Ha muerto el rey de Arabia Saudita Abdullah Bin Abdulaziz a los 90 años. Descanse en paz. Los medios de comunicación y líderes políticos se deshacen en elogios sobre su figura, su apertura al diálogo y en el comunicado de condolencia de la KAICIID (King Abdullah Bin Abdulaziz International Centre for Interreligious and Intercultural Dialogue) por su fallecimiento lo define como “un comprometido impulsor de la paz y un defensor inquebrantable del diálogo para profundizar el entendimiento y el respeto entre las personas de diferentes religiones y culturas”.
El KAICIID es una institución con sede en Viena, fundada en noviembre de 2012 y sostenida por Arabia Saudita con la participan, además, de Austria y España, y desde diciembre de 2012 del Estado vaticano como “observador fundacional”; entre cuyos principios afirma que están el desarrollo de los principios “consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en particular el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; […] destacando los principios y valores de la vida y la dignidad humanas, los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión”.
Perplejo se queda uno cuando lee estas cosas y las compara con la realidad cotidiana de los que participan en esta institución; y dejando aparte a los dos actores “laicos”: Austria y España y su “respeto” de los Derechos Humanos voy a quedarme con lo de las libertades “de pensamiento, de conciencia y de religión” que firman los representantes de Dios en la Tierra: Arabia Saudita y el Estado vaticano, y dice promover el KAICIID.
En su momento (2008) el rey saudí declaró: «Debemos decirle al mundo que las diferencias no deben conducirnos a disputas. Las tragedias que experimentamos durante la historia no fueron culpa de la religión, sino del extremismo que fue adoptado por ciertos seguidos de todas las religiones”. Y eso lo dijo el rey absoluto del país donde la versión más radical del Islam es la ley en todos los aspectos de la vida, donde la pena de muerte, la tortura, la discriminación por razón de sexo, religión… es el pan nuestro de cada día. Lo dijo quien desde esa fecha hasta la de su muerte ha dicho una cosa fuera y hecho otra en su país. Y para muestra la reciente ley que se aprobó poco antes del fallecimiento del rey Abdullah, considerando el ateísmo como una forma de terrorismo. Una vez más se comprueba que una cosa es predicar y otra dar trigo.
¿Pero por qué apadrinar una iniciativa como la del KAICIID y hacer lo contrario en el día a día? Quizá el difunto rey pensaba que eso del “diálogo inter religioso” era algo que estaba bien para fuera de casa, pero que de puertas para adentro era otro cantar, en esa línea de quienes quieren cambiar el mundo sin cambiar ellos antes, y esperando que sean los demás los que cambien en la línea que uno espera.
El difunto rey entendió lo que los lobbies llevan decenas de años haciendo: crear reglas de competencia ficticias en las que todo está diseñado al milímetro para controlar el comportamiento del consumidor. Los mecanismos de reparto de cuotas de mercado o de segmentos de población están pactados al detalle. Nadie, salvo Robinson Crusoe, puede escapar. Si quiere teléfono, wifi, luz en su casa entrará en una maraña tan complicada de ofertas y contra ofertas, aparentemente distintas, que al final se quedará como está: preso de la empresa dominante en esa área geográfica.
Si en un mundo globalizado también se globalizan las estrategias; y si lo que se muestra eficaz para vender hamburguesas también puede serlo para vender camisas. Entonces ¿por qué no aplicarlo a la religión? Y además con el nuevo lenguaje -nuevo para ellos- de los Derechos Humanos. Que es la manera de pasar de matute la intransigencia intrínseca de los postulados propios.
Así, el KAICIID da cobijo a los dogmas religiosos bajo el paraguas del pluralismo y el diálogo religioso, con lo que el Estado vaticano no encontró ninguna pega en incorporarse a toro pasado y con el título honorífico de “observador fundacional”. Qué paradoja. Que importa que unos y otros anatematicen a diestro, poco, y siniestro, siempre, cualquier idea de libertad de pensamiento por mínima que sea. Aquéllos, los dueños de las Verdades Absolutas han descubierto las ventajas del marketing y leyes del mercado y en ese escenario están dispuestos a charlar sobre las bondades del diálogo.
Pero no está en la agenda de esta pasarela Cibeles de la intolerancia el firmar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ni el aceptar a la mujer como persona en igualdad de derechos o en condenar la mutilación genital femenina o la pena de muerte…, esas minucias se las dejarán a los radicales e intolerantes laicos que tanta bulla meten y tan lejos les cae a estos dignos representantes de los dioses en la Tierra.
«Los profetas son hermanos, con diferentes madres pero una sola religión», proclamó el rey Abdullah en La Meca. En otras palabras: el producto es uno y muchos sus distribuidores. No nos peleemos por la tarta que hay para todos si nos organizamos bien. El peligro para el producto no está en la competencia, sino en el que rompe las reglas del mercado y niega la mayor: que sea necesario el consumo del producto. Por ello, Francisco I después de condenar el atentado contra Charlie Hebdo se lo piensa un poquito y llega a justificar una agresión si se insulta a tu madre, haciendo de la religión -la que sea- la madre y de su defensa la violencia como recurso. Menudo ejemplo de diálogo inter religioso.
Completamente de acuerdo con el artículo. Precisamente, estoy terminando de escribir mi 1º libro: «LA FUERZA DE LOS DIOSES» que va totalmente en consonancia con el artículo. Si se me permitiera, enviaría las 2 primeras partes terminadas para su posible publicación y debate. Ruego respuesta a mi propuesta. Gracias y saludos.
Completamente de acuerdo. Comparto absolutamente la analogía entre los lobbies de la economía y los lobbies religiosos. De tan análogos, podríamos hablar de fusionados.