Durante 1968 la revista Playboy realizó una entrevista a Kubrick, que entonces tenía 40 años, aprovechando el éxito y la controversia que el estreno de su reciente película «2001: Odisea en el espacio». Kubrick se despachó con una estupenda reflexión sobre la existencia y su sentido. Esta fue su respuesta:
Playboy: Si la vida carece de propósito, ¿sientes que vale la pena vivirla?
Kubrick: Sí. Para aquellos que de alguna forma se las arreglan para hacer frente a nuestra mortalidad. La misma falta de sentido de la vida fuerza al ser humano a crear su propio sentido. Los niños, por supuesto, comienzan la vida con una capacidad de asombro pura, pueden experimentar total alegría con cosas sencillas como el verdor de una hoja; pero al crecer se van dando cuenta de lo inevitable de la muerte y su envejecimiento comienza a afectarles esa consciencia y súbitamente erradica su joie de vivre (o alegría por vivir), su idealismo y la asunción de su propia inmortalidad.
Cuando un niño madura, mira la muerte y el dolor a su alrededor y comienza a perder la fe, la mayor bondad en el humano. Pero si es razonablemente fuerte, y afortunado, puede emerger de este traspié del alma y renacer con nuevo impulso vital. Gracias y a pesar de ser consciente del sinsentido de la vida, puede construir un renovado sentido afirmativo de su propósito. Tal vez nunca podrá recuperar aquel sentido puro del asombro, pero puede moldear algo mucho más permanente y sustancial.
El hecho más terrorífico del Universo no es que pueda ser hostil sino que es indiferente; pero si podemos confrontar esa indiferencia y aceptar los retos de la vida dentro de los límites de la muerte –sin importar que tan flexibles podamos convertirlos– nuestra existencia como especie puede encontrar un genuino sentido y realización. Sin importar cuan basta pueda ser la oscuridad, debemos proyectar nuestra propia luz.
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