En una reciente discusión se suscitó el debate de si el laicismo es un elemento determinante de la democracia y la libertad o independiente de ellas. Y yo, la verdad, pasé de opinar una a otra cosa y viceversa, en flagrante auto contradicción, según iba escuchando los razonamientos de unos y otros, pero es lo que tiene esto de escuchar, que parecen buenos todos los argumentos si están bien construidos o que no tengo criterio y soy como las esponjas, que se me moldea a voluntad; eso, o que era una hora avanzada de la noche, tras una jornada de trabajos intensos, y a esas horas todos los argumentos son pardos.
El caso es que por un lado se ponía como ejemplo la existencia de sociedades oficialmente laicas, como los antiguos países comunistas, con nulas libertades civiles o democráticas y por otro el ejemplo de una sociedad como la inglesa, que tiene como representante primera de su iglesia oficial a la reina Isabel II y es una sociedad laica o algo muy parecido a ella, y con plenas garantías democráticas. Otro caso es la sociedad alemana, laica sobre el papel pero en la que el Estado exige que todos sus ciudadanos paguen el impuesto de la confesión a la que dicen pertenecer. O el caso de la española, sangrante donde los haya.
Todos los países de nuestro entorno tienen alguna forma de financiación de la religión, habitualmente la cristiana en sus diferencias modalidades, y el que más se acercaría a una forma de laicismo total sería Francia, sino fuera porque en los departamentos de Alsacia y Mosela los sueldos de los sacerdotes católicos, evangélicos y rabinos judíos son pagados por el Estado; pero ya quisiéramos aquí una situación como la francesa.
En mi opinión el laicismo, la separación absoluta del Estado y de la religión en un régimen de libertad civiles totales, no se da en ningún sitio, y en el mejor de los casos Francia sería el modelo a seguir… y a mejorar.
Pero en España, en cuanto sacas a relucir el asunto del laicismo te tachan de intolerante y a exigirte bajo amenaza de partirte la cara, que “respeta mis derechos y no hieras mis creencias”, como si pedir que los “derechos” de todos a creer estuviesen en peligro, porque si tú tienes derecho a creer en una religión en que las mujeres no pueden votar o conducir coches, lo impones como prohibición absoluta a todas las mujeres que sí quieren votar o conducir estás infringiendo el derecho a la libertad individual por tu particular concepción de la vida. Luc Ferry, lo explica muy bien cuando dice: “La reivindicación del derecho a la diferencia en la democracia deja de ser democrática cuando se prolonga en la exigencia de una diferencia de derechos”.
Con el laicismo se asegura el derecho de creer en lo que se quiera al tiempo que la obligación de respetar la libertad del otro, por extraña o pintoresca que nos parezca, y aceptar que el derecho a criticar esa creencia es de doble dirección y también se nos aplica a nosotros; y que con las mismas reglas de juego el Estado nos protege a unos y otros.
Estaría, entonces, el laicismo muy emparentado con una de las libertades por excelencia de la democracia: la libertad de expresión. Siendo esta la manifestación de una característica muy propia de la francmasonería: el librepensamiento, por lo que hilando una cosa con otra laicismo y libre pensamiento irían en el mismo paquete. Así que laicismo y democracia, entendiendo esta como el conjunto de libertades y derechos civiles, son lo mismo, porque una sin la otra no es democracia o no es laicismo.
Ricardo Fernández.
0 comentarios