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Desde hace muchos siglos la humanidad se ha visto envuelta en guerras y conflictos en los que la religión ha tomado un papel importante en los enfrentamientos entre los pueblos. Así hemos visto a lo largo de la historia como en nombre de un Dios que es presentado como esencialmente amoroso, se han cometido auténticos atropellos a la dignidad de las personas y los pueblos. Cruzadas, procedimientos inquisitoriales y Guerras Santas, llevadas a cabo en su práctica totalidad por las grandes religiones monoteístas.

A finales del siglo XIX, la formación de los grandes imperios coloniales se justificó ideológicamente en base a la superioridad de las razas y la evangelización de los pueblos “paganos”. Las ideas prefascistas que surgieron en la época se basaban en la diferencia cultural, histórica, religiosa y étnica para justificar motivaciones menos confesables, basadas en motivos fundamentalmente económicos.

El racismo de la sociedad actual, tiene también un componente económico, pues se centra básicamente en aquellos sectores de la población carentes de recursos. En nuestra sociedad no se da el mismo rechazo, pongamos por ejemplo, hacia un jeque árabe que hacia un vendedor de top manta, o un subsahariano que nos ofrece artesanía, y este factor no debemos olvidarle, pues los ideólogos del racismo lo utilizan siempre en épocas de crisis, como la que sufrimos en la actualidad.

En nuestra historia más reciente la amenaza del terrorismo islamista ha sido utilizada por algunos gobiernos para demonizar al mundo musulmán, y de paso para sembrar en las poblaciones occidentales un miedo que justifica el aumento de presupuestos en defensa y seguridad, a costa de un sistemático recorte de libertades.

Desde que el gobierno Bush declaró la guerra al “Eje del mal”, la cuestión religiosa ha vuelto a tomar fuerza como elemento separador entre los individuos y los pueblos. Me gustaría señalar que todos los fundamentalismos, sean cristianos, musulmanes o judíos tienen su razón de ser, además de en las causas económicas anteriormente mencionadas, en la existencia del dogma y la fe ciega que va de la mano de los sistemas religiosos ligados a instituciones jerárquicas aliadas al poder. La creencia ciega, inculcada a poblaciones con escaso nivel cultural y mermados recursos económicos es un campo minado para la difusión de los radicalismos religiosos.

Es por ello que el desarrollo de una educación basada en el conocimiento de las realidades propias y ajenas, y en la articulación de un pensamiento crítico, que tenga como aliados a la razón y al más estricto respeto por la dignidad y los Derechos Humanos, es la mejor arma para combatir dichos fundamentalismos.

Dichos valores educativos sólo pueden desarrollarse en su totalidad en una sociedad laica, donde lo que es público, es decir de todos, busque aquello que une a todos los seres humanos y no se centre en aquello que los separa. La obtención de una vida digna, fundamentada en el acceso a la vivienda, a la educación y a tener cubiertas las necesidades alimenticias básicas, junto al respeto a la dignidad humana, es lo que tenemos en común toda la raza humana. Las creencias, sean de la índole que sean pertenecen exclusivamente al ámbito de lo privado, y es allí por tanto donde deben desarrollarse. Y no debemos olvidar que dichas creencias nunca deben sustentarse en ningún tipo de desigualdad o atentado contra la dignidad.
Masonería Mixta Internacional

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