir).
La música, bien utilizada, pone todo su poder emocional y de evocación al servicio de los trabajos. Para ello, el Maestro de Armonía, debe conocer bien los diversos rituales, así como los tiempos de trabajo, tanto del Venerable Maestro como de los diferentes oficiales del Taller, para incorporar la música en los intersticios intentando dotar de un cierto ritmo a los trabajos. Debe preparar concienzudamente la música de cada Tenida. No se trata, en mi opinión, de “adornar” los trabajos o de seleccionar un conjunto de bellas canciones, sino de usar el poder de la música para sugerir, subrayar, quizás incluso intensificar, el impacto emocional de nuestros rituales. Voy más allá. Cada Taller tiene su propia manera de enfrentar los trabajos, su propio estilo, algo que notamos inmediatamente cuando visitamos otros talleres. Un estilo que, fundamentalmente, crean sus Venerables. En mi opinión, la Columna de Armonía juega o debería de jugar, un importante papel en el reconocimiento de ese estilo, dotando a los trabajos de una “atmósfera” especial, que puede hacernos reconocibles en otros Orientes y otras Obediencias.
Si entendemos por armonía el equilibrio de las proporciones entre las distintas partes de un todo y aplicamos esta definición a la Columna de Armonía, esta sería la que efectuaría una labor de amalgama entre el ritual, representado y hablado y nuestros sentimientos. Actuaría como un símbolo más que al percutir en nuestra psique, nos elevaría por encima del recinto físico de nuestra Logia. ¿Quién no tiene recuerdos de alguna melodía o canción en algún aspecto importante de su vida?, ¿quién no comparte alguna música con su pareja, familiares o amigos, que nos sirve para recordar momentos especiales de nuestras vidas?. La Entrada en el Templo, el Reconocimiento que realizan los Vigilantes, el Encendido de Luces, la Cadena de Unión, la Extinción de las Luces y quizás el momento más relajado de una Tenida, la Circulación de los Troncos, son, en mi opinión, los momentos fundamentales de los trabajos en que la música debe cobrar un especial protagonismo. En esos momentos, una música bien escogida puede y debe potenciar nuestras sensaciones. Un violín, un piano, una guitarra, una trompeta, una voz, pueden atravesar nuestra alma en estos momentos, intensificar el efecto dramático de nuestros rituales, elevarnos espiritualmente.
La música está relacionada más con lo sublime que con lo bello. Podríamos definir lo bello como aquello que nos produce placer estético al entender aquello que observamos, sin embargo, lo sublime supone desbordar lo bello, es un sentimiento que puede llevar al ser humano a un éxtasis más allá de la racionalidad o incluso provocarnos dolor por ser imposible de asimilar. La música para Bataille, por ejemplo, es una experiencia que puede romper nuestra individualidad y fundirnos con lo colectivo. De esta forma, lo bello sería nuestra individualidad y lo sublime lo colectivo. Lo bello es inherente a la estética clásica (lo Apolíneo según Nietzsche) y lo sublime a la estética romántica (lo Dionisíaco según el filósofo alemán) y sabemos que los orígenes míticos de la Masonería que proponen diversos autores, más que discutibles, estaban fuertemente influidos por el Romanticismo. La música, por su inconmensurabilidad, al igual que la naturaleza, nos lleva a lo sublime. Ese ir más allá está en los cromosomas de nuestros rituales. Estos nos proponen un viaje interior, Visita Interiora Terra Rectificando, Invenies Occultum Lapidem; nos proponen abordar una serie de símbolos en busca de sus significados, de sus posibles usos especulativos, preguntándonos si existe algo más allá de la realidad aprensible o al menos, nos sugieren enfocar desde diversos puntos de vista la realidad que captamos con nuestros sentidos.
Quizás pomposamente, pero con humildad, cuando preparo la selección musical de cada Tenida, me gusta llamarla “plancha de música”, por eso, de acuerdo con nuestro Venerable Maestro y a través de nuestro Hermano Secretario, adjuntamos con las diversas Convocatorias, la música que sonará en cada Tenida. Como dije anteriormente, la música puede expresar ideas y sentimientos, y esto es lo que intento hacer, reflejarar mis sentimientos e ideas sobre lo que, en mi opinión, es la Masonería que se manifiesta a través de nuestros rituales o, mejor aún, lo que me gustaría que fuese la masonería de nuestra Orden, pero en lugar de plasmarlo en un papel y leérselo a mis Hermanos y Hermanas, os lo hago llegar en forma de música. Para mí, la Masonería del DH debe ser y creo que lo es, una Masonería progresista. Por ello, selecciono la música con una mano en la tradición y la otra en las vanguardias y en medio teniendo muy presente toda la historia de la Masonería en su conjunto.
La elección de la música dependerá de la sensibilidad del Maestro de Armonía. En principio, en mi opinión, no es descartable ningun estilo. Por ello, siempre me ha extrañado la poca variedad de la música que habitualmente he escuchado en muchos Talleres. Es abrumadora la presencia de la música clásica que abarca del siglo XVII hasta los primeros años del siglo XX, es decir, la música Barroca (Bach, Händel, Vivaldi, etc.), el Clasicismo (Mozart, Haydn, etc.) y el Romanticismo (Beethoven, Schubert, Chopin, Liszt, etc.), así como música de películas, normalmente muy popular o muy conocida. En mi opinión creo que se ha abusado en demasía de esta música. No así con la música española, muy poco utilizada. Se podría decir que somos excesivamente afrancesados y anglófilos. Nuestro acervo musical posée una inmensa riqueza. En el medioevo, como el canto mozárabe, la música andalusí, la música sefardita, el canto gregoriano; en la música renacentista y en la música barroca. Las piezas compuestas para los instrumentos de cuerda pulsada, como la vihuela, el laúd, la guitarra española y la guitarra clásica crean buenas atmósferas de trabajo. Con delicadeza, pero sin miedo, podemos adentrarnos en las piezas más “amables” de la música académica contemporánea, es decir, la música clásica o culta del siglo XX en adelante. Otros posibles campos: los sonidos de la música electrónica y el jazz más contemporáneo; músicas que, por ser muy descriptivas en su evocación de ideas, imágenes o estados de ánimo, se adaptan bien a nuestros trabajos.
Juntos exploramos el vasto dominio del pensamiento, exploremos también el vasto mundo de la música.
En consecuencia, que la Sabiduría presida la construcción de nuestros trabajos, que la Fuerza la sostenga, que la Belleza la adorne y que la Armonía, a través de la música, eleve nuestros espíritus libres fuera de estos muros, más allá de las fronteras, más allá de los mares.
Descartes.·.
Perfectamente explicado. Además hay que recordar la importancia que desde la Reforma luterana se da a la música en la liturgia. Además, hay que recordar que la música es un discurso no dialéctico.
La armonía de la música nos une al Universo