Ahora!… y sobre todo, a partir de ahora. De nuevo ha sido precisa una inmensa catástrofe para que el mundo “despierte” y tienda las manos, y se “vuelque”, consternado, emocionado, compasivo, en ayuda de una población – víctima que, de pronto, aparece ante nuestros ojos tan entretenidos, tan distraídos, en un espectáculo horrendo, conmovedor. Como sucedió en el tsunami de diciembre de 2005… Todos acudimos presurosos… y ¿después? Después, nada. Hay espacios de nuestra conciencia que no solemos visitar y, poco a poco, caen en el olvido.
Cuando, hace años, supe lo que supe de la historia de Haití, vi lo que vi de su vida diaria; recordé con ellos -especialmente con ellas- las increíbles humillaciones padecidas durante la época del dictador Duvalier y sus “ton-ton macuttes”… decidí situar a esta parte morena de la preciosa isla caribeña en el centro de mi corazón.
¡Qué vergüenza ser espectadores! ¡Qué vergüenza disfrutar de rentas per cápita altísimas cuando tantos hermanos nuestros viven en la miseria más absoluta! En Haití no llegan a un dólar por día… y, sin embargo, a principios del siglo XIX, Haití –con Alejandro Pétion– y los Estados Unidos, eran los únicos países del hemisferio occidental cuyas ideas republicanas habían prevalecido.leer = Federico Mayor Zaragoza
Y mientras la desgracia se ceba entre los más pobres de entre los pobres los bancos, esos mismos bancos salvados del desastre con el dinero, no de los más ricos, siguen forrándose con las comisiones de quienes con una parte de sus seguramente escasos recursos tratan de paliar tanta desgracia.
Vergüenza para quienes se aprovechan de las desgracias ajenas para incrementar sus beneficios.
Esta sociedad necesita un revulsivo para despertar de tanta estulticia