Si alguien nos hubiera dicho que los Estados de la UE iban a nacionalizar bancos e incluso que lo iban a ver con buenos ojos en Washington, hubiésemos pensado que estaban locos. Pero eso es hoy una realidad y hay un consenso generalizado de que la intervención estatal, las normas reguladoras y el control de los mercados financieros, no sólo es bueno, sino además imprescindible.
Y lo dicen desde banqueros como Botín hasta conservadores como Angela Merkel. Es el mundo al revés. Los conservadores acusan a Rodríguez Zapatero de ser amigo de los banqueros y se preocupan por los parados. Los sindicatos no salen de su asombro.
Pero una de las ideas más repetidas ha sido que todo es fruto de la mala gestión. Y es falso. La gestión ha sido impecable. De manual. ¿Cuál era el objetivo? Pues está claro: trincar el máximo. Y se ha cumplido con creces. Y sin riesgos. Se trataba de ganar como fuera y se ha ganado. Y han ganado los que tenían que ganar, los de siempre: presidentes de compañías, directores generales, consejeros delegados… que son los que deciden lo que es bueno y malo para el resto; y a los que las revistas de economía y escuelas de negocio ponían y ponen como ejemplo de líderes mundiales.
Algunos de estos líderes que han puesto patas arriba la economía del mundo, que no la suya, son James Cayne de Bear Stearnes que se ha llevado 60 millones de dólares, después de la bancarrota por sus hedges founds; o Stanley O´Neal de Merril Lynch que se ha retirado con 160 después de reconocer que tenía dudas incobrables de 7.900 millones; o Charles O. Prince de Citigroup con 105 millones por su impagable gestión que le llevó al banco a anunciar una pérdida neta de más de US$ 9.800 millones durante el último trimestre de 2007. La mayor que haya sufrido una institución financiera en toda la historia, según dijo el analista financiero de la BBC Mark Gregory.
Pero no olvidemos los pufos de Martin J. Sullivan de AIG, que se ha embolsado 22 kilitos de dólares después de dejar un agujero de 40.000 y una pérdida en bolsa del 60.79 %. Con un par.
Claro que eso no es nada con los 44 millones que se ha llevado Henry Killinger de Washington Mutual (WaMu) por ser el artista que protagoniza el mayor desastre financiero de la historia bancaria de los USA. Tres mil empleados despedidos no lo olvidaran nunca.
Otro figura es Angelo Mozilo de Countrywide Financial, la entidad hipotecaria privada más grande de Estados Unidos, y de la que la policía sospecha que los ejecutivos falsearon los documentos públicos acerca de las tasas de morosidad que experimentaban sus productos financieros, muchos de ellos hipotecas subprime, pero que no le ha impedido arramblar con 56 millones en efectivo y 140 en opciones. Este tío sí que tiene talento.
Y por último, el más renombrado de los pufos, el de Lehman Brothers, al que sólo unas semanas antes las agencias de solvencia le habían concedido las AAA, menuda vista, ha permitido a su CEO Richard S. Fuld retirarse con 53 millones por dejar un descubierto de sólo 46.000 millones. La comisión del Senado que investiga la quiebra ha descubierto que este pájaro ganaba 17.000 dólares a la hora.
Se dice que estos ejecutivos han salido por la puerta de atrás. Sí, pero con alfombra roja y las carteras llenas. Las entidades mencionadas han pagado más de 3.000 millones en “indemnizaciones” a estos golfos.
Se han aprovechado de los blindajes o golden parachutes que les protegen de cualquier eventualidad. Incluido el robo manifiesto y reiterado o la falsedad de los balances. Pero todo ello queda sin castigo por la falta de normas reguladoras que indiquen la diferencia entre falsedad en un balance y una “optimista” valoración de un “mercado de futuro”.
Y aquí, en la vieja Europa tenemos también líderes mundiales, ejemplos para nuestros jóvenes como Jean-Paul Votron, consejero delegado de Fortis, que cobró un 15% más el mismo año en que adquiría ABN Amro por 72.000 millones de euros. El banco holandés resultó estar infectado por los activos basados en las hipotecas subprime y llevó a la quiebra a Fortis, que ha tenido que ser rescatado por los Estados de Bélgica, Luxemburgo y Holanda.
Y si esto se llevan los que “fracasan”, que decir de Rick Wagoner, CEO de una General Motors al borde de la quiebra, pero que no se corta un pelo en cobrar 2,2 millones de dólares al año después de despedir a 74.000 obreros en sucesivos planes de reflotación de la compañía y anunciar el cierre de la primera fábrica que tuvo GM en USA.
La desvergüenza de estos tipos es insultante. Los directivos de AIG se fueron a Monarch Beach, un exclusivo hotel de California en el que las habitaciones valen 800 euros por noche, para celebrar que el Tesoro estadounidense les había salvado de la quiebra inyectando 85.000 millones de euros de fondos públicos. Se gastaron más de 440.000 dólares. Ya no hay que quedarse al relente toda la noche en Sierra Morena para asaltar la diligencia de postas.
O sea, que de mala gestión nada. Gestión de libro, aunque sea el de Ali Babá y los cuarenta ladrones. Lo de toma el dinero y corre es algo más que el título de una película de Woody Allen, es una práctica avalada y santificada en el mundo empresarial por las business school, revistas financieras y gurús.
Y si esperáis que alguno se sonroje o acabe ante un juez, esperad sentados. Y la pregunta es ¿qué les hubieran dado a estos chicos si lo llegan a hacer bien? Yo quiero fracasar como ellos.
A una buena parte de ellos los podéis conocer en Forbes.
Veréis su sonrisa Binaca, esa que pone el vendedor de coches usados antes de colocarte una tartana como si fuera un 16 válvulas.
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