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tolerancia

Me dispongo a escribir una entrada sobre un tema que es por naturaleza espinoso y lleno de equívocos: se trata de la relación entre tolerancia y masonería. Intentaré ser breve y no caer en demasiados lugares comunes.

Lamentablemente, no tengo tiempo (ni el lector paciencia, supongo) para explicar pormenorizadamente las acepciones históricas de la tolerancia. Tal cosa sería más bien el propósito de un escrito aparte, o de libros ya existentes mucho mejores que esta humilde entrada. Se entenderá en su sucesivo, por tanto, que la tolerancia consiste en no actuar en contra de ideas o acciones con las que uno está en desacuerdo, y contra las que podría hacer algo. Si no existe posibilidad de actuar en contra no se está hablando de tolerancia sino de simple impotencia o inacción. Si las ideas o acciones no le producen a uno realmente un desacuerdo entonces tampoco hablamos de tolerancia sino de simple indolencia. Por ejemplo, no es lo mismo ser tolerante con la homosexualidad que el que a uno simplemente le de igual el sexo de aquellos que otra gente escoge como compañero vital. Un matiz que será familiar a los acostumbrados a leer declaraciones de políticos de extrema derecha.

 Adicionalmente, voy a basarme en la conclusión de Karl Popper en «La sociedad abierta y sus enemigos» y de John Rawls en «Una teoría de la justicia» de que incluso las naciones o instituciones definidas como tolerantes tienen la necesidad de ser intolerantes con aquellos que directamente intenten destruirlas, por pura supervivencia. La tolerancia absoluta con todo, como concluyeron hace tiempo estos autores, es sencillamente algo que no tiene sentido como principio ordenador de una sociedad. La tolerancia, por tanto, tiene siempre un carácter restringido como máximo a aquellos principios que no busquen activamente destruir la propia sociedad.

Es frecuente tanto en pasos perdidos como en conversaciones online escuchar a la gente atribuir a la masonería o a los masones un carácter excepcionalmente tolerante, al menos comparado con sus homólogos «profanos«. Se intuye una cierta asociación no verbalizada nunca de que lo masónico es necesariamente tolerante, y que un ejercicio de intolerancia es, como mínimo, poco masónico, y en algunos casos se llega a la acusación de falta de fraternidad.

A mi esto siempre me ha supuesto una estupefacción más que regular. Los principios de la masonería, como es bien sabido, son la libertad, la igualdad, y la fraternidad. El GOdF agregó la laicidad como un añadido a estos tres valores. ¿Dónde está la tolerancia en esa lista?

Es cierto que sin cierta tolerancia la libertad no existe, ya que si no se toleran los actos o pensamientos de uno, uno no es realmente libre de obrar. Así mismo, la igualdad requiere que las ideas consideradas coherentes con el ideario masónico se traten en un plano de igualdad, desde la tolerancia entre ellas. Por último, si uno no tolera las ideas de otro QH, no puede hablarse de una verdadera fraternidad.

 Es importante aquí hacer dos matices. Uno es que tolerar no implica necesariamente no disentir verbalmente cuando unos valores que uno tolera no obstante están en contra de los que uno sostiene. Por ejemplo, un masón puede respetar la ideología política conservadora moderada de otro hermano, pero eso no significa que no vaya a poder discutir con él o rebatir sus afirmaciones, siempre desde el respeto al QH. La tolerancia se refiere a que uno no vaya a utilizar sus derechos o su influencia para silenciar la manifestación de ideas con las que discrepa pero que no son realmente incompatibles en esencia con la sociedad de iguales en que coexiste con el que mantiene la otra idea.

Por otro lado, la francmasonería no es especialmente tolerante, por más que esto incomprensiblemente sorprenda a muchos. La masonería lo que hace (si es que hace algo, ya que la labor masónica la llevan a cabo los masones individualmente, no una monolítica organización) es promover férreamente la igualdad y la fraternidad entre hermanos, buscando una libertad de expresión entre ellos, precisamente siendo intolerante con los actos que debiliten dicha triada de principios. Le Droit Humain, primera obediencia masónica mixta, surgió precisamente alrededor de la intolerancia de la idea de que sólo los hombres podían gozar de la iniciación y los derechos del oficio. Una idea con la que los fundadores de Le Droit Humain estaban en desacuerdo, y que lucharon por combatir desde la fraternidad. Hoy día la masonería sigue siendo intolerante ante la esclavitud de cualquier tipo, la segregación sexual, racial, cultural, política o religiosa, el abuso físico o psíquico, ante el ejercicio de la pena de muerte y la tortura… De hecho somos bastante más intolerantes, si uno cuenta las «líneas en la arena» ideológicas que no se pueden cruzar, que muchas otras fraternidades. Incluso dentro de los trabajos hay un orden y un ritual. Una manera concreta de hacer las cosas, solicitar el turno de palabra, dirigirse al taller y exponer las propias ideas. Y se es intolerante hacia aquellos que opten por otro procedimiento dentro de los trabajos, si dicho procedimiento no proviene del consenso del taller.

 En mi opinión, la confusión viene porque de un tiempo a esta parte se ha ido asociando la intolerancia al totalitarismo, al pensamiento único y a la represión, dándole un tinte moralmente maligno, cuando la intolerancia no describe más que la mayor o menor disponibilidad a oponerse a cierto campo de ideas que uno considera inaceptable. No es moralmente mejor ni peor que la inacción. Obviamente es contrario a la igualdad el ser intolerante hacia las creencias religiosas de otros hermanos, pero no es menos contrario a la igualdad el ser aquiescente ante una vulneración injusta de la dignidad o derechos de otro hermano, o ante el ejercicio del totalitarismo, o ante una falsedad manifiesta.

 La tolerancia y la intolerancia no son sino herramientas, y como tales carecen de cualidad moral. Sólo su uso lo tiene. Nuestros principios nos alientan a ser tolerantes y respetuosos (no es lo mismo una cosa que la otra, recordemos) con un conjunto de ideas que están de acuerdo con nuestro triple principio fundacional, pero así mismo nos aconsejan la vigilancia y la intolerancia frente a aquellas ideas, personas o actos que busquen destruir los principios ilustrados de libertad, igualdad y fraternidad, sea así tanto en los talleres como en la sociedad profana. Pretender demonizar lo que es una simple herramienta no sólo es superficial, sino que castra y deshonra injustamente la tarea individual de lucha y denuncia que nuestros pasados hermanos y hermanas hicieron en la lucha por los derechos humanos, la abolición de la esclavitud y el sufragio universal. Ese camino no está acabado, como bien sabemos, y estamos por todas partes rodeados de injusticias y egoísmos que se merecen nuestra más firme intolerancia. No hagamos un flaco favor a la humanidad.

He dicho.

Miguel

2 Comentarios

  1. Gracias por la claridad y la cualidad de tu trabajo QH, la tolerancia es algo positivo y activo, no un «todo vale» o una indiferencia, es un deber, no una tranquilidad.
    gracias otra vez, Serge

    Responder
  2. La intolerancia es símbolo de rebeldía, de falta de humanidad; podemos a hacer un mundo mejor, si cada uno ponemos una parte de tolerancia en el día a dia, es muy bien trabajo gracias

    Responder

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