Sobre este tema se ha escrito y debatido hasta la saciedad sin que el tiempo dedicado a ello nos haya proporcionado posturas claras y que puedan ser consideradas definitivas, más que nada porque las posturas parten de presupuestos diferentes y opuestos. Quienes consideran la Logia un ágora y quienes creen que es un lugar de reflexión.
Es normal que los nuevos iniciados, todavía poco imbuidos del espíritu que anima a la masonería, exijan el derecho a expresar sus puntos de vista ya que, al principio, se piensa que la Logia viene a ser un trasunto del ágora, un mero club de debate. Uno, que también ha sido aprendiz, recuerda sus primeros tiempos en esta augusta institución en los que, como no, defendía con ardor el derecho de los aprendices, el suyo propio, a expresarse cada vez que una idea acudía a su mente ya fuese esta buena mala o regular.
El paso del tiempo me ha hecho comprender la importancia del silencio y de la palabra. Es bueno que el aprendiz o la aprendiza guarden silencio durante su época de formación, no sólo porque ese silencio les ayudará en sus reflexiones si no por que, además, obliga a realizar un ejercicio de humildad. Callar cuando quien habla es alguien que en la vida profana, desde el punto de vista intelectual, se encuentra algunos escalones por debajo de nosotros nos hará comprender la diferencia que existe entre el mundo profano y el mundo sagrado, el interior y el externo nos hará entender que en la masonería el tiempo transcurre de forma diferenciada a como lo hace en el exterior. De la misma manera que consideramos importante que los aprendices guarden silencio también es importante que los compañeros, las compañeras, y sobre todo las maestras y los maestros utilicen de forma adecuada el derecho que les asiste a expresarse con total libertad en las tenidas.
Los aprendices, las aprendizas, deben guardar silencio para aprender pero ¿cómo van a aprender si quienes están algunos escalones por encima guardan silencio? ¿Cómo podemos exigir que se formen adecuadamente si quienes tenemos la obligación de proporcionarles esa formación permanecemos mudos?
Gracias.
Por eso es justo decir que lejos de suponer un «castigo» a los y las HH.·. Aprendices se les otorga el privilegio del silencio. Pero claro, de eso se da uno cuenta con el paso del tiempo ;-)
Abrazos.
En Masonería el silencio no es disciplina si no herramienta; y una de las mejores para formar nuestro juicio, por más que a algunos nos cueste su manejo.
Guardar silencio mientras los que nos preceden exponen sus trabajos, sus reflexiones, sus puntos de vista, nos ha de permitir, ante la posible inconveniencia de nuestra réplica, enfriar nuestro juicio, asimilar lo oído, escuchar lo que se dice, aprender.
Fisiológicamente el aparato fonador y el auditivo están interconectados de tal manera que la propia naturaleza nos está indicando, nos está imponiendo, que si queremos escuchar sin generar interferencias el mensaje, hemos de no hablar.
A veces, las interferencias que se producen en los sonidos alteran los mismos hasta dejarlos irreconocibles; si son palabras hasta convertirlas en ininteligibles y, tal pareciera, que el diseño de los humanos nos está induciendo la conveniencia de practicar el silencio si lo que queremos es escuchar.
Por que escuchar es la mejor manera de aprender y cuando escuchamos, no solo oímos un texto si no que percibimos su interpretación; recibimos también, junto con su estricta expresión, las informaciones no explícitas que completan el mensaje: énfasis, entonaciones, silencios, …
También creo que hemos de dar otro valor más al silencio: ha de ser el silencio el precursor de la emisión de nuestro juicio.
No hagamos del silencio nuestro refugio para no comprometer nuestra opinión, usémoslo para crearla; abominemos de los silencios cómplices; que no cuenten con nuestro silencio cuando lo que se pretenda sea cuestionar, retardar o impedir el progreso de la humanidad, la libertad, la igualdad o la fraternidad.
TAF
El silencio, entre otras cosas, es una obligación que debemos observar en Logia, ya sea dentro o fuera de ella (al finalizar cada tenida prometemos guardarlo respecto de nuestros trabajos).
Para aprender a guardar silencio –además de la forma: esto es la privación voluntaria de la facultad de hablar acallando la lengua- tenemos que tomar conciencia de nuestras flaquezas. Encontrar el silencio interior, esto es callar, además de a las cuerdas vocales, a los sentidos, es de una dificultad extrema: el ruido de nuestras pasiones, inquietudes, deseos, vicios… no enmudece.
La palabra, en cierto modo, es el resultado inmediato de nuestros pensamientos y de nuestra salud mental. Guardar silencio en nuestro interior es verdaderamente necesario para situarnos en disposición de entender qué hacemos en este tiempo sagrado y fuera de él, en pasos perdidos.
Una de las principales dificultades, para lograr el silencio que nos permita escuchar, reside en no perder nunca de vista que lo que nos molesta de los demás no es sino un reflejo de lo que aún no hemos resuelto de nosotros mismos.
Decía P. Masson que “El hombre supera al animal con la palabra, pero con el silencio se supera a sí mismo”.
Los Compañer@s y los Maestr@s, en mi opinión, no tienen que formar ni instruir a nadie, tal y como yo entiendo la masonería, estamos en un camino iniciático que cada uno debe de recorrer de forma individual y bajo su exclusivo criterio, ayudado de las herramientas y conocimientos que nos fueron dados en cada ritual. Otra cosa es que los que se encuentran en un peldaño superior, no por nada especialmente destacable sino únicamente por haber recorrido ese camino antes que nosotros, nos puedan orientar, cuando nos encontramos desorientados o indecisos, con su ejemplo, con sus reflexiones o con sus silencios.