Todas las hermanas y hermanos del Derecho Humano repetimos con orgullo y con razón que la nuestra es la primera Obediencia masónica en admitir a las mujeres. También alabamos el carácter y talante de nuestra fundadora, defensora a ultranza de la mujer y de la infancia. De nuestro fundador, se suelen loar más otros méritos como la clarividencia al concebir las otras dos especificidades que, junto con la mixidad, nos definen y diferencian del resto: el internacionalismo y la unidad de la escalera iniciática. Nos acordamos menos de su absoluta condición de feminista y de que su lucha por la igualdad de la mujer le llevó a situaciones más que difíciles en el seno de su Obediencia de origen. Lucha que requería de gran coraje y un convencimiento sin fallas en una época en la que en el mundo occidental ni siquiera en el ámbito civil se aceptaba más que excepcionalmente a la mujer como igual al hombre.
Es un hecho, del que también mostramos orgullo y otra vez más con razón, que la mujer en el DH está en pie de igualdad con el varón, como lo es el sentimiento de no padecer situaciones machistas en nuestras logias.
¿Pero podemos declarar con certeza que cada uno de nuestros hermanos y cada una de nosotras, hermanas, somos portadores de la más absoluta conciencia de los valores feministas de nuestros fundadores? ¿Podemos afirmar que en el mundo profano estamos alertas a cualquier situación que implique desigualdad de género y que las denunciamos y luchamos contra ellas en todos los entornos en los que nos movemos, como lo hicieron Maria Deraismes y Georges Martin? Creo que desgraciadamente no podemos afirmarlo con rotundidad. La razón es sencilla: porque todavía se esconden en nuestro inconsciente prejuicios que nos inculcaron en la infancia, especialmente en la escuela, en la familia y a través de la religión, que conformaron nuestro pensamiento y que fuimos más tarde, afortunadamente en muchos casos, desterrando con esfuerzo y valentía. Pero todavía pueden quedar reductos oscuros en donde se esconden aún algunos estereotipos machistas que por pertenecer a nuestro inconsciente, ni siquiera somos capaces de reconocer.
Estereotipos que son esquemas de pensamiento o esquemas lingüísticos pre-construidos que se tienen sobre una persona o grupo que comparten ciertas características. Los estereotipos funcionan en tres ámbitos diferentes, el cognitivo, el afectivo y el del comportamiento. Podemos identificarlos con un ejemplo sencillo en el que se ve claramente que las consecuencias de los estereotipos machistas que conforman el pensamiento, dirigen la acción que genera violencia:
– El componente cognitivo nos permite identificar y reconocer fácilmente a ciertos
grupos: «Las mujeres conducen mal».
– Con el componente afectivo entran en juego los sentimientos que experimentamos
en relación a ese estereotipo que pueden ser de hostilidad: «¡Cuidado!, en ese coche
conduce una mujer».
– El componente de comportamiento supone llevar a la práctica acciones asociadas
a esos sentimientos experimentados frente a ciertos estereotipos: «¡Mujer tenías
que ser!».
Podemos encontrar infinitos ejemplos cotidianos que conocemos y vivimos en nosotros mismos o en quienes nos rodean. Y no hace falta que nos vayamos fuera de nuestras sociedades occidentales para ver las consecuencias de los prejuicios y estereotipos racistas que funcionan igual que los machistas, y en general se encuentran juntos, y suponen exclusión. Exclusión incluso del derecho a luchar por la propia supervivencia en nuestro mundo, de las personas que se arriesgan a venir a nuestros países porque en el suyo ya lo único que les queda por perder es la vida. Les cerramos las fronteras y quienes logran llegar nos molestan porque amenazan nuestra comodidad. En estos casos funcionan estereotipos del tipo «nos quitan lo que es nuestro», «viven de nuestros subsidios mientras a nosotros nos rebajan los nuestros», «son unos vagos», y muchos otros, de donde la consecuencia es: que se vayan a sus países, cuando no sufren en los de llegada situaciones de violencia extrema.
Estereotipos de género son todos los que asignan a la mujer, por el hecho de serlo, unas características innatas bien diferenciadas de los varones y que suponen la distinción de papeles en la sociedad. Todavía es frecuente asimilar la sensibilidad a la mujer, lo que justifica la permisividad de la fragilidad que no se consiente al varón que debe ser el que aporte la fuerza, el carácter, la determinación y por consiguiente la toma de decisiones. También en atención a la diferencia de sensibilidad, históricamente y aún en la actualidad, la sociedad supone a la mujer más capacidad para desarrollar el papel de cuidadora del entorno familiar y de las personas dependientes, sean niños, discapacitados o mayores. Algo que en principio se asocia como un valor positivo, se vuelve contra la mujer porque se ve obligada a asumir estas tareas, le guste o no. Es interesante observar que en muchos casos es la propia mujer la que decide ocuparse de estas tareas porque las siente como de su responsabilidad y si no lo hace, comienza a operar el sentimiento de culpa, hasta tal punto están grabados los mensajes –prejuicios– recibidos desde su más tierna infancia. Es el mismo modo de operar de otras situaciones conflictivas en la actualidad como es la propia defensa por parte de muchas mujeres musulmanas de la utilización del velo en contra de las decisiones de algunos gobiernos occidentales prohibiéndolos en lugares públicos.
Y a estereotipos de género responden también los mensajes que siguen bombardeándonos desde la publicidad y el marketing en donde lo que se muestra es a la mujer como objeto sexual y que si en ocasiones son fácilmente identificables por explícitos (anuncios de coches, colonias), en otros quedan enmascarados con sutileza, lo que, si cabe, es peor. O las cadenas de televisión dedicadas a las mujeres que suelen tratar de moda, casas de lujo y cotilleos de «gente famosa» que en la mayoría de los casos no tiene ningún mérito reconocido para serlo, mientras las ideadas para varones suelen tener como temas los deportes, el motor, el funcionamiento de maquinarias, las empresas, etc. Pero si hablamos de sutilezas, hay que ver el elocuente video promocional de la campaña de la Unión Europea de 2012 «La ciencia es cosa de chicas», cuyo objeto era incuestionable en pro de la dedicación de la mujer a la ciencia, en donde la única imagen de varón investigador está en abierta oposición con las de las mujeres que se muestran con todos los «atributos femeninos de la seducción» incluidas las poses.
En cuanto a la religión, cuando sobrepasa el lugar que le corresponde en las personas y en la sociedad, el ámbito privado, sigue funcionando como criticaba duramente Maria Deraismes y sus consecuencias más extremas las vemos todos los días en los informativos con casos tremendos como el robo de las niñas de Nigeria el pasado mes de abril, por quienes, como mucho, hemos dedicado alguna cadena de unión enviándoles nuestros mejores pensamientos. Sugiero un ejercicio mental, pensemos, si Maria Deraismes viviera en estos momentos, ante situaciones tan graves como esta ¿hubiera hecho lo mismo que nosotros, es decir, nada? Y quede claro que no pretendo polemizar acerca de la acción pública de nuestra Obediencia, sin embargo, creo que debemos diferenciar muy bien lo que son cuestiones políticas, en donde no debemos participar como Obediencia, de las denuncias de atentados contra los derechos humanos para que sean las instancias competentes las que actúen, como creo es el caso del ejemplo anterior.
Y siguiendo en el intento de descubrimiento de nuestro fondo machista, podemos continuar focalizando la atención en discusiones actuales pero que llevan ya muchos años «de actualidad» en las que, con seguridad, entre quienes componemos el DH, no encontraremos
uniformidad. Por ejemplo, si hablamos de nuestra opinión sobre las denominadas acciones positivas, aquellas que privilegian la presencia de la mujer compensado la diferencia de igualdad con el varón, con seguridad habrá hermanas y hermanos que argumenten oposición a que se produzcan y, consecuentemente, a introducirlas como modelo de comportamiento en sus ámbitos de desarrollo.
Un tema de importancia capital en la cuestión de cómo funcionan las estructuras sociales creando la desigualdad y cómo contribuimos aunque sea inconscientemente, es el del lenguaje.
Las personas estudiosas de las lenguas y de la mente humana convienen, en general y sin exclusión de lenguas, en que el lenguaje conforma nuestro pensamiento y éste dirige nuestras acciones. Y esto es de gran importancia puesto que en la medida que nombremos habitualmente a la mujer como ente separado del varón, estamos demostrando la real importancia que tienen en nuestro fuero interno y por tanto en nuestras acciones las tendremos en cuenta de forma natural en términos de igualdad. Sin embargo, las lenguas en las que la mujer se incluye sistemáticamente en términos masculinos y no tiene propios, o los específicos son de poco uso, que nos atrevemos a decir son mayoritarias, dan una señal de alerta de que con seguridad hay formas de hacerlas evolucionar hacia realidades en las que la mujer, las mujeres, se visibilicen y tengan el lugar que les corresponde.
Es complejo hacer un análisis y más una síntesis de la situación de desigualdad de visibilización de las mujeres con respecto a los varones en el lenguaje cuando somos una Obediencia presente en más de 50 países y con gran diversidad de lenguas. Unas tienen claras las marcas de género, como son las derivadas del latín, y en ellas la situación actual es de discusión entre quienes claman por una evolución contra quienes se escudan en la ortodoxia de la lengua para no modificarla. Pero sabemos que no es el mismo caso en otras de las que su desconocimiento no nos permite ni siquiera plantear la situación, por lo que nos queda un gran tema de estudio por delante. Si de cada lengua utilizada en nuestra Orden pudiéramos contar con un mínimo análisis del funcionamiento de los términos femeninos, la diversidad que nos caracteriza y de la que nos sentimos orgullosos por ser uno de nuestros mayores activos, se concretaría con un aporte de gran utilidad.
En cualquier caso, es significativo que en nuestra Obediencia, con más de 100 años de existencia, no hemos sido capaces, ¡en la primera Obediencia masónica mixta!, de adaptar totalmente nuestros rituales al lenguaje no sexista y así, aun en el mejor de los casos, cuando aparecen expresiones como hermanos y hermanas, el término femenino, en general, va detrás, cuando es sabido que en cualquier lengua el primer término tiene el mayor valor. Tampoco contamos con un glosario de abreviaturas al menos para los tres idiomas oficiales en las que se visibilice a las mujeres, quizás por miedo a no guardar la ortodoxia de cada lengua. Si es esa la causa, pensemos que cualquier acuerdo que nos parezca adecuado es posible. ¿Es lingüísticamente correcto utilizar el símbolo «.·.» para las abreviaturas? Sin embargo, nadie se plantea su incorrección, el uso ha hecho costumbre y la costumbre «norma» para nosotros con independencia de su regularidad lingüística.
Las cuestiones planteadas: estereotipos y prejuicios; acciones positivas; la discriminación en el lenguaje, por no hablar de la feminización de la pobreza o del paro, no son más que una pequeña muestra de que la igualdad de la mujer y el varón no es un tema resuelto, de que todavía nos queda mucho trabajo por hacer como grupo pero, sobre todo, individualmente pues debemos aún despojarnos de prejuicios inconscientes y solamente podremos hacerlo a través del estudio, el análisis desapasionado de planteamientos diferentes a los particulares de cada quien con la apertura necesaria para encontrar la parte de verdad de las otras opiniones. En definitiva, utilizando nuestro método masónico.
Si planteamos el tema en nuestras logias, con seguridad los debates serán muchos y muy enriquecedores y encontraremos argumentos que desconocíamos y que nos aportarán luz. Después vendrá el trabajo personal de intentar constantemente ser conscientes de si nuestros pensamientos y nuestras palabras son verdaderamente igualitarios, única fórmula de que lo sean nuestros actos.
Por último recordar que debemos revisar nuestros conceptos, pues género no es igual que sexo; igualdad no es igual a equidad y, en cualquier caso, no hay democracia sin igualdad. Y ya finalmente decir que la mayor revolución del género humano viene siendo llevada a cabo por la mujer, y es incruenta.
P.M.L.
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