A pesar de que la razón es el método por el que la masonería extrae sus principios para su trabajo, y así se le anuncia al profano en su iniciación, aquélla tiene mala prensa entre algunos masones, por lo que el que se identifique como racionalista se hace sospechoso de sufrir cierta limitación para su progreso personal, en la opinión de quienes dicen primar como método o modo de saber -que la palabra método también hacer salir algún que otro sarpullido-, a la intuición.
Pero para los que piensan que la intuición es “más rica”, de mayor intensidad en su forma de entender las cosas, de que da un conocimiento más íntimo y verdadero que la razón -a la que le estaría vedado llegar a conocer ciertas verdades, a las que sólo se acceden desde el corazón, sede por excelencia de la intuición -según sus defensores-, hay una mala noticia: esa intuición no existe. Y no tiene su sede en el corazón, sino en el cerebro: en concreto en la amígdala.
Y una segunda noticia: la intuición no es sino es la razón automatizada. Y aún hay otra característica de la intuición que os sorprenderá: no es un sentimiento, por más que lo experimentemos como tal, pero esa experiencia emocional es a posteriori del proceso intuitivo, que como digo es automático e incontrolable en su acción, aunque no en sus efectos tras ser conscientes de que ha ocurrido. Luego lo explicaré con un ejemplo.
Cuando nacemos tenemos unos pocos reflejos primarios y ningún criterio racional sobre cómo actuar para sobrevivir. Nuestro sistema neurológico está completo pero inmaduro, hay que ir “armándolo”. Al contrario que las plantas y ciertos invertebrados nuestras respuestas a los estímulos medioambientales son más complejas que un tropismo y por ello más ricas, pero también más inexactas, y, en ocasiones, equivocadas. Como Rita Levi-Montalcini ha demostrado en sus trabajos.
Y fruto de esa equivocación la intuición se manifiesta por juicios erróneos o estereotipados y decisiones perjudiciales para uno mismo. Por el contrario, en otras, la intuición es de una certeza y brillantez pasmosa en sus conclusiones. Y tanto en uno como en otro caso no sabemos cómo hemos llegado a ese resultado.
Pero ¿qué es y cómo se nos manifiesta la intuición? ¿Por qué sabemos que sabemos aunque no sepamos por qué lo sabemos? Porque la intuición se nos da como un saber directo e inmediato de que algo es así, sin aparente intervención de un proceso consciente o racional y es evidente per se. Esto que sé, sé que es así y no puede ser de otra manera: lo veo claro. Esta sensación es algo que todos hemos tenido en alguna ocasión y por la que nos hemos guiado a la hora de tratar a una persona, decidir sobre algo o emprender una acción.
Pero retomemos los puntos que antes mencionaba: 1) la intuición no existe como entidad separada o antagónica de la razón; 2) la intuición es la razón automatizada; y 3) la intuición no es un sentimiento.
Primero, la intuición, como proceso no existe cuando nacemos, se va construyendo por interiorización de las percepciones sensoriales y experiencias del día a día hasta convertirse en conocimientos inconscientemente interiorizados. Es lo que en la psicología cognitiva se conoce como el “inconsciente adaptativo”: nuestro cerebro actuando como un ordenador que procesa y organiza millones de sensaciones y experiencias para su uso inmediato o cuando proceda. En el momento que sea necesaria esa información, o estemos ante una situación nueva, ese “inconsciente adaptativo” o intuición, actuará para darnos una pauta de comportamiento en forma de una evaluación que nos llevará a huir o enfrentar un riesgo, aceptar o rechazar a una persona, ejecutar o aplazar un decisión en microsegundos, antes de que seamos conscientes de qué es lo que nos ha llevado a actuar así, pues la intuición habrá hecho su trabajo a partir de su banco de datos y experiencias, antes de que el proceso racional, más lento, haya podido decirnos qué es lo que debemos hacer, como precursor del proceso racional.
Y esto nos lleva al segundo punto, el de que la intuición funciona como un sistema automatizado de la razón. Lo que presenta una gran ventaja evolutiva, entre otras, y es una de las razones del porqué de su éxito como herramienta cognitiva, pero también tiene sus desventajas, y algunas muy importantes. Luego las comentaré.
Una ventaja, nada desdeñable, es que te salva la vida. Estás andando y cruzas una calle al tiempo que percibes un rostro angustiado frente a ti, una sombra indefinida a tu izquierda, un ruido, un destello… y pegas un salto hacia atrás al tiempo que un coche pasa rozándote mientras pita y frena a la desesperada. Si hubieses tenido que evaluar conscientemente todos los inputs percibidos y decidir si correr hacia adelante o saltar hacia atrás estarías muerto. La intuición ha actuado sobre tu sistema motor y dado una orden: salta. La intuición ha procesado todo y ha decidido en función de su banco de datos de situaciones parecidas y experiencias que lo más ventajoso era saltar atrás. ¿Podría haberse equivocado? Por supuesto. Pero lo seguro es que si tu decisión hubiese dependido de la evaluación racional consciente estarías muerto. Tu evaluación racional inconsciente adaptativa ha funcionado.
Otra ventaja, y ya en el plano de la ciencia aplicada, es que la intuición constituyente esa chispa que de pronto brilla ante el problema más complejo y ofrece una solución sencilla y evidente que se ha resistido durante meses o años. Entonces se la llama inspiración; pero como decía Einstein: el genio tiene un 99% de sudor y un 1 % de inspiración; o Picasso, que decía que la inspiración te tenía que pillar trabajando. Y es que para que esa intuición o inspiración te “deslumbre” tienes que ser un profesional muy competente de esa ciencia o arte; si eres un analfabeto en física, por más que te esfuerces, no llegarás a enunciar nunca ninguna teoría de la relatividad.
Y frente a estas ventajas las desventajas son los prejuicios y estereotipos. En nuestro proceso de socialización, tanto en la familia como en la escuela y por los medios de comunicación, recibimos todo tipo de mensajes sobre las personas que son o no de nuestro grupo o clase social, etnia, país, sexo, etc. En algunos casos esos mensajes son positivos y en otros negativos, y tanto en un caso como en otro pueden ser igual de erróneos. Los gitanos son…, las mujeres son…, los empresarios son…, los jóvenes son…, los que visten con…, que van conformando nuestro mundo de referencias y valores de tal manera que puestos frente a un sujeto de una tipología social a la que identificamos con una serie de parámetros predeterminados los catalogamos intuitivamente como de tal o cual fiabilidad personal, cercanía emocional con nuestra opinión, etc., y todo ello sin que hayan abierto la boca ni les hayamos saludado siquiera. Es la primera impresión o intuición de que esa persona será de una determinada manera por cómo viste, por su edad, su sexo o su raza… Es la forma más clara se evaluación estereotipada a partir de impresiones sin contrastar. Y ¿por qué efectuamos esos juicios -prejuicios- sin más información? Pues porque la experiencia propia y la socializada nos nutre de un cuerpo de conocimiento automático que se nos hace presente cuando nos ponemos ante esa situación o persona, aun antes de que hayamos hecho una evaluación racional por los datos que nos proporcione la relación con esa persona. Por ello en el Memento de 1º se dice que se “es libre” cuando no se juzga a nadie por sus aspectos, sino “cuando, despojado de todo prejuicio, considera a los Humanos según sus valores morales y no según su posición social o de su fortuna”.
Y por último, la intuición no es un sentimiento íntimo que nos descubre algo escondido a la razón, sino que es un proceso de emergencia que se adelanta a la razón en la evaluación y decisión. Sí es cierto que se vive íntimamente como un sentimiento de agrado o rechazo, miedo o lucha, pero ese sentimiento aparece cuando la intuición ya ha actuado, a posteriori del hecho, y como resultado de la respuesta dado ante el estímulo que la intuición ha evaluado.
Y dicho esto, sé que los que confían en la intuición como una alternativa privilegiada al “frío racionalismo” la considerarán tan obvia como el sentimiento que les produce, pero los últimos trabajos de la neuropsicología no van esa dirección y las evidencias de que disponemos hasta el momento no avalan esa imagen popular de que hay dos vías distintas e incompatibles de conocimiento: la racional y la intuitiva, sino que son complementarias, necesarias y útiles, según en qué momentos cada una.
Yo no estoy del todo de acuerdo hay alguna cosa que no veo así como lo del coche
Estimada Irina, si pudieses darme alguna razón de lo que te ofrece alguna duda, quizá podría aclarar lo que expongo. Atentamente. RF.