Es bien cierto que quienes nos acercamos a la masonería en muy raras ocasiones lo hacemos siendo conscientes de a donde nos dirigimos, es natural que sea así ya que, salvo que tengamos la ocasión de hablar con alguien que ya haya sido iniciado, difícilmente podremos tener una idea cabal de cual es el camino por el comenzamos a caminar. Incluso ni tan siquiera el conocer a alguien «de dentro» nos garantizará mucha certeza, ya que cada cual nos podrá poner al día sobre qué masonería practica su obediencia, o sobre como la entiende esta persona en concreto.
Ahora bien, frente a ese natural desconocimiento parece que se debería adoptar una actitud determinada, claramente consciente del paso que se va a dar y plenamente receptiva hacia aquello que se se supone se va a recibir cuando se llama a la puerta de una sociedad iniciática. ¿es esa siempre la actitud de quienes llaman a nuestra puerta? Personalmente me inclino a pensar que no es así.
Desde mi punto de vista, la actitud con la que accedemos a la iniciación, y a cada uno de los pasos que la siguen, será determinante para medir el provecho que podamos obtener del método masónico. Cuando empezamos un camino que tiene como fin el convertir una piedra bruta en una más o menos perfecta y cúbica no es admisible que se asuma como cierto el que las personas no cambian, y mucho menos a partir de aquella edad que, se dice, es la propicia para entrar en masonería. En mi opinión, tal aseveración esconde en realidad una predisposición negativa a poner manos a la obra fundamental de la masonería, mejorar cada uno de nosotros con el fin de mejorar la sociedad.
Es bastante evidente, en mi modesta opinión, que para quien antepone la dificultad del cambio individual, sea muy difícil llegar a modificar ni tan siquiera la mas mínima parte de su personalidad; es decir, sea incapaz de dejar a un lado aquello que conocemos como metales y, dado el peso de estos, cada paso le resultará lento, tan lento que permanecerá quieto aunque, en su desconocimiento, piense que avanza por el simple hecho de que irá cambiando unas decoraciones por otras.
Quiero decir que si no nos acercamos a la masonería con una actitud abierta y predispuestos a sustituir nuestras «creencias» por las que nos pueda proporcionar la apertura del compás; dejar a un lado nuestros «dogmas» y abrir la mente a opiniones dispares y, hasta en ocasiones diametralmente opuestas a las nuestras, en base a que la razón está de nuestra parte y que por ello no necesitamos prestar atención a aquello que consideramos ajeno a esa razón, es muy posible que nuestro paso por la masonería resulte frustrante y hasta fuente de conflictos personales.
Acerquémonos pues con la adecuada actitud y tratemos de que esta sea siempre la más adecuada para recibir las enseñanzas que se puedan obtener del método másonico. No vengamos con la idea de cambiar algo sino dispuestos a cambiarnos a nosotros mismos, de eso trata precisamente este juego, cambiar nosotros para cambiar la sociedad.
Hay una casa y no es necesariamente la del señor, en su puerta un guardián, sus suelos anuncian la igualdad, todos hermanos y hombres libres, es el camino de La Paz , es el camino de la verdadera libertad