Cuando me dispuse a abordar este tema no pude evitar quedarme completamente bloqueado. El título planteado, inevitablemente, se me antojaba cercano a uno de los temas tangenciales de mi tesis doctoral: la Teoría del Caos.
Llevaba varios meses entre ecuaciones y algoritmos que intentaban explicar cómo ciertos patrones emergen a partir de las interacciones caóticas entre elementos sencillos. Pero de repente tenía que alejarme de postulados formales y de datos experimentales, pasando de la rigidez analítica a la flexibilidad de la narrativa simbólica.
Mi investigación se centra en la modelización de sistemas sociales desde la perspectiva de los Sistemas Complejos Adaptativos, esto es, en la simulación de fenómenos complejos como la cooperación, la competición, la migración o la cohesión social a partir de la incubación de agentes inteligentes y autónomos que interaccionan en un entorno virtual.
La metodología en la que se enmarca mi proyecto es lo que se denomina agent-based modeling, un paradigma de modelización que lejos de considerar al sistema social como un todo homogéneo, se centra en la individualidad de cada uno de los agentes y en las propiedades sociales que emergen de sus interacciones. Bajo este paradigma no existe una autoridad central, sino tan solo un entorno común en el que cada agente, en base a sus propias habilidades, su experiencia y sus capacidades cognitivas, participa de forma independiente en la esfera social.
En ese sentido, para comprender el orden aparente del sistema, no es necesario apoyarse en la existencia de una finalidad, de un porqué o de una justificación ontológica. Basta con observar cómo la estructura social no es más que el resultado de un conjunto desordenado de interacciones entre pares, una respuesta no lineal a la conjunción de comportamientos independientes. Esto es, un orden que emerge del caos.
Dado que mi background va ligado a la Inteligencia Artificial, uno de mis objetivos es conseguir que la arquitectura cognitiva de cada uno de los agentes sea lo más sofisticada posible, que sean capaces de aprender de sus propias experiencias o de tomar decisiones en base a un sistema propio de creencias. De este modo podrán adaptarse a situaciones nuevas sin necesidad de que un programa fijado desde arriba determine su comportamiento.
En definitiva, el punto clave reside en la autonomía de los agentes, en su capacidad para ser libres y decidir, y en la posibilidad de observar cómo el orden social aparece de la nada sin que se requiera de autoridades centrales; sólo conversaciones, intersecciones, interacciones.
Eliminado todo determinismo, los resultados pueden llegar a ser asombrosos y las dinámicas sociales pueden seguir lógicas notablemente más complejas de lo esperado. Un simple cambio en la conducta de un agente puede generar un cambio de rumbo en la totalidad del sistema, por lo que el conjunto de valores de los agentes se convierte en el principal factor de transformación social.
Desplazándonos a un escenario real y enfocándonos en nuestro contexto histórico, podemos observar que las sociedades contemporáneas han alcanzado tal nivel de complejidad que su control desde un organismo central se hace prácticamente inabordable. En ese sentido, aunque la actual situación global nos empuje a replantearnos el funcionamiento de las instituciones nacionales y supranacionales, los nuevos axiomas deben ir más ligados a la transformación de los elementos atómicos que constituyen las comunidades humanas: los individuos.
Los cambios globales deben concebirse hoy más que nunca desde la lógica de las redes complejas, de la viralidad, de la propagación y amplificación de las pequeñas perturbaciones. Bajo este paradigma la sociedad deja de ser percibida como un proyecto planificado por un gran arquitecto para pasar a ser un sistema dinámico cuya configuración responde de forma continua a las interacciones entre pares, a las mínimas variaciones ejecutadas por agentes autónomos sin más plan director que su propia conciencia moral. En ese sentido, las perspectivas de cambio no tienen que confiarse únicamente a las instituciones, sino que deben relacionarse cada vez con más fuerza con el fortalecimiento de la ética en el plano personal.
Obviamente, el Estado debe ofrecer un marco normativo que permita las interacciones libres entre iguales, debe ser el instrumento que legitime los derechos individuales y colectivos, y debe ser tanto laico como democrático para garantizar la convivencia de colectivos heterogéneos tanto en lo ideológico como en lo religioso. En ese sentido, el equilibro entre libertad e igualdad puede, en mayor o menor medida, ser supervisado o regulado por las instituciones. Pero ¿qué hay de la fraternidad? ¿Qué hay de esos parámetros internos de los agentes capaces de transformar la totalidad del sistema desde sus bases?
La fraternidad no encaja en ningún marco normativo, sino que emerge de las interacciones locales, de la intersubjetividad. La fraternidad se percibe en el encuentro con el otro y requiere de espacios compartidos, de vínculos afectivos, de experiencias entre pares.
De acuerdo con esto, para generar sociedades igualitarias, libres y fraternales debemos en primera instancia trabajar en nuestro perfeccionamiento personal, en nuestro desarrollo como agentes de cambio. Aunque nuestras acciones tengan lugar dentro de los marcos normativos establecidos por los estados, deben guiarse fundamentalmente por nuestra propia conciencia crítica y nuestro propio código de conducta en las relaciones personales.
La logia se convierte en un entorno ideal para ejercitar las dinámicas locales entre agentes, ya que nos permite incubar en nosotros el respeto a las opiniones ajenas, el amor a la humanidad, el ejercicio de la ética y la apreciación de la belleza. En nuestra metáfora, el progreso de la humanidad no se consigue mediante decálogos, ni mediante el desarrollo de proyectos a gran escala, sino a través del trabajo constante en la cantera, en la piedra bruta, en el metro cuadrado.
A mi juicio, el edificio social emerge de la puesta en común de cada una de nuestras acciones, de nuestros objetivos aparentemente contradictorios, de la caótica maraña de opiniones y conductas que pueblan nuestra logia, de las discrepancias que lejos de enemistarnos nos aproximan más al otro.
De esta danza caótica de interpretaciones simbólicas, de diferencias y de posturas enfrentadas surge, en cada tenida, un nuevo orden social.
Resulta curioso que un puñado de locos incapaces de ponerse de acuerdo tenga entre sus manos el futuro de la humanidad.
Pero es así de complejo, es así de sencillo. Ejercitemos la fraternidad y estaremos transformando el mundo.
Diego.
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