Cuando nos iniciamos en Francmasonería, adquirimos un compromiso, entendido éste bajo las dos primeras acepciones que, del término, nos ofrece la Real Academia de la Lengua española:

1ª.- Obligación contraída.

2ª.- Palabra dada.

Así pues, accediendo a la Masonería contraemos y otorgamos una obligación y una palabra desde la más absoluta libertad, de modo voluntario.

La Francmasonería comporta una serie de deberes que, precisamente, la voluntariedad del compromiso aligera de peso en tanto que cada grado rediseña a la persona que asciende por sus distintos escalones hacia un “fin de obra” que no existe, porque El Ser Humano siempre será una obra inacabada.

La Sagrada Familia del arquitecto modernista catalán Antoni Gaudí es un pobre, y sin embargo gráfico, ejemplo: él nació en Reus, Tarragona, en 1852, y murió a la edad de 73 años, en 1926. Pues bien, si comenzó la construcción del templo en 1882, a día de hoy, se encuentra sin terminar. 135 años hasta este momento, una construcción inacabada.

El compromiso de morir a la vida profana para volver a nacer a un camino que busca labrar la propia piedra bruta, el de usar el martillo y el cincel como si siempre estuviésemos al principio del camino, en el aprendizaje silencioso y observador, es idéntico al otro compromiso que adquirimos, aun sin saberlo, cuando salimos del vientre de nuestra madre: aprender, ser, estar, disfrutar, sufrir tanto en soledad como en compañía, crecer como personas, vivir, en suma.

¿Qué duda cabe de que el ser humano, por el simple hecho de nacer, tiene unos derechos que son inalienables? Yo diría que ninguna.

Bien es cierto que un grupo humano conocido como “los neoconservadores”, principalmente nacidos y criados a los pechos de Milton Friedman y sus Chicago Boys (La Escuela de Chicago), rechazan esa igualdad ab initio y aprovechan cada shock, da igual que sea físico (las inundaciones de Nueva Orlèans) que financiero (la caída de Lehman Brothers y la crisis subsiguiente), para inocular de modo inmisericorde sus doctrinas elitistas y excluyentes.

Esas doctrinas sólo calan en cierto modo: el individualismo, la competencia, sí han hecho mella. Sin embargo, lo que ese grupo denomina el pasotismo de los millenials es una reacción casi inconsciente ante la carencia de solidaridad y de colaboración. Pensemos en el 15M o en Occupy Wall Street, triunfasen o no. Fueron reacciones airadas que no parecen haberse consumido en sí mismas.

Y ahí, en mi opinión, se encuentra el nicho donde la Francmasonería tiene su sentido actual, porque las palabras libertad, igualdad y fraternidad, hijas de la Ilustración, de lo que Susan George denomina MI (Modelo Ilustrado)1, no podemos consentir que se truequen por el MEN (Modelo Económico/Elitista Neoliberal)2 . El bien común y el contrato social son, para la francmasonería, parte esencial de nuestra razón de ser y estar en el mundo.

Menandro

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1 Informe Lugano II, ed Deusto, págs.. 158 y ss.

2 Ob. Cit., ídem págs.

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