Tomado de : Hablemos de liderazgo by Isabel Carrasco González is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España License. Based on a work at clavesliderazgo responsable.blogspot.com.
Cindy Lamothe, en el newsletter de “Science of us” del pasado 3 de febrero, plantea que tenemos la tendencia a sobreestimar todo lo que sabemos, lo que conduce a que con frecuencia nos aferremos a nuestras creencias rechazando las opiniones que difieren de las nuestras.
«El problema con el mundo es que los tontos y fanáticos están siempre muy seguros de ellos mismos, mientras que la gente inteligente está llena de dudas.» Bertrand Russell.
Pensamos que somos mejores o que tenemos más razón que los demás. Los científicos sociales para contrarrestar esta tendencia han empezado a buscar un antídoto y han desarrollado el concepto de humildad intelectual.
A diferencia de la humildad en general que se define por rasgos tales como la sinceridad, honestidad y ausencia de egoísmo, la humildad intelectual tiene que ver con tener claros los límites de nuestro propio conocimiento.
Es un estado de apertura a nuevas ideas, el deseo de mostrarnos receptivos a nuevas fuentes de evidencia y trae consigo beneficios significativos: las personas que la poseen tienen una mayor y mejor capacidad de aprendizaje y de discusión.
Lazlo Bock, responsable de las contrataciones en Google hasta el pasado año, la defiende como una de las principales cualidades a buscar en un candidato ya que piensa que sin ella somos incapaces de aprender.
Los psicólogos refuerzan esta idea ya que distintas investigaciones han mostrado que los adultos intelectualmente humildes están más dispuestos a aprender de personas con las que están en desacuerdo.
Uno de los principales obstáculos con que se encuentra, según Tenelle Porter, tienen que ver con la forma en que la persona interpreta la naturaleza de la inteligencia. Aquellos que tienen un patrón mental fijo, término desarrollado por Carol Dweck, creen que todos nacemos con un determinado nivel de inteligencia y que por tanto no tiene mucho sentido intentar mejorarlo.
Por ejemplo una persona con este patrón mental y un cociente intelectual elevado puede adoptar una actitud arrogante pues piensa que ya sabe todo y por tanto no tiene que aprender nada nuevo. Si tiene un cociente intelectual bajo puede tener una actitud derrotista que le limita sus posibilidades de desarrollo: “soy malo en matemáticas y siempre lo seré”. Este último tipo de pensamiento es muy peligroso pues parece que etiqueta a las personas como “perdedores intelectuales”.
Por el contrario las personas que tienen un patrón mental de crecimiento consideran la inteligencia como algo más maleable que se puede potenciar, lo que les conduce a una mayor resiliencia y amor hacia el aprendizaje.
Porter sugiere que la humildad intelectual nos sirve para desarrollar otras virtudes. Por ejemplo un estudio de Ethan Kross e Igor Grossmann encontró una correlación entre ésta y la sabiduría ya que algunas de las dimensiones importantes de la sabiduría implican reconocer que el mundo está en un estado de flujo y el futuro lo más seguro es que cambie, aceptar que existen límites asociados a nuestro propio conocimiento y la posesión de una orientación prosocial que promueve el bien común.
Si queremos poder realizar el “autoescrutinio” requerido para cultivar la sabiduría debemos evitar lo que los psicólogos llaman nuestro “prejuicio del punto ciego”, la idea de que nuestras únicas experiencias y circunstancias vitales nos ofrecen un mayor conocimiento y perspectiva que las que tienen las demás personas que observamos o con las que nos relacionamos cotidianamente.
La humildad intelectual es una empatía más cerebral, es la empatía con las emociones eliminadas, que nos va a permitir aprender de los demás, pero como la empatía implica escuchar más que hablar y luego utilizar lo que hemos escuchado para que nuestra interacción sea más respetuosa, tenga mayor significado y más productiva para todos los involucrados.
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