Todo camino tiene un final, nadie camina sin saber hacia dónde se dirige salvo que se encuentre perdido en cuyo caso el camino será fatigoso e inútil. La masonería es eso, un camino, cada cual tiene el suyo, su tempo para realizarlo y una finalidad clara, mejorar como ser humano y, a partir de ahí y como consecuencia de ello, contribuir a mejorar la sociedad en la que se vive y, por extensión, tratar de que el mundo sea un lugar mejor para cualquier ser humano en cualquier parte en el que deba desarrollar su vida.
Qué mejor lugar que utilizar el tiempo pasado en el primer tramo de nuestra marcha masónica, el Grado de Aprendiz, para reflexionar sobre algunas cuestionesque puedan ayudar a entender ese camino y el método que se emplea para llevarlo a cabo y que, en etapas posteriores, se podrá comprobar como nuevas herramientas que se nos van facilitando nos ayudan a conseguir la meta deseada. Creo que es este el lugar adecuado por la simple razón de que es aquí donde el camino comienza, no por consideraciones de ninguna otra índole ya que, no olvidemos, el aprendizaje en masonería es algo contínuo.
Es necesario decir, y no será seguramente la última vez, que la condición plena de masón se adquiere en el momento en que se accede a la maestría, pero también es necesario dejar claro que esa no es la meta y que quien no lo entienda así demostraría que tiene la escala de valores, en lo que respecta a qué es y a qué se viene aquí, completamente equivocada. Es probable que no haya sabido utilizar la regla para trazar el camino correcto y, seguramente, tampoco la plomada. Esas herramientas propias de las y los Aprendices y que en tantas ocasiones echamos en el cajón de los trastos inútiles.
En masonería la meta no es ser Maestra o Maestro, tampoco alcanzar cualquiera de los grados posteriores, ya que todo ello es únicamente la consecuencia accesoria de nuestro trabajo, cuestión que quien quiera que se siente en estas columnas debería tener suficientemente claro, con independencia del tiempo que llevemos aquí pues el ritual nos recuerda cual es el sentido de este camino de una manera sistemática.
Si el fin de la masonería no es el acumular grados sino sabiduría que nos lleve a mejorar nuestra piedra bruta con el fin de que se pueda ir convirtiendo en una piedra pulida ¿nos proporciona los medios suficientes para ello? La respuesta, como no podría ser de otra manera, es afirmativa, los medios son el propio ritual cuyo conocimiento, más allá de la mecánica “litúrgica”, e interiorización es imprescindible ya que en él se encuentra la base del método masónico, y el trabajo sobre los símbolos en que convertimos las herramientas de aquellos de quienes tomamos una forma de trabajar y de organizarnos.
Me refería un poco más arriba a la regla y la plomada, no olvidemos el mallete y el cincel que deben estar siempre prestos para eliminar aquellas protuberancias que impedirían el correcto encaje de la piedra. Tampoco desdeñemos la marcha del aprendiz y esa parte tan importante de nuestro trabajo que es saber estar callados para poder escuchar más que oír.
Es importante tener presente el cuadro de logia de Primer Grado, en él se encuentra la base simbólica sin la que el edificio que construimos no crecerá ni armoniosamente ni tan siquiera con garantías de no venirse abajo ante el más mínimo movimiento sísmico.
Recordemos siempre cuál es el verdadero fin de nuestro trabajo, más allá de nuestra condición y calidad, y que ese manido dicho de “siempre aprendices” sea algo más que un lugar común o muletilla vacía de contenido, apliquémoslo con nuestra piedra bruta seamos Aprendices, Compañeros o Maestros, sin la menor duda será una tarea muy necesaria.
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