En los temas sociales, y más en este de los Derechos Humanos, es conveniente para saber cómo actuar acotar bien de qué se está hablando, aclarar errores en su concepción y ser conscientes de cómo hemos llegado a esta situación para proponer algunas ideas de actuación.
Un primer error respecto a los “derechos humanos” es considerar que estos existen y son intrínsecos al hecho de ser persona; un segundo error es considerarlos inmutables, de modo que un recorte o eliminación se considera como un ataque a la dignidad de las personas; y un tercer error, como consecuencia del anterior, es pensar que son consustanciales y forman eso que se ha dado en llamar “la dignidad humana”.
En el primer caso, los que piensan que los “derechos humanos” existen como parte del ser humano olvidan que los que hoy consideramos como tales no lo han sido en la inmensa mayoría de las sociedades hasta fechas muy recientes -y aún no lo son en bastantes-, ni ha abarcado a todos los seres humanos. Para empezar, no consideraba a las mujeres, ni a los extranjeros a la “polis” (los bárbaros), ni a los vasallos, o a los que no tenían una determinada renta… Hay tantas excepciones en la consideración de los “derechos humanos”, que considerarlos asociados al hecho de ser persona es exagerado.
El segundo error, el considerarlos inmutables, olvida que los “derechos humanos” se han modificado a lo largo del tiempo. De las primeras normas sobre el “derecho de gentes” del derecho romano hasta la Declaración Universal de 1948 se han sucedido los “derechos del hombre y del ciudadano”, “de la mujer y la ciudadana”, “del niño”, etc., de modo que hasta los que actualmente conocemos ha habido una continua modificación y mejora. Por otro lado, su “inmutabilidad” supondría que están predeterminados, que se derivan de una supuesta ley natural al margen de la sociedad. Es el iusnaturalismo como explicación circular.
El tercer error, que considera la aparición del “género humano” como la aparición de los “derechos humanos”, olvida que éstos son un constructo del Derecho, que «los derechos no son algo que exista ya dado en la naturaleza y que nosotros nos limitemos a descubrir, como los cromosomas o los continentes. Los derechos los creamos mediante nuestras convenciones. Así que la pregunta relevante no es ¿qué derechos tiene tal criatura?, sino ¿qué derechos queremos que tenga?[1]
Si los “derechos humanos” son un largo proceso que se inician con la Revolución Francesa, luego con los movimientos del socialismo utópico y los feministas del XIX, en que las conquistas se logran muy poco a poco, hoy, el ataque viene, principalmente, por el debilitamiento de sus principios ideológicos manifestados en la aceptación del lenguaje del adversario.
Cuando se da por cierto y bueno que existe la “libertad de mercado”, que la “eficiencia” es la vara de medir, que la “competitividad” es el valor absoluto, que el “crecimiento”, sea a costa de lo que sea, legitima cualquier medida, entonces no puede sorprendernos que se modifique la Constitución en un tiempo récord por quienes han perdiendo su discurso para convertirse en los “gestores amables” de un capitalismo que sólo ha tenido que esperar a que sus propias contradicciones les hiciera caer, y con ellos a todo lo que en más de 150 años de luchas se había construido como derechos sociales y económicos.
Del qué importa que “el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones” al “bajar los impuestos es de izquierdas” se han ido dando un cúmulo de renuncias y complicidades en los que la pérdida de derechos ha sido la consecuencia lógica; pues si los que aceptaban, aún a regañadientes, que había ciertas líneas que no se podían cruzar han visto que quienes tenían que defenderlas eran los primeros en dar por buena la lógica del capitalismo, al ocupar el poder se han encontrado con una ocasión de oro.
Entonces, una parte de esa izquierda, faltos -por propia renuncia- de un lenguaje propio, se lanza a etiquetar de fascistas a las políticas de la derecha. Y ojalá fuera cierto. Así, al menos, tendrían un enemigo fácilmente identificable, al que contestar con el lenguaje social propio que construyó el Estado de Bienestar en el siglo XX, sin esas jerigonzas con que las “terceras vías” de las London´s Schools han deslumbrado a tantos y que sólo han servido para llegar a la anulación intelectual de la izquierda en toda Europa. Que en el caso de España ha llevado a que un ex ministro vea como normal cobrar un millón de euros sólo en dietas en una Caja de Ahorros en bancarrota o a que un Gobierno autonómico nombre Hija Predilecta a la duquesa de Alba.
Pero no son fascistas, por mucho que abusen de medidas autoritarias para acallar las protestas. Son esa mezcla de señorito calavera de la España de “cerrado y sacristía” con el Chicago´s boys de la escuela de negocios. Ojalá fuesen fascistas, al menos tendrían un tinte obrerista. Pero no. El ataque a los “derechos humanos” que vemos en los recortes a la investigación, educación, salud, manifestación, opinión, etc., son los que hace un contable: ¿puedo ganar algo con ello? Lo privatizo. ¿No dará más que pérdidas? Lo elimino. Y eso no es fascismo, es contabilidad pura y dura. Cuenta de resultados. Y en esas circunstancias, para quienes han adoptado el lenguaje y la lógica del “libre mercado” pensar o hacer algo distinto les es imposible. Todo lo más suavizar sus formas, sus tiempos o su alcance. A la larga: nada.
Impedir que los “derechos humanos” retrocedan o desaparezcan exige una acción decidida que cambie las condiciones. Muchos movimientos en todo el mundo, desde Seattle a Río han marcado algunas pautas, algunas ya muy antiguas, como la tasa Tobin, que aquí, diferentes grupos han hecho suyas tras la “indignación” de un 15M, que los partidos institucionalizados aparentan ningunear, aunque no hace tanto les eran propias.
El cambio, a mi entender, pasa por recuperar un discurso propio, que en lo institucional sea revolucionario, en lo económico alternativo y conservador en lo antropológico y medio ambiental.
Revolución institucional, por la que la libertad de elegir sea cierta y no una lotería sobre propuestas trucadas, hechas a la medida de los intereses personales de las cúpulas políticas para perpetuarse; que la reforma constitucional, la electoral y las listas abiertas y desbloqueadas sean una realidad. Revolución institucional para que los derechos sociales no sean una mercancía, de modo que la ciudadanía sea un hecho cierto siempre y no una excusa electoral. Revolución institucional para que la corrupción no sea un arma arrojadiza, de modo que corruptos y corruptores encuentren abrigo o disculpa entre “los suyos” o “los nuestros”.
Una alternativa a la economía de la acumulación que se ha ido apoderando de lo colectivo y universal para privatizarlo. Una alternativa basada en el bien común, que impida la explotación más allá de los límites de la naturaleza, que evite esa espiral de demanda, consumo, desperdicio que aniquila a marchas forzadas a todo un planeta, para desarrollar un régimen en el que los procesos de producción y distribución permitan el acceso universal a los bienes colectivos, generales y universales en una nueva redistribución de la riqueza.
Y por último, conservadores en lo antropológico y ecológico frente al consumo desmedido, en una recuperación de un discurso ilustrado que nos pide incorporar el pensamiento político y social como reconocimiento de la dependencia recíproca entre los seres humanos y su entorno, pues la Naturaleza ya no marca la vida del hombre sino que éste puede deformarla de tal manera que se convierte a la vez en su verdugo y en su víctima.
Como masones tenemos un lenguaje propio, un liderazgo moral en cada uno de nosotros y una historia de defensa de los derechos que son un valor aglutinante en estos momentos; saquémoslo afuera y ayudemos a construir ese frente común contra la lógica del mercado, en el que confluyan los movimientos sociales que no tengan por único objeto ni única explicación de la vida el valor económico. Colaboremos a construir un modelo social que combine las libertades políticas, sociales y económicas con un parlamento activo y vigilante apoyado en una sociedad adulta y participativa.[2]
He dicho.
Ricardo Fernández.
¡Pero que sarta de estereotipos mentales!. Por favor, libera tu mente y sé lo que has jurado ser: LIBRE-pensador.
Magnifica plancha QH. Has desmenuzado pormenorizadamente y con claridad, en su totalidad, la situacion actual.
Descartes
Estimado/a J, no digo que no tenga algún estereotipo, por supuesto mental, no existen otros, pero si indicases cuáles son o aportar alguna argumentación al respecto podría revisarlos y comentarlos contigo, pues de tu «aportación» poco o nada se puede aprovechar. Una pena.
TAF. Ricardo Fernández.
El miedo, es un fuego que viene dentro de nosotros con el nacimiento que paraliza incluso el corazón más frío.
Siempre se ha fomentado la ignorancia por parte de los gobiernos, me refiero a conceptos de valor intelectual que reprimen al ser humano revindicar derechos o justicia. En realidad todo forma parte de nosotros mismos, del humano como especie.
Las religiones han sido durante siglos métodos de control social, en la actualidad es el económico (La materia). Conozco por tradición el pensamiento masón y me ha gustado el artículo y su exposición de todos los problemas actuales, están expresados con rotundidad, entusiasmo y claridad.Pero lamentablemente el estructurar un modelo social unidos a activismos determinados, está alejado del principio intelectual de la masonería y me parece una utopía.
El humanismo de donde fluye el pensamiento de las logias, es un gran desconocido. De hecho nunca a triunfado popularmente, puesto que se opone a intereses en uno u otro sentido de asociaciones,grupos políticos, sindicatos etc…todos tienen unos objetivos concretos, no defienden un pensamiento libre y no conocen el verdadero significado de igualdad.La sociedad actual no está preparada, ni existe tolerancia, ni interesa que así sea y la vibración además no es adecuada.
La masonería es una hermandad de ideales independientes, alejada de activismos, y cuyos miembros tienen unos objetivos comunes de perfeccionamiento personal que no debe desvirtuarse luchando abiertamente contra el establishment.Siempre ha conseguido sus objetivos de forma sutil y silenciosa, sin necesidad de confrontarse en debates públicos.Son hermandades de carácter privado, sino se convertirían en otras de muchas asociaciones políticas. Al menos esa es mí humilde opinión.