Por Mauricio Javier Campos
Julieta Lanteri nació en Italia en 1873. Pocos años después se estableció en Argentina, donde cursó sus estudios, obteniendo los títulos de farmacéutica y médica. En 1906 participó en el Congreso Internacional del Libre Pensamiento.
En 1910 propició y participó en el Primer Congreso Internacional de la Mujer, junto a otras destacadas personalidades como Belén de Sárraga, masona española y dirigente de la Federación Argentina de El Derecho Humano.
En 1913, Lanteri organizó el Primer Congreso del Niño. En 1918 fundó y presidió el Partido Feminista Nacional. En 1919 fue candidata a diputada. Fue la primera mujer que sufragó en Sudamérica en las elecciones municipales de Buenos Aires en 1911, ocasionándole problemas, ya que después de esto, el voto femenino fue prohibido por las autoridades. Cultivó la amistad de numerosos dirigentes políticos, socialistas y masones, tales como Alfredo Palacios y José Ingenieros.
Murió en 1932, atropellada por un automóvil. Hasta el día de hoy se sospecha que fue asesinada.
«La mujer librepensadora» es el texto de una conferencia dictada por Julieta Lanteri en la Logia 12 de Octubre. Dicha Logia integró los Talleres de la Gran Logia Filial Hispano-Argentina bajo los auspicios del Grande Oriente Español en suelo nacional. Luego, junto a los otros Talleres del GOE, constituyó la Gran Logia Nacional Argentina (1926-1932). Luis Salessi (1878-1959), Gran Maestre de esta última Gran Logia entre en 1926 y 1929, recopiló un conjunto de textos, sin fecha de edición, entre los cuales está incluída esta conferencia.
Julieta Lanteri emitiendo su voto |
La mujer librepensadora
«Señores:
Lejos de mi el pensamiento de buscar vuestro aplauso, traigo a esta hermosa reunión un gajo de mi ilusión femenina, llena del perfume de mi alma libre de todo prejuicio, de todo dogma, de toda social esclavitud.
Vengo a hablar a esta reunión porque sé que muchas almas de mujer me escucharán y su generosidad y bondad es tan grande, que el eco simpático que mis palabras produzcan al chocar con ellas inundará mi corazón de gozo.
Almas de mujer, tiernas, buenas, sensibles, llenas de ilusiones, de ternuras, de sublime amor.
Cuerpos que las cobijan, frescos y sonrosados, llenos de encantos y suaves fragancias, cáliz hermoso que guarda la flor más bella de la creación.
La luz que de sus ojos se desprende ilumina el sendero de la humana vida y hace llevaderos todos los trabajos, todos los pesares.
Sus amorosos brazos cobijan al hombre desde que nace a la vida.
Su seno fecundo crea la misma vida, y en el dulce néctar donde encuentra su primer alimento, sorbe el hombre todo el infinito amor que la madre siente por él.
Las horas y los días más hermosos de su vida, son para la mujer aquellos en los que se da toda para los demás, empezando por dar su galana juventud a la mirada del codicioso de sus hechizos y de sus encantos, sea él bueno o malo. Ella no ve ni la maldad ni la bondad ni el cálculo. Ella solo siente la primavera de su vida en todo lo que la rodea.
El amor es su norte, su estrella polar. Tiene la intuición de que ella misma es el amor, es la vida.
Ella es la fuente de la vida.
Entrega su cuerpo delicado, todas las ingenuidades de su alma, todas sus esperanzas al compañero de humanidad y de vida que la hará fecunda, y que velará su maternidad y traerá pan y caricias al dulce hogar.
Para ella guarda la naturaleza el secreto misterioso de la creación de un ser que será ella misma, el brote nuevo, la última creación del hogar.
Para ella guarda la naturaleza, en su ser la acumula, la fuerza creadora que generará los mundos, y la alimenta con su amor, con su amor la envuelve, la circunda porque ella es amor.
Y el amor es el dolor con que la mujer entrega su fruto al mundo, que la vincula con la evolución y con la cadena de la vida.
Y siempre para los demás, cuida y ama al hijo, al esposo, al hogar.
Su vida se desliza entre el trabajo y la abnegación.
¿Pone siempre el varón, a su alcance, la ternura y las comodidades que ella y las vidas que ha creado necesitan?
¿Siente siempre el varón la veneración que debe inspirar el tabernáculo sacrosanto que guarda la hostia sagrada en que el espíritu supremo de la vida ha tomado forma?
¿Puede el varón apreciar la florcita inmaculada de la ingenua y cándida niña que le brinda tesoros infinitos de ternura y amor?
¿Sabe la mujer misma lo que ella vale, lo que ella es?
Jamás la luz se conoció a sí misma, las tinieblas a su contacto dejan de ser tinieblas.
En el oscuro fondo del alma masculina no siempre puede penetrar la luz. El rayo luminoso a menudo se desvía y la quebrada reemplaza la recta. El alma masculina es densa, menos sutil, menos etérea que la femenina. Pesa más, la gravedad puede más en ella. Vibra menos y responde a menor número de vibraciones.
Las vibraciones más generosas los atraen y la sensualidad es su primera manifestación. En segundo lugar el varón ama la tierra más que a sí mismo y la ama concientemente, la desea y quiere hacerla suya; todo es capaz de dejarlo perecer, de matar también es capaz, antes que entregarla.
La vida entera puede un varón emplearla en acumular riquezas que tal vez no producen ningún bienestar ni a él ni a los suyos y solo beneficiará a sus herederos, y al mismo tiempo no apreciar ni un solo momento a la mujer que tiene a su lado, a las vidas que de ellos surgen, se crean y desarrollan.
El pensamiento vuela bajo, tan bajo como ave de corral, solo ve la cáscara y no percibe la eflorescencia, el perfume de la humana flor, ni siquiera ve la luz que amorosa besa esa tierra.
La sensualidad y el interés es el móvil que guía sus pasos. Hasta la conservación de la especie es para él menos consciente que la conservación de su propiedad.
El varón que así siente, y que inútil es negarlo, constituye la inmensa mayoría de hoy, y la totalidad en el pasado nunca fue capaz de apreciar a la mujer en su justo valer. Él no pudo comprender sino aquellas cosas que tenía en sí mismo: su sensualidad y su interés; y la magnífica belleza todo altruismo, todo amor, del alma femenina, queda siendo para él menos que un misterio, pues nunca pudo vislumbrarla.
Jamás la luz se conoció a sí misma, así le pasó a la mujer. El patrón de la tierra la hizo su sierva y fue su amo. Quedó subyugada y con ella sus hijos. Todos tuvieron patrón, como patrón tuvo también la bestia de trabajo y hasta el jilguero inocente, porque el egoísmo y el interés llevaron al varón hasta hacerse dueño del pájaro y le construyó una jaula.
Nada pudo saciarlo. Dueño de la mujer se hizo dueño de su prole, de su legítima propiedad, del fruto de su vientre, de su hijo, carne de su carne que es ella misma. Le puso su sello, le dio su nombre.
Obligó a la mujer a la pasividad más completa haciéndole producir los frutos que él quisiera, y cuando el fruto era hembra, como esta no podía arar la tierra la maldecía al nacer y la destinaba a la vulgar reproducción como a la ternera de su corral.
De vez en cuando una revelación divina mostrábales el azul del cielo y marcábales líneas de conducta, y de la tierra bruta surgían los amos que marcaban límites que creaban e imponían las leyes.
La mujer no podía crearlas, su código es amor y amor es su ley. Mas la sierva como el amo tuvo leyes.
La propiedad del hijo le fue negada, la propiedad de la tierra nunca la tuvo, ¿qué le acordaron a la mujer?
Los años han ido acumulándose unos sobre los otros, el último es el presente, y en este presente la mujer, el foco luminoso que no se conoce a sí misma continúa amarrada a la cadena que el amo le pusiera, le da los hijos que él quiere, sufre las leyes que él le impuso, come el pan que él quiere darle, vive donde él quiere que viva; se prostituye para que la bestia no asalte la propiedad ajena, esconde su propio nombre y tolera que la llamen el sexo débil. ¡Pobre la mujer! ¡Pobre la mujer! ¿Llegará el día en que la luz sabrá que ella es luz?
¿Llegará un día esta humanidad a comprender que la tiniebla, al acercarse a la luz, deja de ser tiniebla?
Una esperanza empieza a brillar en el oscuro horizonte. La conciencia de su valer empieza a despertar en la mujer, en distintas partes del campo se ven las fogatas. En suelo Sudamericano también, donde nunca alcanzaron los resplandores del norte, la mujer levanta su bandera que tiene los colores del librepensamiento. Ella no quier ser patrona, ni admite amos. Para ella todos son iguales, todos son uno en la raza y en la especie, porque ella es la madre de todos. Para ella no existe la propiedad, ni quiere matar para conservarla, la tierra entera es su patria. La fuerza que creó los mundos y que ella guarda en su seno inmaculado le grita fuerte a su entendimiento que la voluntad del hombre es la misma que creara los cosmos, y que él es Dios mismo. No envilece al compañero pues sabe guardar el límite de su derecho; y la luz conoce qué es la luz, pues sabe gritar: Mi ley es amor».
Referencias
Wikipedia; Revista Todo es Historia, Año XVI, Agosto de 1982, Nº 183; Ex Libris, Luis Salessi.
«Señores:
Lejos de mi el pensamiento de buscar vuestro aplauso, traigo a esta hermosa reunión un gajo de mi ilusión femenina, llena del perfume de mi alma libre de todo prejuicio, de todo dogma, de toda social esclavitud.
Vengo a hablar a esta reunión porque sé que muchas almas de mujer me escucharán y su generosidad y bondad es tan grande, que el eco simpático que mis palabras produzcan al chocar con ellas inundará mi corazón de gozo.
Almas de mujer, tiernas, buenas, sensibles, llenas de ilusiones, de ternuras, de sublime amor.
Cuerpos que las cobijan, frescos y sonrosados, llenos de encantos y suaves fragancias, cáliz hermoso que guarda la flor más bella de la creación.
La luz que de sus ojos se desprende ilumina el sendero de la humana vida y hace llevaderos todos los trabajos, todos los pesares.
Sus amorosos brazos cobijan al hombre desde que nace a la vida.
Su seno fecundo crea la misma vida, y en el dulce néctar donde encuentra su primer alimento, sorbe el hombre todo el infinito amor que la madre siente por él.
Las horas y los días más hermosos de su vida, son para la mujer aquellos en los que se da toda para los demás, empezando por dar su galana juventud a la mirada del codicioso de sus hechizos y de sus encantos, sea él bueno o malo. Ella no ve ni la maldad ni la bondad ni el cálculo. Ella solo siente la primavera de su vida en todo lo que la rodea.
El amor es su norte, su estrella polar. Tiene la intuición de que ella misma es el amor, es la vida.
Ella es la fuente de la vida.
Entrega su cuerpo delicado, todas las ingenuidades de su alma, todas sus esperanzas al compañero de humanidad y de vida que la hará fecunda, y que velará su maternidad y traerá pan y caricias al dulce hogar.
Para ella guarda la naturaleza el secreto misterioso de la creación de un ser que será ella misma, el brote nuevo, la última creación del hogar.
Para ella guarda la naturaleza, en su ser la acumula, la fuerza creadora que generará los mundos, y la alimenta con su amor, con su amor la envuelve, la circunda porque ella es amor.
Y el amor es el dolor con que la mujer entrega su fruto al mundo, que la vincula con la evolución y con la cadena de la vida.
Y siempre para los demás, cuida y ama al hijo, al esposo, al hogar.
Su vida se desliza entre el trabajo y la abnegación.
¿Pone siempre el varón, a su alcance, la ternura y las comodidades que ella y las vidas que ha creado necesitan?
¿Siente siempre el varón la veneración que debe inspirar el tabernáculo sacrosanto que guarda la hostia sagrada en que el espíritu supremo de la vida ha tomado forma?
¿Puede el varón apreciar la florcita inmaculada de la ingenua y cándida niña que le brinda tesoros infinitos de ternura y amor?
¿Sabe la mujer misma lo que ella vale, lo que ella es?
Jamás la luz se conoció a sí misma, las tinieblas a su contacto dejan de ser tinieblas.
En el oscuro fondo del alma masculina no siempre puede penetrar la luz. El rayo luminoso a menudo se desvía y la quebrada reemplaza la recta. El alma masculina es densa, menos sutil, menos etérea que la femenina. Pesa más, la gravedad puede más en ella. Vibra menos y responde a menor número de vibraciones.
Las vibraciones más generosas los atraen y la sensualidad es su primera manifestación. En segundo lugar el varón ama la tierra más que a sí mismo y la ama concientemente, la desea y quiere hacerla suya; todo es capaz de dejarlo perecer, de matar también es capaz, antes que entregarla.
La vida entera puede un varón emplearla en acumular riquezas que tal vez no producen ningún bienestar ni a él ni a los suyos y solo beneficiará a sus herederos, y al mismo tiempo no apreciar ni un solo momento a la mujer que tiene a su lado, a las vidas que de ellos surgen, se crean y desarrollan.
El pensamiento vuela bajo, tan bajo como ave de corral, solo ve la cáscara y no percibe la eflorescencia, el perfume de la humana flor, ni siquiera ve la luz que amorosa besa esa tierra.
La sensualidad y el interés es el móvil que guía sus pasos. Hasta la conservación de la especie es para él menos consciente que la conservación de su propiedad.
El varón que así siente, y que inútil es negarlo, constituye la inmensa mayoría de hoy, y la totalidad en el pasado nunca fue capaz de apreciar a la mujer en su justo valer. Él no pudo comprender sino aquellas cosas que tenía en sí mismo: su sensualidad y su interés; y la magnífica belleza todo altruismo, todo amor, del alma femenina, queda siendo para él menos que un misterio, pues nunca pudo vislumbrarla.
Jamás la luz se conoció a sí misma, así le pasó a la mujer. El patrón de la tierra la hizo su sierva y fue su amo. Quedó subyugada y con ella sus hijos. Todos tuvieron patrón, como patrón tuvo también la bestia de trabajo y hasta el jilguero inocente, porque el egoísmo y el interés llevaron al varón hasta hacerse dueño del pájaro y le construyó una jaula.
Nada pudo saciarlo. Dueño de la mujer se hizo dueño de su prole, de su legítima propiedad, del fruto de su vientre, de su hijo, carne de su carne que es ella misma. Le puso su sello, le dio su nombre.
Obligó a la mujer a la pasividad más completa haciéndole producir los frutos que él quisiera, y cuando el fruto era hembra, como esta no podía arar la tierra la maldecía al nacer y la destinaba a la vulgar reproducción como a la ternera de su corral.
De vez en cuando una revelación divina mostrábales el azul del cielo y marcábales líneas de conducta, y de la tierra bruta surgían los amos que marcaban límites que creaban e imponían las leyes.
La mujer no podía crearlas, su código es amor y amor es su ley. Mas la sierva como el amo tuvo leyes.
La propiedad del hijo le fue negada, la propiedad de la tierra nunca la tuvo, ¿qué le acordaron a la mujer?
Los años han ido acumulándose unos sobre los otros, el último es el presente, y en este presente la mujer, el foco luminoso que no se conoce a sí misma continúa amarrada a la cadena que el amo le pusiera, le da los hijos que él quiere, sufre las leyes que él le impuso, come el pan que él quiere darle, vive donde él quiere que viva; se prostituye para que la bestia no asalte la propiedad ajena, esconde su propio nombre y tolera que la llamen el sexo débil. ¡Pobre la mujer! ¡Pobre la mujer! ¿Llegará el día en que la luz sabrá que ella es luz?
¿Llegará un día esta humanidad a comprender que la tiniebla, al acercarse a la luz, deja de ser tiniebla?
Una esperanza empieza a brillar en el oscuro horizonte. La conciencia de su valer empieza a despertar en la mujer, en distintas partes del campo se ven las fogatas. En suelo Sudamericano también, donde nunca alcanzaron los resplandores del norte, la mujer levanta su bandera que tiene los colores del librepensamiento. Ella no quier ser patrona, ni admite amos. Para ella todos son iguales, todos son uno en la raza y en la especie, porque ella es la madre de todos. Para ella no existe la propiedad, ni quiere matar para conservarla, la tierra entera es su patria. La fuerza que creó los mundos y que ella guarda en su seno inmaculado le grita fuerte a su entendimiento que la voluntad del hombre es la misma que creara los cosmos, y que él es Dios mismo. No envilece al compañero pues sabe guardar el límite de su derecho; y la luz conoce qué es la luz, pues sabe gritar: Mi ley es amor».
Referencias
Wikipedia; Revista Todo es Historia, Año XVI, Agosto de 1982, Nº 183; Ex Libris, Luis Salessi.
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