Ya se que el titular puede resultar chusco y extraño pero no es más que la reproducción de un aviso que aparecía en los medios de transporte públicos españoles en los años setenta, una época en la que, si dejamos aparte cuestiones políticas, pocas más prohibiciones existían aunque bien es verdad que, por aquel entonces, «la escuela nacional» (los «colegios» eran pocos y de acceso para algunos privilegiados) era el lugar donde algunas maestras y algunos maestros (lo de profesoras y profesores vino después y no para mejorar la educación) todavía se esforzaban por inculcar una serie de principios, que iban más allá del simple conocimiento, y mediante los que trataban de culturizar a jóvenes, niños y niñas que vivíamos en un inmenso desierto cultural.
El paso del tiempo, la caída de la dictadura, el advenimiento de la democracia, y la homologación con «el resto de países de nuestro entorno», nos fue llevando poco a poco y casi sin darnos cuenta, a una situación en donde la solución a los problemas de convivencia se comienza a resolver en base a las prohibiciones. A la represión.
Es mucho más cómodo y fácil prohibir que educar, basta con que el decreto de turno aparezca en el «boletín oficial del estado» para que nuestros gobernantes se sientan a gusto y satisfechos con el deber cumplido y con el salario recibido -en bastantes ocasiones muy por encima del merecido-, aunque la orden no pase del estado virtual o se utilice a conveniencia para aplicarlo de manera selectiva y en según que casos o personas.
¿Cuanto tiempo hace que llegamos a Afganistán para devolver la libertad y la dignidad a sus mujeres? ¿Se ha avanzado algo en ese tiempo? Creo que la respuesta está en la mente de todos y también, me imagino, el porqué de tantos millones tirados a la basura si no hemos sido capaces de que aquella sociedad se moviese ni un milímetro más allá de la edad media en la que parecen continuar viviendo.
Ahora mismo en Francia, cualquier día lo veremos trasladado a nuestro país, se vive un debate sobre la licitud de determinados modos de vestir, pero únicamente aquellos que afectan a personas «diferentes», a los otros; nadie se extraña de como visten las monjas, ni los curas o lo popes; nadie pone en duda la licitud de la clausura monástica; nadie se extraña de que se plante una cruz pero todos claman contra los minaretes; se considera subversivo el islam pero nadie se extraña de que se intente definir a Europa como un espacio que debe su ser y su esencia a la civilización cristiana. Nada de celtas, vándalos, galos, íberos, alanos, griegos, romanos, fenicios, árabes…… ¿nuestras raíces son tan cortas que únicamente tienen dos mil año de vida,? ¿antes la nada?.
El problema no es el vestido, si no cual es la razón para que unas mujeres que viven en una nación civilizada y con plenitud de derechos(?) se empecinen en mantenerse atadas a unas tradiciones que les suponen una continua afrenta moral; la vestimenta es el síntoma. El problema reside en que es más fácil prohibir que inculcar a la ciudadanía conciencia de sus derechos, educar en libertad. Claro que a lo mejor esto no interesa demasiado no vaya a ser que una vez seamos conscientes de ellos se nos ocurra exigir su aplicación.
Está claro, prohibido escupir y hablar con el conductor, para qué vamos a perder el tiempo en educar a la gente y así entienda por qué no se deben hacer ambas cosas y deje de hacerlas sin que estén prohibidas. También podemos recordar un grafitti muy español: prohibido pensar.
Esto de prohibir me recuerda a un lbro: Memorias de sobremesa, conversaciones de Ángel S. Harguindey con Rafael Azcona y Manuel Vicent . En él Vicent decia que una persona tiene que darse cuenta de que ya es mayor (eufemismo para decir viejo) cuando le pasan estas tres cosas:
1.- Mira a los futbolistas y le parecen unos niños.
2.- Dice más de dos veces al día: ¡Qué barbaridad!
3.- Dice más de tres veces al día: ¡Esto debería estar prohibido!
¿Qué ocurre en Europa?
Que nos estamos volviendo unos viejos cascarrabias, egoistas, ricos y con colesterol.
También es verdad que para el poder resulta muy cómodo y, con esto del miedo generalizado, se van aceptando prohibiciones tras prohibiciones hasta que nos hayamos quedado sin nada que prohibir, habremos vuelto a los tiempos en los que la esclavitud era cosa común. Simples siervos de la gleba.
Ah, las viejas tradiciones
Hombre… tanto, tanto me parece mucho. ;)